Primer encuentro en los juegos.

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Inspiré profundamente. Lo había hecho antes, no tenía por qué fallar. Una desviación ligera y el dardo envenenado daría en la frente de Haymitch, pero yo nunca dejaba hueco a la duda o a la desviación; era certera y rápida.

Mi larga cabellera rubia quedaba oculta tras el follaje, y yo con ella. Desde mi escondite, pude comprobar como unos segundos más bastarían para que el único tributo vivo de los cuatro iniciales del distrito 8 deslizara la hoja dentada de su cuchillo sobre el cuello de Haymitch. Conté mentalmente hasta tres y espiré fuertemente por la cerbatana.

Haymitch se incorporó y miró a su alrededor, aturdido. Su desconcierto era bien visible. Tenía la nariz rota y la sangre resbalaba por su camiseta, pero por lo demás, parecía haber salido ileso. Se secó el sudor de la frente con el antebrazo y recogió sus cosas. Estuvo a punto de reanudar la marcha, pero le salí al paso:

-Nos irá mejor si nos unimos -le mentí. Había usado el veneno de las bellas frutas paradisíacas para hacer de la cerbatana mi mejor amiga. Éramos letales. Y no me faltaba la comida, con lo que sólo le iría mejor a él. Yo lo sabía, pero aun así quería seguir junto a él.

-Supongo que ya lo has demostrado, Maysilee -dijo señalando el dardo que permanecía clavado en el cuello del tributo, ahora sin vida. -¿Aliados?

Por toda respuesta, asentí. 

Le ayudé a cargar con las provisiones, que desgraciadamente, eran escasas. Él tenía, de antemano, una pequeña mochila con una manta y una cantimplora, y el chico del distrito 8 tenía una exactamente igual, que cogí yo. Los otros dos tributos que Haymitch había matado sin mi ayuda iban con lo puesto. 

Empezamos a avanzar por el bosque del que yo había salido. Cruzamos un río, y cuando fui a beber, me cortó. 

-Vi a uno de los chicos del distrito 11 saciando aquí su sed. Murió al instante; debe estar contaminada.

-Las frutas también son venenosas -contesté-. Utilizo su veneno en mis dardos.

No sé por qué, pero no quería que me considerara su pequeña compañera de distrito de la que debía cuidar. Quería demostrarle que sé donde estoy, a pesar de que ya lo hice salvándole la vida.

-No todas -me rebatió. Le miré extrañada-. Eché un ratillo en el puesto de plantas y frutos comestibles.

Al parecer, ninguno íbamos a dejarnos ser considerados débiles.

Haymitch, gana por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora