Crónicas detectivescas: Parte Uno

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Crónicas detectivescas: Parte Uno


Montes Apalaches, este de California: 2 de octubre, 15:16 PM. 1 mes, 12 días antes del suicidio de Benjamín Petterson.

—Traumatismo craneoencefálico—concluyó la perito sin levantar la vista de su objeto de estudio—Murió al instante. La descomposición sugiere que su deceso ocurrió aproximadamente hace más de un año— concluyó la experta.

Kentin se acuclilló al lado de la mujer y escudriñó la andrajosa y carcomida indumentaria. La intemperie había acelerado la putrefacción, de su fisionomía en vida no quedaba ni ápice.

Con sus manos cubiertas de látex y unas pinzas pequeñas, recogió un trozo de su destartalado reloj, que tampoco logró salvarse del fuerte impacto de la caída de varios metros que le ocasionó la muerte.

—Cayó sobre él— señaló el fragmento traslucido mientras se levantaba y lo alzaba contra la poca luz solar de aquel nublado día. Tras una rápida, pero meticulosa observación, lo introdujo en una bolsa transparente que etiquetó y selló herméticamente.

Golpeteó la superficie con la suela de su zapato, que aunque se hallaba protegido por una cobertura estéril de un verde tenue, no le impidió sentir la dureza de la gran piedra en la que se encontraban situados. La roca no poseía ni un perímetro de tres metros cuadrados, sin embargo tuvo el suficiente tamaño para atrapar mortalmente a su víctima.

Levantó la vista al peñasco que sobrepasaba el follaje de los árboles y contempló el borde: "Pudo resbalar, o simplemente arrojarse".

De todo el amplio perímetro, el infortunado tuvo que caer en la parte rocosa. Aunque, sí la suerte le hubiera sonreído y hubiese caído en zona terrosa, tampoco habría vivido. Desde la altura de la que se desplomó, era imposible sobrevivir.

Desvió su mirada a la maleza que los rodeaba. Sus ojos verdes escudriñaban con perspicacia el lugar: "¿acaso la gravedad había tenido un secuaz?" Se cuestionaba. Algo no encajaba en aquella escena. Paranoia o suspicacia. Sentía que algo no cuadraba, existía un cabo suelto. Resopló frustrado, el cubre bocas evitó que su aire contaminara la escena. Regresó su atención al cuerpo y continuó la labor con el resto de sus compañeros. Ya encontraría el indicio que tan bien preservaban aquellos restos, que callaban sus colosales testigos que se plantaban a su alrededor y les protegían con su follaje del sol. Por ahora evitaría desconcentrarse en divagaciones subjetivas para enfocar su energía en devolverle el nombre a aquel inerte y pútrido cadáver.

El  lado  obscuro  de  Corazón  de  Melón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora