Capítulo VIII

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Thomas comenzó a temblar al percatarse de todo. El rubio, que hasta hace unos segundos pretendía molerlo a golpes, ahora estaba encerrado junto con él. Tal cual una presa encarcelada en la misma celda que su depredador.
Recordó vagamente el coliseo romano, alguna inconclusa historia semejante, un cuadro en el que él era un pobre muchacho condenado y Newt ocupaba el papel del feroz león que segundos después iba a cenarlo sin hacer un mayor esfuerzo. También, algo similar era lo que sucedió en el Laberinto una semana atrás, cuando quedó atrapado junto con Minho y Alby toda la noche, rodeados de muros y Penitentes listos para eliminarlo. Una gama en su interior hubiera preferido otra noche fuera del Área antes que esa asquerosa situación.

Thomas tuvo miedo de mirar a Newt más allá de lo que le permitían sus reflejos, no quería ver el ceño fruncido del rubio o sus puños apretados. Se mantuvo casi inmóvil, como si con tal acción consiguiera volverse invisible a los ojos de su colega. Estaba bañado en sudor frío por los nervios, rogando por que todo sea solo un mal sueño, tan irreal como parecía su vida desde que pisó ese lugar. Quiso hipar porque podía sentir los golpes en su cara, los arañazos en su cuello y los gruñidos de ira de su compañero. Nada conseguía salirle bien últimamente.

Y para colmo, Minho lo dejó servido en bandeja de plata, listo para ser devorado por una bestia llena de furia.

El castaño contó hasta diez en su mente, luchando fuerte por no cerrar los ojos y mantener relajados sus músculos, debatiendo internamente si debía enfrentar al rubio o gritar a todo pulmón por su liberación. Aún creyendo que está última era la más inteligente de las opciones, se animó a enfrentar a Newt.

El jovencito estaba a un costado, sentado, con su espalda pegada a la pared, una pierna extendida y la otra flexionada. Su expresión le supo indescifrable, una sutil mezcla de cansancio, dolor y hartazgo.
Sus ojos gélidos no se despegaban de un punto fijo en la tierra y por momentos amenazaban con cerrarse, como un tic por el dolor. Su boca se mantenía entreabierta y jadeante, un ligero corte en el labio adornaba su rostro rudo y serio, también podía ver un raspón en su sien derecha, pero no era nada grave. Encontró más raspones a lo largo de sus brazos y otro en su tobillo que, débilmente, aún destilaba un poco de sangre. Pudo imaginar una infinidad de golpes por todo su cuerpo que luego serían moretones oscuros asomando por los rincones de su pálida piel.

De pronto pasó su vista a sí mismo. Tenía la sensación de haberse enfrentado a una manada de Penitentes durante horas. Adolorido hasta el tuétano, con heridas y hematomas que seguramente permanecerían por varios días.
Su ropa llena de polvo comenzaba a picarle y quería deshacerse de ella, ansiaba estar solo y poder quejarse tranquilo. En cambio, guardó silencio, incapaz de permitirse aullar libremente por el ardor que sentía cuando el sudor hacía contacto con sus raspones.

Con una mueca de dolor se puso de pie, reprimiendo mil y un quejidos que querían escapar de su garganta. Aún sentía los golpes que le profirió Newt en sus costillas y le dolían las piernas. Sacudió sus ropas y su cabello, desprendiéndose un poco del polvo que lo hostigaba hasta el hartazgo. Se acercó tambaleante hasta la única salida de su cárcel, con un hilo de esperanza de encontrar a Minho a la distancia y pedirle se rodillas que lo saque de ahí. O que retire a Newt. Cualquier cosa estaría bien. La perspectiva de pasar la noche entera con ese rubio le quitaba el aliento y le sabía más que un suplicio infernal. Una noche en el Laberinto no le parecería tan mala luego de ver su actual situación.

Se llenó de desesperanza cuando no halló lo que esperaba encontrar.

Las luces titileaban débilmente a la distancia y pequeños murmullos se oían con dificultad. Podía ver como Sartén terminaba de guardar todo en su lugar y hasta escuchó cómo dejó caer una caserola que hizo un ruido fuerte y estrepitoso al estrellarse contra el suelo. Unos Habitantes lo miraron y se mofaron de él con risas que apenas pudo oír.
Buscó a Minho entre los que aún seguían despiertos pero no lo halló por ningún lado. Ni rastros de su amigo que, en ese momento, era su única salvación, aquella llave que abriría el candado, lo alejaría de Newt y lo mantendría a salvo toda la noche.

Detrás de los Muros /Newtmas/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora