Capítulo 5

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¿Quién más quiere probar? 

Antes de que el resto de reclusos pudiera darse cuenta, Kabuto estaba en el suelo, agotado y malherido, mientras yo me acercaba peligrosamente a él (muahaha lo voy a violar... ok no no soy tan mala, además odio a Kabuto  ·___·). 

- Ah, perdona, ¿te ha dolido?- me hice la apenada cuando, de un golpe seco, le hundí una vara de hierro (como la que usó Pain para matar a Hinata) en el corazón, haciéndolo soltar un alarido casi inhumano. Puse mi pie izquierdo al lado de su cuerpo, mientras con el derecho hundía más la vara en su pecho. Me apoyé doblando un brazo en mi rodilla mientras miraba fijamente a mi víctima a los ojos. Sus gafas se habían roto y estaban manchadas de su sangre-. Será mejor que acabe de una vez contigo. Me das pena, ¿sabes?

Y terminé de matarlo, pisando fuerte una vez más sobre la vara. Murió al instante. 

Me giré sobre mis talones mirando a Orochimaru, quien en ese preciso momento corría hacia mí para atacarme, furioso por la muerte de su compañero (seguramente era su uke *O*). Yo respondí arrancando la vara del corazón de Kabuto y hundiéndola en el mismo sitio, pero esta vez en el pecho de Orochimaru. Por desgracia, aunque se la metí hasta el fondo (ups, vale, eso ha sonado FATAL) no llegué a matarlo. Opté por otro método. 

Aún enganchado de la vara que yo sostenía, la agité con fuerza para lanzarlo al otro lado del comedor, corriendo hacia él y cogiéndolo al vuelo antes de que se cayera al suelo, por la pechera del mono de la prisión. Usé otra vara para hundírsela en la garganta, haciéndolo escupir sangre como si fuera una fuente. 

- Bueno, en Konoha sólo hay espacio para una serpiente... y ese espacio lo reclamo como mío- le susurré. Retorcí la vara dentro de su garganta todavía, y de un par de movimientos bruscos conseguí decapitarlo por completo. Su cabeza rebotó a mi lado antes de quedarse quieta, igual que su cuerpo inerte. Solté el cuerpo con desprecio y sacudí las manos en el aire para limpiarme un poco de sangre. Me giré hacia el resto de reclusos del lugar-. ¿Quién más quiere probar?- alcé la voz. 

Me contestó un silencio que lo decía todo. Asentí satisfecha antes de limpiarme la sangre en el mono. 

- ¿Qué ha pasado aquí?- preguntó un vigilante entrando en el comedor. Soltó un grito de espanto al ver los cadáveres, y me fulminó a mí con la mirada al ver restos de sangre en mi cuerpo-. Nuevo récord, señorita: vas a ir a la celda de aislamiento en menos de una hora que llevas aquí. 

- Sí, celda de aislamiento tú solito- espeté. 

- ¿Quién te has creído que eres, mocosa?

- Me estabas dando dolor de cabeza- dije cuando su cuerpo cayó a mi lado, inerte. Le había clavado una vara en el corazón y había muerto al instante. Eso es porque los reclusos son más fuertes que los vigilantes en lo que a resistencia física se refiere. 

Aparecieron más vigilantes. Al ver a su compañero muerto a mis pies, sacaron armas y empezaron a dispararme dardos tranquilizantes. Yo había cogido a otro de ellos dispuesta a cargármelo (cuando empiezo a matar así con tantos idiotas a mi alrededor no puedo parar), y lo había lanzado de un golpe a la barra donde se servía la comida. Se había quedado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared de la barra, mirándome atolondrado cómo me acercaba a él. Pero los malditos dardos empezaban a hacer efecto rápidamente. Me sentía desvanecer, sin embargo no cejé en mi empeño de matar al guardia hasta que el decimoquinto dardo se clavó en mi piel. Me detuve, tambaleándome como una borracha, hasta que perdí la conciencia y me desplomé en el suelo, incapacitada. 

Desperté en una celda distinta. Era de hierro anti-jutsus (por decirlo de alguna manera, no hay manera ninja de romper o dañar esos muros) y la puerta sólo tenía una pequeña rendija que servía para mirar dentro, y una bandeja para la comida. Tampoco había ventanas, sólo una pequeña bombilla tenue colgando del techo de la celda. Me di cuenta enseguida de que era una celda insonorizada: por mucho escándalo que se armara dentro, el exterior ni sospecharía. Ni siquiera las otras celdas de aislamiento, pegadas a la mía aunque yo no las pudiera ver, podrían saber si pasaba algo. Lo único que tenía ahí era un futón individual de sábanas blancas pegado por la cabecera a la pared del fondo, con los pies apuntando hacia la puerta y el lado izquierdo pegado a la pared izquierda. Nada más. 

Noté el paso del tiempo. Se me hacía pesado, pero notable al fin y al cabo. 

Justo cuando habían pasado casi tres horas (ya debían de ser las nueve o las diez, puesto que la cena era a las siete) la puerta se abrió y un cuerpo se deslizó dentro, cerrando la puerta de tal manera que estuviera un pizco abierta para poder salir después, pero aun así bien cerrada. 

Mi corazón se encogió. Era Itachi. 

La Cárcel AkatsukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora