Fuga

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Me levanté del suelo donde había estado apoyada la anterior hora y me limpié la cara. El espejo me devolvía una imagen que no entendía. El reflejo era el mismo que el de los últimos 18 años pero los ojos grises habían cambiado, habían envejecido. Una expresión de odio y asco me  devolvió la mirada y me decidí. Me recogí el pelo en una trenza rápida, volví a la habitación y cogí una capa negra abrigada y las botas. Abrí la puerta despacio mirando a ambos lados del pasillo para asegurarme de que nadie me veía. Corrí escaleras abajo y me metí en la cocina por la parte trasera, donde en esos momentos no había nadie. Entré en la habitación de la lavandería y rebusqué entre la ropa encontrando lo que buscaba. Unos pantalones marrones de tela dura, una camisa blanca que me remetí por dentro del cinturón y un chaleco marrón de la misma tela que los pantalones, el atuendo de un Avalon. Al no tener mucho pecho no tendría problemas al hacerme pasar por un chico si la gente no me miraba demasiado. Me puse la capa calándome la capucha hasta que me tapo los ojos y eché a andar por el robledal. Gracias a mis escapadas con Jane sabía que en una parte alejada del muro había un árbol escalable que no tenía mucha vigilancia así que me dirigí hacia el este de la parcela. Anduve lo que me parecieron horas, nerviosa, intentando no hacer ruido y yendo a la máxima lentitud para no ser descubierta. Al mediodía llegué al muro pero habían cortado el árbol. La adrenalina del momento bajo durante unos instantes mientras mi mente me decia que no era muy inteligente huir de la casa sin nada pero la mandé callar cuando vi un agujero en el que cabría mi pie. Me acerqué a la pared de piedra y palpé con los dedos hasta que conseguí encontrar un pequeño saliente con el que impulsarme. Apoyé con cuidado el pie en el agujero y me impulsé hacia arriba. Me costó varios intentos y bastantes cortes en las manos pero conseguí mantenerme estable en lo alto, respiré hondo y salté al suelo de tierra húmeda. Estaba fuera, me aseguré de mi soledad y eché a correr ya fuera de peligro. Evité el camino empedrado pero lo mantuve siempre visible a mi izquierda para no perderme pues nunca habia salido sola. A diferencia del jardín de la casa, tras los muros la tierra era marrón, sin hierba apenas aunque unos árboles de corteza y hojas grises y duras crecían por doquier. Continué mi marcha hasta que el sol comenzó a ponerse. Había salido corriendo de la casa sin siquiera plantearme como sobreviviría y ahora comenzaba a darme cuenta que escaparse sin tener nada preparado era un suicidio. No sabía como conseguiría comida, donde dormiría, a donde iría... Me arrebujé en la capa cuando el frío empezó a arremeter contra mi. Levanté la vista hacia el cielo donde las primeras estrellas de la noche empezaban a aparecer y a lo lejos vi pequeñas luces reunidas. Era el Pueblo Rojo, el pueblo de los Avalons que habían sido liberados de la servidumbre. No es que vivieran mejor que en las casa de sus antiguos amos pero al menos no les maltrataban. Apreté el paso ya que posiblemente habría algún lugar para pasar la noche y pensar mi siguiente destino.
El pueblo no era muy grande, no llegaría a tener cincuenta casas familiares, una zona de mercado y dos edificios de los cuales esperaba fervientemente que uno fuera una posada. No llevaba dinero pero esperaba que el collar que llevaba y la fina pulsera me sirviesen para dormir y conseguir alimento para el viaje. Las luces que desprendían las casa eran las de débiles velitas y alguna que otra antorcha se clavaba en el suelo a intervalos irregulares iluminando ciertas zonas. Algunos transeúntes me miraban con recelo pero todos apartaban la vista en cuanto me percataba de ello. Las pocas personas que quedaban por la calle eran trabajadores que volvían a casa llenos de manchas y algunas mujeres ajetreadas que corrían por el suelo de tierra levantando polvo con sus pasos. Después de caminar por la pequeña calle central vi al final una casita con las palabras "Hostal" escritas en negro sobre la puerta. Entré a una sala de donde salían dos escaleras, una hacia arriba y la otra que descendía. La sala tenía las paredes descorchadas pero estaba limpia y cuidada. Cuando escuchó el ruido de la puerta una mujer de unos 50 años entrada en carnes salió sonriente de la puerta tras la mesa.
- Buenas noches, ¿Qué puedo hacer ti?
- Buenas noches, verá, necesito un lugar donde pasar la noche y algo de comida para el viaje. Espero que con esto cubra el pago.
Me bajé la capucha para poder sacar el collar, pero al hacerlo, la mujer soltó un grito contenido y se apartó.
- Usted... usted es...- Mientras me señalaba con un dedo tembloroso cubrió su boca con la mano libre. - Usted es la señorita Annathia, la hija de Friederich Valinov. ¿Qué hace aquí? Debe marcharse antes de que su padre sepa que ha estado aquí.
- ¿Qué? No espere, ¿por qué he de irme? Mi padre no sabrá nada, no sabe que me he ido.
- Por favor señorita, la están buscando. Han venido guardias al mediodia preguntando y amenazando a todo aquel que le ayudase. Sé que usted no es mala persona pero por favor debe marcharse. Si su padre se entera que le he ofrecido refugio tras su huida, la muerte será un final apetecible en comparación con su castigo.
La mujer había comenzado a llorar mientras temblaba de miedo. Nunca pensé que mi padre pudiera darse cuenta tan pronto de mi desaparición pero no quería que por dormir una noche a cubierto matasen a una pobre mujer. Asentí despacio y me volví a colocar la capucha para cubrirme del frío exterior.  Durante unos minutos solo hubo silencio y después ruido de gente corriendo.
- ¡Corred!, ¡si se la devolvemos a Friederich, nos recompensará!
Al oir eso eché a correr sin saber hacia dónde iba. Mi pecho latía con fuerza contra las costillas intentando bombear sangre más fuerte para poder ir más deprisa. Me comenzaron a dar pinchazos en el costado y la turba iba acercándose por lo fuerte que sonaba su carrera. El cansacio y deshidratación me impedían llorae pero el nudo de mi garganta solo me recordaba que había perdido, que no podría escapar de mi vida en el caso de que mi padre me dejara con vida claro. Me escondí en una esquina con la esperanza de que no me vieran y de repente una mano áspera me tapó la boca y sujetó los brazos contra el cuerpo arrastrándome hasta la puerta de donde había salido. Pateé al desconocido y le intenté morder pero no aflojó la presión. En un último intento levanté lo que pude los brazos y arañe lo más fuerte que fui capaz su mano.
- ¡Joder que daño! ¡Pare, pare! ¡Señorita pare! No voy a hacerla daño. Soy yo, Ilya. ¿Se acuerda?
Me soltó y yo me giré hacia él. La habitación estaba totalmente oscura pero se pude distinguir dos esferas rojizas sutiles que me miraban con preocupación. El alivio me dominó y le abracé con fuerza. Nunca antes había sentido esa sensación de protección mientras el miedo se desvanecía. Noté que se tensó bajo mi abrazo pero yo no podía soltarle, si lo hacía me desplomaría. Lentamente levantó los brazos y me rodeó el cuerpo intentando que me calmara. Notaba su cuerpo fuerte y cálido bajo la capa y me aferré a esa sensación de seguridad y calma que me transmitía.
- Está bien, no pasa nada.- Repitió esas frases hasta que conseguí despegarme de él.
- Gracias Ilya, yo... no sé que habria hecho si no llegas a estar aquí.
- Le debía una. -Sonrió con tristeza  y me posó sus manos con decisión sobre mis hombros.- Escuche, debemos salir de aquí antes de que regresen.
- ¿Pero dónde puedo ir? Mi padre ha aterrorizado a toda la gente del pueblo.
- Por lo pronto iremos a mi casa y ya pensaremos algo.
- ¿Qué? ¡No! No pienso poner en peligro a tu familia. Ya pensaré en algo.- Me aparté de él devanándome los sesos. Debía de haber algún lugar seguro.
- Annia.- Levanté la vista sorprendida cuando dijo mi nombre con el semblante totalmente serio.- Mi familia ha sido avisada, les conté como me ayudó el otro día y quieren protegerla. No llegará muy lejos si no me hace caso.
Me quedé callada. Tenía razón, si salía sin saber a dónde ir me pillarían y me entregaría a mi padre. Pero poner en peligro a más gente... No quería eso.
- Iré esta noche y antes de que amanezca me marcharé.
Al oir mi contestacion la postura de Ilya se relajo y sonrió.
- Bien, saldré un momento para asegurarme de que no hay nadie. Manténgase en silencio.
Dicho esto salió por la puerta por la que habíamos entrado, la cerró y yo me desplomé en el suelo. Nunca había pasado tanto miedo como en ese momento. Los castigos de mi padre eran aterradores pero saber que si me encontraban, me llevarían con él... Me lo imaginé apaleandome sin piedad y luego tirándome a los pies de Grigori como si fuera una rata. Agité la cabeza intentando deshacerme de esos pensamientos. Le debía a Ilya mi vida, y ahora iba a poner a si familia y a el en peligro. Genial. No me había dado cuenta del frío que hacía, me abracé las piernas y me di calor en las manos con mi respiración. Pasaron unos minutos hasta que la puerta se abrió y entró Ilya colorado por haber corrido
- Vamos, no hay nadie.
Me agarró de la mano para levantarme y se asomó por la puerta. Miró a ambos lados y salimos. La calle estaba desierta a excepción del ruido de fondo de los perseguidores. Ilya echó a correr y me arrastró con él llevándome por calles que conocia claramente. Iba totalmente seguro cada vez que tomábamos una esquina o cuando íbamos por un callejón. En una de estas pequeñas calles una casa destartalada se elevaba de la tierra. Estaba hecha de madera grisacea y tenía tres pisos aunque no era ancha, se extendía a lo alto. Se escuchaban voces dentro y las luces del primer piso estaban encendidas. Ilya soltó mi mano y noté el frío de la noche en la palma. Abrió la puerta despacio y de pronto las voces cesaron. Me hizo un gesto para que entrase y se apartó para poder cerrar la puerta. La habitación en la que estábamos parecia un salón, una cocina y una habitación al mismo tiempo. No era muy grande pero estaba bien organizada. En el centro una mesa con 6 sillas de madera, en una esquina un fogón viejo y oxidado sobre el que había un puchero que desprendía un agradable olor, y en la otra esquina se encontraba una cama con la colcha roja raída pero perfectamente colocada. Por supuesto no era lo único que había en la habitación, una mujer de unos 40 años con el pelo castaño recogido en un moño del que se desprendían algunos mechones me miraba con una sonrisa tensa, mientras que dos niños, una chica y un chico, de unos 10 años permanecían quietos con sus boquitas abiertas formando una "o" con los labios. Pero yo también me quedé mirando pues la niña tenía el pelo blanco y los ojos marrones, sin rastro del color rojo que tenía el resto de la familia y de los Avalons.
- Bienvenida a nuestra casa señorita.

A través de la Sangre (Annia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora