La siguiente semana

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Me despierto a eso de las diez. El baño está detrás de la siguiente puerta a la derecha en el pasillo, en esta semana que llevo en mi casa lo he memorizado y podría ir con los ojos cerrados. Me levanto y en el baño me lavo la cara y bebo agua, anoche no bebí; estoy bien. Apoyo las manos en el lavabo y me miro al espejo: tengo cara de recién levantado, pero no de borracho. Esbozo una media sonrisa y antes de bajar las escaleras a la cocina me visto con una camiseta que huele a nueva y unos pantalones de mi padre. En la cocina me espera Anna, ya vestida, con unos pantalones marrones metidos por unas botas y una chaqueta de cuero y con un tazón de chocolate entre las manos. Me mira y esboza una media sonrisa:

-Buenos días Haym.

-¿Cómo va eso Anna?-. Ella se encoje de hombros pero amplía la sonrisa:

-Han abierto la mina-. Yo, que estaba abriendo la nevera para sacar la botella de leche, me giro y le miro, alzando una ceja:

-¿En serio? -Ella asiente y bebe, pero se quema y hace una mueca muy rara, que me provoca una carcajada- ¡Eso es estupendo! ¿Has hablado con alguien del Quemador?

-Nop, ha sido a primera hora de la mañana. Cuando venía de casa he visto a un grupo de mineros vestidos con el traje ir para la mina. Entonaban canciones de labor, sobre piedras que encontrar y familias que alimentar. Iban alegres y la gente salía de sus casas a recibirlos con aplausos, era muy bonito. Algunos agentes que patrullaban se han quedado a verlo, pero como no daban indicios de levantamiento los han dejado marchar felices. -Luego sonríe, mientras lo recuerda.

Yo me preparo un café y mientras me lo voy tomando recogemos comida de la alacena para repartir por ahí, igual que hemos hecho esta semana, en la que por cierto, he tenido tiempo de sobra de conocer mejor a Anna. Físicamente es un clon de Maysilee, pero por dentro... Ah no, por dentro son completamente diferentes. May era rebelde, libre e independiente, apenas tenía amigos pero todos la respetaban, y su semblante era misterioso, enigmático y de pocas palabras. Sin embargo Anna, aunque igual de callada, no es por independiente, si no por tímida. Es alegre, sonriente y dulce, ambas encantadoras, pero a su estilo. Una será mi mejor amiga, una hermana a la que proteger; la otra fue algo más.

La miro y le señalo la puerta con la barbilla:

-Vamos.

Ella sonríe:

-Vamos.

Abre la puerta y la luz de la mañana nos da de lleno, comenzamos a charlar sobre cualquier cosa, tenemos muchos puntos en común. De camino al Quemador Anna reparte toda su bolsa, como cada mañana, y yo la mía la reparto cuando llegamos al mercado. Allí me encuentro con Ghum, que ayuda a su madre, Lina, en su puesto de lanas y demás tejidos para ropa. Ghum alza la vista:

-¡Hola Haymitch!- Luego mira a Anna y se ruboriza ligeramente, le pasa desde que la vió el día después de mi llegada. Ella le saluda con una sonrisa, y se vuelve hacia Lina:

-¿Cómo llevais la tienda? He oído que ahora que la Mina ha abierto, mucha gente pasará por aquí.

Lina se encoge de hombros.

-Eso espero, por que esta semana apenas hemos tenido ingresos -nos contesta con una nota de gratitud en la voz-. De todos modos en unos días, si lo que dices es cierto, empezarán a venir los clientes de antes.

Veo como ellas siguen charlando y yo aparto a Ghum para hablar con él:

-¿Piensas decirle algo algún día?

-¿Cómo? -responde, haciéndose el loco.

-A Anna. He visto cómo la miras.

-Yo... Eh, bueno... Debería -contesta, cabizbajo. Yo asiento y le doy una palmada en el hombro.

