CAPÍTULO I: EL CEMENTERIO DE LOS RECUERDOS

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CAPÍTULO I: EL CEMENTERIO DE LOS RECUERDOS

"El tono de voz de Melody estaba cargado de tanta inquietud que Nathaniel no dudó en conducir precipitadamente hacia su casa. Manejó por la carretera principal a 190/km por hora, para su suerte esa noche la autopista se hallaba bastante despejada y no dilató más de media hora en llegar a su destino.

Nathaniel frenó abruptamente y descendió velozmente de su auto. Frente a la casa de su amiga había una ambulancia y dos patrullas, un policía acordonando la zona mientras otro intentaba apaciguar a los vecinos y uno que otro curioso que insistía en filtrarse dentro de la morada.

Sintiendo un nudo en el estómago se acercó a preguntar, pero no obtuvo más que respuestas vagas como:

—No pasó nada de gravedad. Puede regresar tranquilamente a su casa— por parte de los recios policías y, —No sé— de parte de los aglomerados vecinos quienes neciamente se mantenían expectantes tras la cintilla amarilla.

—Soy amigo de la propietaria...— le explicó el rubio a uno de los guardias.

— Lo siento, solo familiares pueden ingresar—interrumpió a sabiendas de lo que Nathaniel buscaba.

—Soy oficial de policía— informó cuando el policía iba a irse, quien impaciente, demandó corroborar su identidad

— Yo...—parloteó al darse cuenta que no llevaba su gafete de trabajo consigo.

—Retírese de favor— indicó con brusquedad el fastidiado oficial.

De pronto todo se volvió silencio, el bullicio fue sustituido por el motor de una camioneta que lentamente abrió paso entre la multitud. El cantar de los grillos y el helado rugir del viento, ambientaron la incomprensible escena nocturna.

De la camioneta bajaron 3 hombres, con talante rígido y mirada impenetrable. Uno de ellos cargó un maletín negro, al mismo tiempo que les indicaba a los otros dos que bajaran una camilla. Con andar firme e imponente se acercaron hacia la incrédula multitud, uno de los policías les cedió el paso y el otro levantó la banda amarilla para facilitarles el acceso.

Las luces de la patrulla, el radio de los policías, los cuestionamientos de los preocupados testigos no fueron nada comparados con la zozobra que la llegada de aquellos 3 hombres generaron en Nathaniel. Instantáneamente hiló la historia, no hacía falta saber mucho más, pues aquella camioneta pertenecía a la morgue.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. Aturdido, observó aquella escena como si todo aconteciera en cámara lenta. Sabrá Dios cuanto tiempo permaneció paralizado, hasta que su sistema nervioso reaccionó y un un súbito impulso le hizo correr dentro de la casa, tan rápido que los custodios no le pudieron detener.

—¡Deténgase!— gritaron tras él, pero no paró hasta llegar al comedor para ver por sí mismo la catástrofe.

La sala estaba acordonada con una cinta amarilla que tenía la leyenda de: "Escena del Crimen: Prohibido el paso". La puerta de la estancia estaba destrozada, por lo que pudo contemplar una sangrienta escena. Un cuerpo yacía ya sobre la camilla, cubierto por una sábana blanca teñida de carmesí.

Una comitiva estérilmente vestida con un uniforme blanco, guantes de látex, gorros y cubiertas para sus zapatos de quirófano y cubre bocas, inspeccionaba hasta el más insignificante recoveco del lugar. Un hombre revisaba el cadáver, mientras una mujer examinaba detalladamente mancha por mancha de aquel sonoro y mudo testigo. Para finalizar, otro más dibujaba una silueta y un último fotografiaba la estancia.

Sin poder soportarlo más, Nathaniel desvió la mirada temiendo que bajo aquella sábana se encontrara su mejor amiga. Para alivio suyo, al desviar la mirada, halló a la muchacha sentada en una silla sollozando. Junto a ella había dos paramédicos, uno le tomaba la presión y el otro le ayudaba a sostener la respiración con auxilio de un tanque de oxígeno. Frente a ella se encontraba un detective, alto y corpulento; el cual intentaba tranquilizarla.

El detective se dio vuelta en cuanto se percató de la presencia del rubio intruso.

—¡Pero qué demonios hace éste aquí...!—reclamó enérgicamente el fornido hombre mientras fulminaba con la mirada a un uniformado que entraba a toda prisa a la habitación.

—No pude detenerlo, señor— murmuró con pena el joven policía.

Sin dar tiempo de concluir la discusión del jefe y el subordinado, Nathaniel corrió a abrazar a Melody quien comenzó llorar descontroladamente en cuanto se encontró cobijada por sus brazos. Entre una respiración cortada y lágrimas soltó al aire una serie de palabras inentendibles, a excepción de una que hubiera preferido no escuchar.

—Mi... Papá— pronunciaron los secos labios de su amiga.

Nathaniel descifró todos los acontecimientos. Todo se dilucidó para él. Estrechó con más fuerza a su amiga y dirigió su mirada a la estancia del piano. Observó a los forenses seguir realizando su trabajo y terminó posando su atención en aquel bulto blanco, inerte, en aquel cadáver que ahora ya tenía nombre..."

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—Nathaniel— le llamó con delicadeza Amber mientras colocaba la mano sobre el hombro de su abstraído hermano.

Con una compungida sonrisa el joven asintió. Contempló fijamente a sus padres y
a su hermana quienes vestían de negro al igual que él y las dos dolidas mujeres.

Nathaniel se acercó a Melody , se sentó en cunclillas y esperó junto a ella. Junto a aquella chica que a pesar de los años seguía con él, en los buenos y malos momentos. Animándolo a seguir y luchar por sus sueños.

Odiaba que una buena familia se hubiese desquebrajado frente a él. Una familia que lo había acogido cuando en la suya no era bienvenido. Aún recordaba como el papá de Melody le había dado asilo después de que le confesase a su padre que no estudiaría la licenciatura en derecho. Y por si fuera poco, en su gran benevolencia y amor al prójimo, el señor Petterson junto con su esposa se encomendaron de la ardua tarea de convencer a sus padres de que le permitieran elegir su profesión.

—¡Mi hijo jamás será detective!— recordaba decir a su padre una y otra vez.

Aunque terminó accediendo, como buen abogado de hueso colorado, no lo hizo gratis. Impuso una clausula al contrato; Nathaniel tenía que estudiar Medicina Forense.

—¡Un Johnson jamás será un subordinado. Si quiere ser detective tendrá que ser el jefe y para eso necesita ir a la universidad!—

Médico Forense, Criminólogo, Detective, no importaba. Cualquier rama relacionada con el crimen, Nathaniel la desempeñaría con pasión. Y todo gracias a los Petterson, quienes habían sido como una segunda familia que nunca dudó en apoyarlo ni en abrirle las puertas de su hogar.

Siempre confiaron en él, sobretodo Melody quien desde la preparatoria jamás lo dejó solo. Lo alentaba a levantarse y luchar por sus ideales, le había brindado una amistad sincera y aun después de 10 años lo seguía acompañando.

Recuerdos y más recuerdos bullían en la mente de los presentes. Recuerdos que se iban con el fuerte viento que los azotaba, un viento que congelaba hasta los huesos de los huéspedes cadavéricos del cementerio.

—Es hora de irnos— anunció Nathaniel en un susurro tan débil que fácilmente podía perderse con el viento.

Estiró su brazo y lo ofreció a la castaña, quien con las fuerzas que le quedaban se aferró a él para ponerse en pie. Sus hermosos ojos azules contemplaron aquel mármol frío que ahora era el hogar de su padre. Comprendió que era hora de decir adiós, se giró y observó aquellos iris miel que siempre le devolvían las fuerzas, pero que en esta ocasión no le devolvieron el calor a su corazón.

El atardecer caía junto con una vida. El viento soplaba estrepitoso, anunciando un cruel y duro invierno. Las pocas sombras negras se esparcieron, caminando entre el verde césped del cementerio, luchando por no desquebrajarse, por no ser absorbidas por las grisáceas lápidas que les impedían el regreso a un desolado hogar.  

El  lado  obscuro  de  Corazón  de  Melón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora