Epilogo

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Epílogo

¿Qué cuánto tiempo había pasado? No lo sabía con exactitud, para los vampiros el tiempo es relativo. Teníamos toda una eternidad y en determinado punto dejábamos de contar los años que pasaban. Sólo nos importaba si eramos felices y sí lo eramos, mucho.

Edward y yo terminamos regresando con nuestra familia. Pero ya no en Forks, ellos se iban mudando cada cierto tiempo para que la gente no sospechara de que no envejecían, habíamos estado ya en muchos lugares. Ahora mismo nos encontrábamos en Chicago.

Edward y yo habíamos vuelto a adoptar el rol de hijos, aunque eso iba por épocas. A veces hacíamos creer que eramos una pareja de recién casados (cuando Edward y yo nos íbamos una temporada, entiéndase alguna que otra década, para vivir solos) y otras volvíamos a fingir que eramos adolescentes.

Al principio costaba más que creyeran que eramos adultos, los dos estábamos paralizados en la edad de diecisiete años, pero con maquillaje todo se puede, nos maquillábamos para ponernos arrugas o facciones adultas y poder aparentar más edad de la que teníamos físicamente.

Pero era más divertido cuando eramos sólo los hijos del doctor Cullen y su esposa. Además, así siempre estábamos de risas con nuestros hermanos. Al fin vivía la vida que siempre había querido tener y todo se lo debía a los Cullen.

A estas alturas podía decir en voz alta que era feliz y me alegraba de seguir viva.

Pero aunque siempre estuviéramos en distintas partes del mundo un día al año siempre regresaba al lugar donde nací, a Seattle. No había dejado de ir a visitar a mi padre ni un solo año.

Siempre le llevaba lirios blancos, sus flores preferidas.

Lo único que estropeaban esas visitas a la tumba de mi padre era ver que al lado rezaba el nombre de Renée. Cuando mi madre murió en el manicomio creyeron que era justo enterrarla junto a mi padre, como si ella le hubiera querido alguna vez.

Quise decirles que la sacaran de ahí y la enterraran en otra parte, pero fue tarde cuando me enteré.

Y es que a decir verdad me enteré de casualidad de la muerte de mi madre. La última vez que la vi no fue aquella vez en la que la oí hablar con el reverendo mientras decía que me mataría si me volvía a ver.

No, esa fue la antepenúltima. Y la penúltima vez que la vi fue mientras me apuntaba a la cabeza con la pistola de mi padre.

Fue pocos años después de acabar con los Vulturis, en una de las ocasiones que fui a llevarle lirios blancos a mi padre. Cuando me giré para marcharme la vi frente a mí, con la mano derecha levantada apuntándome a la cabeza.

Había estado tan perdida en mis recuerdos de papá que no había prestado atención a mi alrededor.

Me acusó nuevamente de ser un demonio, sonaba más demente que nunca, dijo tantas cosas... pero ni siquiera escuché las barbaridades que empezó a gritar, yo sólo podía mirar a esa mujer que alguna vez se había hecho llamar mi madre. Ahora sólo era una mujer desquiciada que me apuntaba a la cabeza.

Le pedí que bajara el arma, no porque pudiera matarme, sino porque no quería tener que presenciar como la mujer que me trajo al mundo intentaba asesinarme. No es como si lo fuera a conseguir, pero no quería tener que cargar con ese recuerdo tan despreciable en mi memoria.

Pero ella no bajó el arma, sino que apretó el gatillo mientras sonreía de forma desquiciada, creyendo que al fin me sacaría de su vida para siempre. Pero cuando vio que la bala rebotó en mi cabeza se aterrorizó. Por lo que descargó todo el cargador contra mí, intentando matarme, bala tras bala. De haber sido humana me habría dejado hecha un colador.

La hija del diablo (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora