Platos rotos

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Había pasado una semana desde la fiesta, pero algunos de los invitados seguían rondando por la mansión. Las familias Riok, Vanish y Torah, las más influyentes del país, se alojarían en la casa hasta mi boda con Grigori, heredero de estos últimos. El movimiento de los Avalons del servicio de mi padre y los que había traido Alexey, era continúo. No había momento en el que no vieses alguna joven corriendo hacía las habitaciones para atender a los señores. En mi caso, a los deberes cotidianos como estudiar lenguas modernas, geografía, modales, música, matemáticas y ciencias naturales, se les sumó la obligación de estar constantemente con los invitados y sobre todo con Grigori, aunque siempre bajo la estricta supervisión de alguno de nuestros padres. Mi prometido cada vez tomaba más confianza y no paraba de acercarse a mi como si fuese musgo adherido a la roca. La ventaja de esta situación es que mi padre estaba tan ocupado con sus invitados que no tenía tiempo para estar observando todos mis fallos, y sobre todo no tenía tiempo para castigarme aunque temía que se estuviese desfogando con mi madre pues parecia más pálida de lo normal. No es que tuviésemos una buena relación, pero supongo que por empatía y por saber de lo que era capaz mi padre, prefería que lo pagase conmigo antes que con ella. Al fin y al cabo podría ser una mala madre, pero era la única que tenía.
Durante esa semana buscaba por los rincones esperando ver a Ilya trabajando en algún momento. El haber encontrado a alguien con quien no me desagradaba hablar me había vuelto ansiosa y quería volver a tener la sensación de hablar con un amigo. A pesar de esto, no lo vi nunca. Mis padres aún no me habían dado la noticia de la inminente boda aunque las mujeres de las familias no dejaban de mandar indirectas bastante poco sutiles con respecto a eso y a la noche de bodas.
El noveno día desde aquella fiesta conseguí escabullirme a la biblioteca. Mi padre había salido de caza con los cabeza de familia y mi madre estaba en la ciudad haciendo recados, posiblemente para la boda por la risa nerviosa que soltaban las mujeres cuando pregunté por ello. Estaba terminado el libro de poesía que había encontrado en el fondo de una de las estanterías cuando escuché mucho escándalo proveniente de las cocinas. Tenía miedo de que algunos de los amigos de Grigori se hubieran quedado en vez de ir al coto se caza, pero los ruidos eran cada vez más fuertes. Cerré el libro y salí al pasillo donde se podía identificar el ruido. Eran platos cayendo contra el suelo y utensilios de aluminio rebotando contra los muebles, acompañados de gritos contenidos de mujer y risas de hombres. Salí corriendo hasta la cocina lo más rápido que mis piernas y el pesado vestido de invierno que llevaba me permitían. El pasillo se truncaba al final hacia la izquierda donde daba paso al ruido que a medida que avanzaba se había hecho más audible. Me paré en el marco de la puerta y observé la escena: dos chicas jóvenes se abrazaban con los ojos rojos desorbitados por el miedo y rebosantes de lágrimas, escondidas en el espacio que había entre la isla de la cocina y los fogones, mientras una de ellas se arremangaba el vestido que estaba hecho jirones. En la otra punta, tres hombres jóvenes, que los reconocí de la noche de la fiesta cuando Grigori me expuso frente a ellos, pateaban a un chico en el suelo que no se defendía, mientras se reían de él. Uno de ellos se agachó y levantó al muchacho hasta dejarlo de pie, apoyado contra la pared. Tenía la cara ensangrentada pero al gorila que lo sujetaba no pareció importarle, así que elevo el brazo y le propinó un puñetazo en las costillas. El muchacho tenía la cara llena de hinchazones y totalmente ensangrentada pero cuando abrió los ojos por el dolor, le reconocí. El amigo de Grigori ya estaba levantando otra vez el brazo mientras los otros se reían cuando me lancé a su espalda y agarré como pude esa mole que volvía a lanzar hacia Ilya. El gorila se giró para atacar al nuevo contrincante pero los otros dos, al reconocerme le pararon en seco.

- ¡Para Jason! ¡Es la chica de Grigori!

El tal Jason tenía mechones de pelo rubio repartidos por la cara de manera que no se le veía a penas el rostro, pero se adivinaban sus rasgos toscos bajo el cabello. Respiraba agitadamente y tardó unos segundos en calmarse y bajar el brazo.

- ¡¿Pero que haces aquí?! ¿No te das cuenta que podría haberte destrozado la cara? Dios, si Grigori se entera acaba conmigo.

- Como te atreves a preguntarme que hago, maldita bestia. Eres un desgraciado. ¡¿Como te atreves a ponerles tus asquerosas manos encima?!

La furia contenida hacía que me temblasen las manos. La violencia nunca me había parecido tan buena solución como ahora. Nunca pensé podría querer estamparle mi puño en la cara a alguien de esa manera. El más alto de los tres, comenzó a reírse despreocupadamente mientras se colocaba con la mano la desordenada mata de rizos pelirrojos que tenía. 

- Oh vamos, no te enfades tanto monada, solo nos divertíamos un poco y este estúpido Avalon vino a molestar. Tiene que aprender a controlarse, ¿ no crees?

Mi cuerpo tomó el control sobre mi mente y lanzó una patada a su estómago. Realmente iba encaminada a la cara pero por desgracia, era demasiado alto, así que se quedó en una satisfactoria patada en la boca del estómago mientras veía como se arqueaba. El otro chico, más bajito se puso entre su compañero pelirrojo y yo.

- ¿Pero que te pasa? ¿Has perdido la cabeza, zorra? Maldita seas, te voy a enseñar modales...

Empecé a retroceder, vaya, ahora que mi cuerpo había tomado la iniciativa parecía que mi cerebro se negaba a ofrecerme una ruta de escape. No me gustaba recurrir a esto, pero viendo que ellos eran tres, eran enormes y mi vestido probablemente no me ayudaría a huir, no tuve más remedio que recurrir a mi querido prometido. Puse en mi rostro la mirada más arrogante que tenía y sonreí con falsa confianza. Cogí un cacho de vajilla de porcelana del suelo y me lo acerqué al rostro

- ¿De verdad crees que a Grigori y a mi padre les gustará ver como me enseñas modales? Estos Avalons están bajo mi cargo mientras mis padres no estén, así que si no quieres que mi padre o mi amado prometido se enteren de que tu y tus amigos me habéis rajado la cara, estropeándola para el día de mi boda, os largareis de aquí y no volveréis a tocar a ninguno de los Avalons que trabajen en esta casa. ¿Queda claro idiotas?

Mientras decía esto, había acercado el fragmento a la mejilla lo suficiente como para que se formase un pequeño reguero de sangre y que viesen que no iba de farol. Mascullaron algo y se fueron, no sin antes amenazarme. En cuanto salieron de la habitación me puse manos a la obra.

- ¿Os llamais Samantha y Rey, verdad?.- Las chicas asintieron asustadas.- Bien, marchaos las dos. Samantha descansa todo lo que necesites, y Rey, acompañala a su habitación y cuando esté más tranquila quiero que llames a dos o tres personas más para que vengan a limpiar esto antes de que regresen mis padres.
-¿Personas, mi señora?
- Sí, chicas o chicos que no estén trabajando en este momento. Vamos.
Las chicas se marcharon rapidamente dándome las gracias. La sangre me hervía con solo pensar lo que esos malditos idiotas podrían haberles hecho. Me arrodillé junto a Ilya que se había desplomado en el suelo y me pasé uno de sus brazos por los hombros para intentar levantarlo. Pesaba más de lo que pensaba, pero con un poco de esfuerzo conseguí levantarlo y guiarlo hacía la puerta trasera de la cocina para llevarlo a la cabaña del jardín donde jugaba cuando era pequeña. Abrí la puerta de un empujón y arrastré a Ilya hasta apoyarlo en un sofá polvoriento. No tenia la cara tan hinchada y había recuperado la consciencia, pero aun estaba cubierto de sangre. Volví corriendo a la cocina y cogí un cubo con agua fría, un pañuelo y unas píldoras analgésicas. Cuando regresé Ilya estaba mirando a su alrededor algo confuso y cuando me vio entrar se intentó levantar pero las piernas le fallaron dejándole ptra vez en el sofá.
- Señorita, ¿Que ha hecho? Si descubren que me ha defendido tendrá problemas.- Dijo esto con un hilo de voz mientras se sujetaba la cabeza con gesto de dolor.
Shh. Calla y deja que te limpie la cara.
Me agaché y mojé la punta del pañuelo en el agua que se había empezado a congelar. La adrenalina del momento me había impedido notar el frío que hacía en el exterior pero si me fijaba las hojas del jardín estaban congeladas y los labios de Ilya un poco morados, aunque tambien podría ser por la paliza. Me levanté y cogí una manta escondida en lo alto de una estantería llena de cachivaches. La extendí y sacudí el polvo para ponersela a Ilya sobre los hombros. No era muy gruesa, pero era mejor que nada.
- Debe ponersela usted señorita, yo no siento tanto frío como usted.
- A mi no me acaban de propinar una paliza, estoy algo mejor que tu.
Tomé de nuevo el pañuelo y lo acerqué suavemente al pómulo hinchado. El chico dio un respingo cuando una gota de agua fría descendió por el rostro dejando a su paso un siniestro canal de sangre.

A través de la Sangre (Annia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora