Una vez oído el triste relato, los bellos ojos de Lady Williams se llenaron de lágrimas y Alice no pudo evitar exclamar:
—¡Oh!, cruel Charles, que hieres los corazones y piernas de todas las mujeres justas.
Entonces Lady Williams la interrumpió y observó que la pierna de la joven debía ser curada sin más dilación. Por lo tanto, tras examinar la fractura, se puso manos a la obra y llevó a cabo la operación con gran habilidad, lo que resultaba ser de lo más maravilloso si se tiene en cuenta que nunca había hecho nada semejante. Lucy se levantó entonces del suelo y, viendo que podía andar con la mayor facilidad, las acompañó a casa de Lady Williams, de acuerdo con la petición de la dama.
La figura perfecta, la hermosa cara y los modales elegantes de Lucy se ganaron de tal modo el afecto de Alice, que cuando se separaron, lo cual no ocurrió hasta después de la cena, le aseguró que, exceptuando a su padre, hermano, tíos, tías, primos y otros parientes, Lady Williams, Charles Adams y una pequeña docena de amigos especiales, la quería a ella más que a ninguna otra persona en el mundo.
Esta aduladora afirmación respecto a ella le habría producido gran placer a la propia interesada, si no se hubiese dado claramente cuenta de que la amable Alice había estado dándole alegremente al clarete de Lady Williams.
La dama (cuya perspicacia era enorme) leyó en el inteligente rostro de Lucy sus pensamientos al respecto, y tan pronto como la señorita Johnson se hubo marchado, se dirigió a ella de este modo:
—Cuando conozcas más íntimamente a mi Alice, no te sorprenderá, Lucy, ver a la querida criatura beber demasiado, puesto que estas cosas ocurren cada día. Ella tiene muchas cualidades poco frecuentes y encantadoras, pero la sobriedad no es una de ellas. Toda su familia es una triste pandilla de borrachos. También siento decir que nunca conocí tres jugadores tan empedernidos como ellos, y muy especialmente Alice. Pero es una chica encantadora. No creo que sea uno de los caracteres más dulces del mundo; para ser sincera, ¡la he visto en cada arrebato de pasión! Sin embargo es una joven dulce. Estoy segura de que te gustará. Apenas conozco a nadie tan amable. ¡Oh! ¡Si la hubieses podido ver la otra noche! ¡Cómo despotricó!, ¡y por qué nimiedad! ¡Es, en efecto, una muchacha agradabilísima! ¡Siempre la querré!
—Parece, por el relato de la dama, tener muchas buenas cualidades —respondió Lucy.
—¡Oh! Miles... —respondió Lady Williams—, aunque siento debilidad por ella y quizá estoy ciega, por mi cariño, ante sus defectos reales.