-Si quieres, yo hablaré con ella. -Él se pasa una malo por el pelo negro, típico de la veta, y asiente.

Le miro una última vez, y le digo a Anna:

-Voy a dar una vuelta, ¿te veo en mi casa a la hora de comer?

-Claro Haym, te veré allí -sonríe ampliamente y se vuelve para seguir charlando con Lina, yo le guiño un ojo a Ghum, que es de la misma edad que Anna, para que espabile, y me abro paso entre las pocas personas que pasean por los puestos.

Salgo por la puerta y me encamino por las calles del distrito, veo a la gente, como empieza a renacer mi casa, el 12. Ellos comienzan a rehacer su vida, y yo debería comenzar a rehacer la mía.

Llego a las afueras de la veta y diviso la pradera, con esa verja que nunca electrifican, y me acerco, por curiosidad, porque un ruido me atrae: el zumbido que indica que la verja está cargada.

Me alejo de ella rápidamente y sacudo la cabeza: ¿cómo es posible? ¡Nunca la electrifican!

Tiene que haber pasado algo que ignoro, así que decido hablarlo luego con Anna y me dirijo hacia mi destino inicial:

La mina.

Allí están trabajando los pocos amigos que tengo, y todos los amigos de mi padre. Tengo que saber quien cayó en la toma del edificio de justicia, y quien sigue vivo y teniendo que sacar a sus familias adelante.

Entro por la puerta y, lo que antes me resultaba pesado, angustioso, y casi insoportable, ahora lo hago con ganas. Llamo al ascensor y abro la verja que lo cierra, me cuelo adentro y pulso la planta más profunda, donde trabajan los veteranos, es decir, los amigos de mi padre. Cierro la verja con las manos temblorosas, (nunca me han gustado mucho las profundidades), y respiro hondo, hasta que se para el elevador y abro la verja.

Veo mucha vida de golpe. Muchísimos hombres, aunque no muy cansados para su edad, trabajando con el pico y la pala. Doy un rápido vistazo, por que estoy deseando salir de este agujero, y en cuanto veo caras familiares sanas y salvas, vuelvo al elevador con una sonrisa. Nadie ha reparado en mí por que todos están demasiados ocupados.

Regreso un par de plantas arriba hasta la más superficial, y abro las puertas del ascensor, esta vez con más cuidado, por que en esta planta está la oficina de empleo de la mina. Aún así comienzo a pasearme entre la gente, intentando no llamar la atención, pero mi camiseta, poco adecuada para un sitio así, me delata, y muchos son los que se giran para felicitarme, cosa que yo acepto con una mueca que intenta ser una sonrisa, hasta que lo entiendo. Me felicitan por cuidar de Maysilee en los juegos, por cuidar ahora de Anna y junto a ella ayudar a los que lo necesitan. Muchas caras conocidas me sonríen y me hago una idea de los compañeros que cayeron junto a mi padre. Les prometo ayuda y vuelvo al ascensor, cuando cuatro pies enfundados en un traje blanco y unas botas negras se cuelan conmigo y me sujetan los brazos. Forcejeo pero es inútil.

-Supongo que no te importará que te hagamos unas preguntas -me dicen los agentes de la paz.

-¿Por qué iba a importarme? -contesto intentando parecer firme.

-Pareces agobiado -contesta a su vez el otro, algo más alto y fuerte.

-No me gustan las profundidades -les confieso.

-Y sin embargo has trabajado todo un año aquí, ¿no, Abernathy?-. Yo asiento.

-Mejor que morir de hambre... -Susurro por lo bajo.

-¿Y has vuelto por... ? -me quedo sin palabras. No puedo decir que quiero ver como están mis amigos, si alguno cayó en la revuelta, por que sería condenarlos y condenarme. Me quedo en blanco, y el efecto es el mismo que si hubiera hablado. Se limitan a decir:

-Acompáñanos, Haymitch.

Haymitch, gana por míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora