Introducción:

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Introducción:

Todo inicio tiene un final. Nada es inmortal, la vida es solo un efímero ciclo que con formamos cual ínfimo fragmento.


No importa lo que hayamos hecho al final seremos cenizas olvidadas al viento.
—RECUERDA QUE POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS—
Retumbó estentórea en sus tímpanos y mentes una sombría voz.

Un fúnebre sacerdote les indicó a sus súbditos que era momento de despedirse. El ataúd bajó hasta las entrañas de la tierra, para así perderse en aquel abismo del que jamás volvería a emerger esa alma en pena.

—Que Dios lo tenga en su eterna misericordia—emitió respetuosa entonación y un dejo de tristeza— Amén— finalizó el padre.

—Amen— repitió un luctuoso coro.

—Descanse en paz.—

—Así sea— sentenció el sórdido público.

La lápida fue colocada y el vacío rellenado con la tierra madre. La tierra en la que solo estamos de paso y que ahora reclamaba el inaplazable regreso de aquel desdichado.

"Amado esposo, padre, hermano y amigo, que por Dios fue llamado y acogido" , se plasmaba en letras doradas sobre un marfil blanco. Unos dedos delgados y arrugados acariciaron el frío material cual piel humana. Melody abrazó a su madre en un intento por no derrumbarse.

Pero, ¿qué hija no lloraría por la muerte de su amado padre? ¿Cómo ser ahora el barco que siempre las sacaba a flote? Melody no lo sabía, pero más valía descubrirlo para no perder también a su querida madre. La cual destrozada, no paraba de llorar por la muerte de su amado esposo.

En cada lágrima y suspiro regaban aquella tumba con sufrimiento, odio y desesperación. Las dos mujeres se quedaron hincadas en el césped, mientras todos se alejaban y algunos otros las miraban con lástima y dolor. En su mente resonaba aquella fatídica melodía. El retumbar de cada nota musical la hacía estremecer, quería arrancarse de la memoria obscura partitura que no hacía más que avivar su dolor...

—"Esta es la noche de un sábado, de no importa que mes y de un hombre sentado al piano de no importa que viejo café"—

Escuchó Melody cuando llegaba agotada de un turno doble en el hospital. No era inusual encontrar a su padre tocando el piano, él amaba la música, en especial aquella canción.

Desde que era pequeña el señor Petterson enseñó a Melody a tocar el piano. No fue sorpresa que la castaña adquiriera una gracia especial. Tenía un talento nato heredado por su padre y una hermosa voz parecida a la de su madre.

Cada noche se sentaba con su padre a entonar tan bella canción. Lamentablemente ciertos problemas aquejaron su dinámica familiar, que hasta aquella linda rutina se melló.

Aquella formidable letra se convirtió en un himno de deshonra y desilusión. Desde entonces el señor Petterson solo la entonaba cuando estaba triste y muy ebrio, estados que actualmente eran una constante.

Era usual ver al señor Petterson la última semana de noviembre de cada año en tan decadente estado de ánimo, acompañado por niveles de alcohol en la sangre muy por encima de lo recomendable. Los colegas psiquiatras de Melody le habían diagnosticado depresión invernal, no obstante ella sabía que había algo más...

Aunque no era tan difícil soportar la situación los tradicionales 7 días de cada año, esta vez su papá adelantó el proceso varios meses, ocasionando continuos pleitos familiares y un gran trabajo en riesgo.

La compañía para la que laboraba le había otorgado meses de permisos de ausencia. Le habían soportado llegadas en estado alcoholizado e incluso el mismo jefe tuvo la amabilidad y prudencia de regresarlo hasta la puerta de su casa y entregarlo en manos de hija o madre en más de una ocasión.

Sorprendentemente le soportaban desplantes, plantones y desapariciones prolongadas e injustificadas.
Era un trabajador muy querido. Los altos mandos, compañeros y subordinados le estimaban. Su excelsa productividad y eficiencia lo respaldaban. Pero, al nadie ser indispensable en él competitivo y rudo mundo laboral, era evidente que la empresa no lo esperaría por siempre. Lo anterior se demostraba con las recientes llamadas de su secretaria, quien preocupada informaba del muy probable despido del señor Petterson, los múltiples e—mails y las últimos e insistentes cartas enviadas por correo; con aviso de importante en letras rojizas colocadas delante del sobre bajo el remitente, advertían del venidero despido.

Melody suspiró y entró a su casa, colgó su abrigo en el perchero y dejó su bolsa en la mesita de al lado, en la que había una pequeña nota:

"Nena, fui de compras. Por favor si logras que salga tu padre dale de cenar, aún no ha probado bocado.
Te quiere mamá".



Arrugó la nota y se dirigió a la cocina. Conforme se acercaba la música se volvía más audible.

Ensimismada en sus pensamientos, tardó en percatarse del acrecentamiento del cansancio y la nostalgia en la voz de su padre.
Salió de la cocina y cruzó la amplia sala de su casa, se dirigió hasta el extremo que era bloqueado por una amplia y fuerte puerta de madera, la cual golpeó insistente y sistemáticamente con el puño. Esperó, pero no recibió más respuesta que el replicar de una voz ronca y un afinado piano.

"Toma el vaso y le tiemblan las manos apestando entre humo y sudor y se agarra a su tabla de náufrago volviendo a su eterna canción"

—Papá, ¿Estás bien?— volvió a insistir.

La voz rezumbó más triste y el sonido del piano imitó a su cantor.

"Toca otra vez viejo perdedor haces que me sienta bien es tan triste la noche que tu canción sabe a derrota y a miel"

Un mal presentimiento cruzó por la mente de Melody, quien rápidamente tiró del picaporte, pero este no cedió. La puerta se hallaba cerrada.

—¡Papá!— gritó mientras forcejeaba con violencia — ¡Abre por favor, te lo suplico!

— Un latente peligro impregnaba el ambiente. Melody tenía un muy mal presentimiento.

"Cada vez que el espejo de la pared le devuelve más joven la piel se le encienden los ojos y su niñez viene a tocar junto a él. Pero siempre hay borrachos con babas que le recuerdan quién fue el más joven maestro al piano vencido por una mujer"

La canción se volvió enloquecedoramente triste, la melodía del piano y la voz de su padre hubieran logrado romper el corazón de hasta el más duro.

"Ella siempre temió echar raíces que pudieran sus alas cortar y en la jaula metida, la vida se le iba y quiso sus fuerzas probar.
No lamenta que dé malos pasos aunque nunca desea su mal. Pero a ratos con furia golpea el piano y hay algunos que le han visto llorar"

Melody comenzó a estremecerse presa de un temor infundado, cogió su celular dificultosamente e intentó no desmayarse ni perder el control.


El Pi Pi del teléfono se hizo eterno hasta que una voz lo remplazó.

—Hola Mel—

—Nathaniel, por fin... Tienes que venir a mi casa... por favor...— su voz se
entrecortaba a causa del apremio.

—¿Qué sucede? ¿Estás bien? — cuestionó su interlocutor con preocupación.

—Si es mi papá...— musitó.

—¿Qué le sucedió?— el tono de Nathaniel se volvió grave.

—No lo sé, se encerró en el cuarto del piano y no quiere salir— La voz de Melody temblaba.

—¿Pero está bien?—

—Creo que sí, solo ven, por favor— imploró.

—De acuerdo, llego en 20 minutos, solo tranquilízate. Te veo en un rato —

—Gracias— finalizó aliviada y colgó.


"¡Toca otra vez viejo perdedor haces que me sienta bien es tan triste la noche que tu canción sabe a derrota y a miel!"

La voz retumbó tan horriblemente que Melody enloqueció. Pugnaba por abrir la puerta: tiró repetitivamente del picaporte, estampó su cuerpo una y otra vez contra la gran puerta, hasta que el material despidió un crújido. La castaña logró entreabrirla y visualizó distintos obstáculos que impedían que ingresara a la estancia.

Iba a darse a la tarea de quitar los cachivaches, cuando la última estrofa frenó en seco.

"¡Toca otra vez viejo perdedor haces que me sienta bien es tan triste la noche que tu canción sabe a derrota y a miel!"

Fue la última y más desgarradora parte de la canción, seguida de esta una detonación y un retumbar de varias teclas que anunciaron el final de una vida.  

El  lado  obscuro  de  Corazón  de  Melón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora