vii. el príncipe de aobajousai

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Ese día, Natsu se sentía dentro de un cuento de hadas, uno terriblemente aburrido.

Llevaba un par de minutos dando vuelta por el -muy concurrido- parque con una pequeña canasta en sus manos, llena de onigiris que mamá le había preparado para su picnic con Endou-chan.

Pero su pequeña amiga jamás llegó. La pelinaranja se sentía más preocupada que molesta por aquello.

—Espero que Endou-chan se encuentre bien... —murmuró para sí la niña—, ¿y si le llevo flores? ¡Endou-chan ama las flores!

Con pasos decididos, Natsu se aproximó a una zona del parque donde las flores inundaban la vista con sus colores y un aroma embriagador se respiraba en el aire.

—Una de estas y de esta también, ah, esta huele bonito... ¡Wah, esta tiene una abeja!... Oh. No, solo era una mosca.

Poquito a poco, Natsu consiguió armar un ramillete muy colorido para su amiga. Tan orgullosa estaba con su trabajo que definitivamente no vio venir aquel balón.

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Cuando los ojos miel de la niña se abrieron con pesadez, pudo distinguir el cielo azul lleno de nubes que parecían mecerse de un lado a otro.

—¡Iwa-chan, Iwa-chan! ¡Despertó, mira, la niña despertó! ¡No la maté! ¡Aah!

Aquella voz que resonó con fuerza, trajo por completo a Natsu a la realidad. Bueno, eso creía. Porque al fijar su vista en el dueño de la voz, se encontró con un príncipe.

Era un príncipe, sí. Con un hermoso traje blanco y una pequeña diadema adornando su cabeza.

—Eh... ¿cómo te sientes, pequeñita?

Su voz y la forma en que esos enormes ojos almendrados la miraban le sacaron un suspiro a la pelinaranja.

—Ups. ¡Iwa-chan, rápido, creo que la descompuse, está perdiendo aire!

—Eres un príncipe... Realmente lo eres.

El chico guapo pareció pensar a mil por segundo una respuesta adecuada para la situación.

—Ah... Sí. ¡Sí, pequeña doncella, soy un príncipe de verdad!

De un salto, la niña se puso de pie. El joven castaño frente a ella, le tendió la canasta y el ramillete que la niña había perdido minutos atrás.

—Gracias, príncipe... Eh, ¿cuál es su nombre?

—Yo... Uh. Yo soy el príncipe Tooru, del Reino de Aobajousai. ¡JA!

Si Natsu hubiera tenido que describir aquel momento, la palabra que usaría sería: perfecto.

Ahora ni Shouyou ni mamá podrían volver a decirle que los príncipes así de encantadores no existían más que en los cuentos.

—El Reino de Aobajousai... ¡Wow! ¿Eso queda muy lejos de aquí?

El príncipe sonrió con nerviosismo e hizo un ademán vago con su mano.

—Algo. No podríamos llegar a pie.

—¿No?

—Nop. Es necesario un corsel blanco para llegar allí —explicó el castaño, mientras se sentaba delicadamente sobre el césped.

—Wah. Un corsel blanco... ¿Y dónde dejaste el tuyo? —inquirió la niña, sentándose junto al muchacho—. No he visto jamás un corcel blanco en esta ciudad.

—Pues... Es que mi corsel fue... uh, herido, sí. Cuando llegué aquí, mi corsel fue herido y entonces mi escudero personal tuvo que llevarlo con un hechicero para que lo curara.

Ante cada palabra que salía de los labios del príncipe, los ojos de Natsu brillaban con mayor intensidad y su sonrisa se ampliaba.

Casi podía imaginarse al guapo Tooru cabalgando sobre su corcel, yendo a rescatar alguna damisela en apuros junto a un valiente escudero que debía ser temible.

—¡Uwah, el príncipe Tooru es alguien muy valiente! —las manitos de la niña apretaron el ramillete contra su pecho—, y su caballero debe ser muy leal.

—Oh. Iwa-chan es el hombre perfecto, te lo aseguro —el tono tan extraño que usó el castaño hizo que la niña lo mirara con curiosidad.

Una sonrisa por parte del mayor bastó para que la pelinaranja se olvidara de aquello.

Ambos sigueron hablando un par de minutos, hasta que Natsu recordó que debía volver con su madre al otro lado del parque para ir a casa. Y seguramente el príncipe Tooru debía tener mucho por hacer. Era hora de volver a casa.

—Ya debo irme, príncipe —una mueca de tristeza cruzó por el rostro de la niña, esa era la primera vez que conocía a un príncipe real y nadie estaba allí con ella para ver la prueba viva—, ¿podemos vernos otra vez?

—Oh... Sí, claro que sí —una sonrisa sincera iluminó el rostro de Tooru y con delicadeza acarició el cabello de la niña—, nos veremos otra vez y podrás conocer a mi sexy escudero.

—¡Wah, sí, sí, quiero conocer a Iwa-chan!

Ambos se despidieron y antes de irse, Tooru preguntó por el nombre de su pequeña amiga.

—Oh. ¡Yo soy Natsu, Hinata Natsu!

—¿Hinata? ¿Como el Hinata de Tobio-chan?

—¡¿Conoces a oniichan y a Kageyama-kun?!

Rayos, Tooru. En qué te metiste.

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Natsu & OniichanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora