Resaca del día siguiente

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Me despierto con la misma sensación que cuando me desperté en el aerodeslizador, pero con la diferencia de que no tengo ninguna inyección de morfina en el brazo, lo que tengo es una resaca de dos pares de cojones debido al alcohol. Me desperezo varias veces y voy al baño a darme una ducha porque apesto con todas las letras, pero mi dirección varía ligeramente: me arrodillo en el váter y vomito. Y cuando el alcohol sale la garganta quema lo mismo o más que cuando entra.

Me pongo en pie y supongo que con la bebida fuera de mi cuerpo me será más fácil deshacerme de este hedor, así que me dejo caer en la bañera y pulso unos botones al azar. No sé cuánto tiempo paso aquí dentro, pero me relajo bastante. Además, no creo que me echen en falta aún, ya que la tenue luz que entra por la ventana me dice que aún no serán ni las nueve.

Pienso en lo mucho que ha cambiado este edificio en las apenas cuatro semanas que he estado fuera: antes, cada planta estaba ocupada por cuatro tributos, cuatro personas con diferentes personalidades, posibilidades, preocupaciones, miedos, metas, sueños, ideales, recuerdos, propósitos y necesidades. Cuatro personas con diferentes pasados y una historia que no pasaba de los dieciocho años, y en el peor de los casos, no llegaba a trece. Y una muerte asegurada.

En cada planta había cuatro miradas diferentes, cuatro sonrisas, o cuatro semblantes serios. Había cuatro cabelleras de diferentes colores y cuatro cuerpos con un cerebro que no cesaba de recibir estímulos por doquier.

Y cuando estas cuarenta y ocho personas nos reuníamos en el sótano, cuando entrenábamos para dar lo mejor de nosotros, era una mezcla de personalidades explosiva. Había muchos choques, pero era allí donde se forjaban las alianzas y donde se podían ver todas las muestras de complicidad.

Y es que todos teníamos sentimientos, incluso profesionales como Robianne, Jesse o la chica del 2, diseñados para ser letales, tenían un corazón caliente dentro de su pecho, ninguno era de piedra.

Y ahora todo lo que quedaba de esos 48 chavales y chavalas era un idiota que se había pasado la noche bebiendo. ¿Cómo hubiera sido esta noche para cada una de las otras 47 personas? Si hubiera sido la temblorosa niña del distrito eléctrico las pesadillas no le habrían dejado dormir, si hubiera sido un adolescente de algún distrito central no sé su reacción, ¿estarán tan mimados como los profesionales o tan tiesos como nosotros, los de la periferia?

Si hubieran ganado Robianne o Jesse, no creo que hubiera sido una noche dolorosa, simplemente habrían disfrutado o incluso se habrían recreado en los asesinatos cometidos. Su orgullo y las riquezas prometidas por el Capitolio les habrían cegado como para ver lo horrible de sus actos.

Yo veo el mal que hice. Es muy fácil decir que soy un asesino, y antes de los Juegos pensaba en cómo era posible que los tributos cedieran y se mataran entre ellos. Pero cuando te rodean tres profesionales o una despiadada chica rubia se lanza a tu cuello hacha en mano, tu cerebro decide por ti. Actúas: matas.

Y eso me pesará el resto de la vida.

Pero, ¿y si Maysilee se hubiera encariñado con el barranco, y no yo? ¿Y si hubiera muerto yo al sesgarme el cuello un pajarraco? Y si luego ella hubiera matado sencilla y discretamente a Robianne con un dardo en su pecho, ¿cómo hubiera pasado esta noche?

Creo que esa es la reacción que más me cuesta imaginar, la de Maysilee.

Quizás porque la conocía con más profundidad que a los demás y sabía de la complejidad de su forma de pensar... ¿Quiere decir eso que estoy generalizando las demás actitudes? ¿Quiere decir que a lo mejor la niña del 3 no lo hubiera pasado mal, que a lo mejor simplemente hubiera sido feliz de regresar a casa como vencedora?

No lo sé. Pensar que los demás tributos no eran marionetas del Capitolio, si no personas con personalidades complejas, e intentar prever su reacción, me frustra, me hace sentir un filósofo fracasado. Me agobia mucho, me angustia.

Al salir de la bañera me seco, me visto, y toco un aparato en la pared que envía un impulso eléctrico hasta la raíz de mi pelo haciendo que se seque y se desenrede en milésimas de segundo. Me vuelvo a lavar la cara, por si las moscas, y me echo colonia.

Tengo dos opciones: o no vuelvo a beber en la vida, o me convierto en un borracho apestoso, por que está claro que este ritual de belleza no lo puedo hacer todas las mañanas, no tengo los productos, ni la bañera, ni... Un momento... Ahora lo que no voy a tener será los mismos vecinos de antes, ni la necesidad de calentar agua en una cubeta si me quiero lavar, ni nada de eso... Es decir, me voy a la aldea de los vencedores.

Aún le estoy dando vueltas a la cabeza cuando salgo al pasillo y me dirijo al comedor, donde no hay nadie. Me dirijo a la mesa de la comida y me sirvo una taza hasta arriba de café solo, para terminar de espabilarme, y veo un postre que tiene muy buena pinta, va como por capas: la base es de bizcocho, luego flan, encima frutas, como una macedonia, y la recubre flan y una mermelada de frambuesa, creo. O de fresa. No sé, es rosa. Me quiero servir pero no hay cuchillos, empiezo a buscar uno y me topo con la mirada muda de una avox. Yo sé lo que son, por que un muchacho del distrito fue mutilado de ese modo por robar en la panadería de la ciudad.

Me quedo helado, y ella me incita a hablar, alentándome con un gesto de barbilla:

-Un.. esto.. Un cuchillo. -Ella me mira aterrorizada, pero le sonrío intentando inspirarle confianza-: no puedo partir la tarta.

Ella suspira de alivio y se retira, para luego volver con un cuchillo y un plato. Le tiendo la mano para que me los de pero ella sonríe y niega con la cabeza, se dirige a la mesa de los postres y me cuestiona con la mirada.

Yo intento negarme pero finalmente suspiro y le señalo la tarta de frutas, ella corta un trozo y me tiende el plato. No puedo menos que agradecérselo y sentarme a la mesa. Como con ganas, ya que llevo un par de días ingiriendo sólo alcohol o morfina, y el estómago me ruge. Acabo con el plato y me bebo el café a sorbos, y en ese momento llega Theugos, desperezándose . Me mira sorprendido, y esboza una media sonrisa:

-Nadie diría que te has pasado la noche bebiendo.

-Mi tiempo me ha costado hacer que no lo parezca -le contesto riendo-. No tengo aspecto de bebido, pero por dentro estoy molido.

Entonces los dos nos reímos a carcajada limpia:

-¡Y luego soy yo el poeta! -ruge T entre risas.

-Lo cierto es que me ha salido así -suspiro, fingiendo pena-. ¡Será la última vez!¡Lo juro!

Seguimos desternillándonos hasta que nos calmamos poco a poco y T me dice:

-A las once cogemos el tren y regresamos a casa, ¿lo sabes verdad?

-Sí... Lo sé -le digo. Miro el reloj de la pared y veo que son las once menos cuarto-. Pues deberíamos ir bajando.

Él me mira y asiente.

-Regresemos a casa, Haymitch.

Haymitch, gana por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora