Difícil decisión

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«Un paquete para la señora Emma Morrow»

Sin tomarse el tiempo de ponerse sus pantalones, la rubia abrió la puerta, solo con sus braguitas rojas y una camiseta.

La mandíbula del joven botones casi se desencajó ante la vissión de ensueño que se presentaba ante él.

«Un...un...pa...que...paque...un paquete para usted, señora» dijo él empujado el carrito sobre el que reposaba una enorme caja.

Emma sonrió y metió el carrito hacia dentro. Después, en una escena digna de una película pornográfica de bajo presupuesto, se dirigió al salón moviendo exageradamente sus caderas para ir a coger su monedero en el bolsillo de su chaqueta.

Volviendo a donde se encontraba el hombre sonriendo ampliamente, le tendió su propina, que él cogió torpemente, la mirada fija en el pecho de la mujer.

«Gra...gra..gracias, seño...seño...»

Emma no le dio tiempo a que acabara su frase, cerrándole la puerta en las narices. Una carcajada resonó en la estancia cuando empujó el carrito hacia el salón.

«Estos hombres, siempre iguales...» pensó ella mientras abría el paquete.

Desde hacía años había aprendido a manipular al sexo masculino, su cuerpo de escándalo y su mente despierta la habían ayudado considerablemente en esa tarea. Ante una mujer hermosa, los hombres son débiles, y eso le servía enormemente.

Había comprendido que un hombre podía servir de coartada en caso de problema o medio para salir de una situación delicada. El menor pestañeo, un escote pronunciado bastaba para que hicieran lo que ella quisiera. La joven se servía de los hombres como simples herramientas, una distracción, nada más. Desde hace mucho tiempo había sucumbido a la compañía de las mujeres, mucho más dulces, más imaginativas, y sobre todo, mucho más salvajes en la cama.

El hecho de mostrarse medio desnuda ante el botones fue a propósito, la menor acción era reflexionada, estudiada, planificada. Él se acordaría de ella sin ninguna duda, y en caso de necesidad, si necesitaba una coartada de último minuto o un discreto favor, podría recurrir a él con los ojos cerrados.

El botones ciertamente intentaría volver a la menor ocasión para ver si la sorprendía en ropa más ligera, pero ella sabía que de momento, por ese día, estaría tranquila. En este momento estaría aliviándose en alguna esquina, aún bajo el asombro de lo que acababa de ver.

Empujando el carrito hacia el salón, Emma cogió un cuchillo de la cocina y abrió a lo largo la gran caja. Hundiendo su mano en las bolitas de poliestireno, sacó una pequeña caja que en seguida desenvolvió. Sacó unos prismáticos de alta tecnología que llevó a sus ojos para comprobar que funcionaban antes de meterlos en su estuche y dejarlos sobre la mesa.

Cogió la caja siguiente, de mayor tamaño, la puso también sobre la mesa y la abrió con rápido movimiento. Emma sacó un ordenador portátil, último modelo, diverso material informático y electrónico y un teléfono móvil de pre-pago que encendió inmediatamente para comprobar que iba bien.

Volviendo a meter la mano en el gran paquete, sacó otra caja, más larga que ancha. Una sonrisa tonta apareció en su rostro cuando la abrió para sacar de ella una maleta de aluminio de cerca un metro de largo. Depositándola delicadamente sobre el sofá, deslizó las cerraduras y la abrió.

Ante sus ojos emocionados, aparecía su arma preferida para los encargos que pedían precisión y limpieza, su fusil sniper M40A3 de color negro mate. Con un gesto casi maternal, acarició la culata del fusil y comprobó de un vistazo que todos los elementos estuvieran ahí.

En pleno corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora