Capítulo 18

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No quiero perderte

Tres días habían pasado desde que me habían metido en la celda de aislamiento, condenada a una semana entera allí. Podía sentir que la ansiedad me carcomía entera como si de una termita se tratase. Me abrazaba las piernas y me remaba hacia delante y hacia atrás, daba vueltas por la celda, me ponía a arañar las paredes con las uñas... Me estaba volviendo loca. 

Ya había llegado la cuarta noche, e Itachi seguía sin aparecer. Me sentía aún peor que cuando me violaba. 

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Itachi

Haber ignorado a Akira había sido, quitando lo de la masacre de mi clan, lo más doloroso que había hecho en mi vida. Desde el interior del edificio había visto cómo había vencido sin problemas a Hidan, y luego me quedé de piedra cuando la vi liberándose por su cuenta de los hilos de Sasori. Lo de la muerte del general era demasiado obvio, así que ni me inmuté cuando lo vi desangrándose en el porche alargado de cemento. Akira era incluso más fuerte de lo que yo ya había supuesto. Atacaba con rapidez y golpes certeros, tan fugaces que ni me enteraba de dónde los daba. Y no se rendía hasta que salía victoriosa. 

Cuatro días habían pasado ya desde que Akira estaba en la celda de aislamiento, y no había ido a verla por mucho que me doliera.

Aquella mañana en las duchas nos habíamos mirado una fracción de segundo, tiempo suficiente para ver que estaba más pálida y delgada de lo habitual. Eso me había preocupado bastante, así que tomé la decisión de ir con ella por la noche. No podía permitir que muriera de hambre sólo porque no le había contado toda la verdad. Así que abrí la puerta y tomé la llave trucada de la celda de aislamiento número 13.

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Tras haber colocado la llave en la rendija, busqué a Akira con la mirada. Me costó verla en el futón: estaba hecha una bolita, de espaldas a la pared, tapada apenas por la manta y durmiendo. 

Me acerqué, tumbádome enfrente de ella y empezando a deslizar mis dedos por su piel. Dios, cuánto había extrañado acarciarla así...

- ¿De verdad no haberte dicho la verdad antes te ha hecho tanto daño?- susurré a sabiendas de que seguía dormida.

Al llegar con mis dedos a su mejilla, no pude refrenarme y la pegué a mi pecho, envolviéndola con mis brazos y apresando sus piernas con las mías. ¡Estaba helada!

- ¿Akira? Akira... Akira...- insistí, temiéndome lo peor. ¿Habré llegado tarde?

No despertaba. 

- Akira, por favor, despierta. No quiero perderte ahora, Akira...- sollocé, notando cómo se me aceleraba el corazón. 

No despertó. 

La Cárcel AkatsukiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora