La primera vez que Louis recibió la nota, pensó que algún despistado no había notado que la familia anterior se había mudado de aquel caserón. Debería tratarse de una persona muy poco atenta, realmente, porque no se necesitaba ser demasiado observador para notar el estado de abandono del jardín y la entrada, como si nadie se hubiese preocupado por ambos en meses.
Era el día dos de la mudanza, y Louis había salido a la puerta a atender a un electricista, mientras su mamá terminaba el desayuno para sus cuatro hermanas. Ya había notado el día anterior el tallo espinoso de una flor asomándose del buzón. Sus pétalos se habían perdido con el tiempo, pero Louis sospechaba por las espinas que se trataba de una rosa. Sin embargo, el día anterior, descargando caja tras caja del cajón, había olvidado por completo chequear de qué se trataba.
Se ocupó de señalar a los electricistas el camino al caserón entre los yuyos y las crecidísimas ramas de los árboles. Luego, abrió el buzón de lata, y se encontró con una pequeña nota atada a la base del tallo. Debería llevar allí varios días. Si pensó, por un momento, que quizá se trataba de una nota de bienvenida para él y su familia, lo descartó prontamente al notar el destinatario y el tono del mensaje.
No conocía a nadie en la ciudad todavía, y no había manera en que se hubiese ganado un admirador secreto tan pronto, pero estaba dirigida a "ojos azules", y Louis cumplía con los requisitos, así que la leyó. Decía:
Louis frunció el ceño mientras repasaba el mensaje. Parado allí, junto a la entrada, con nada más que sus shorts de jean, se sentía de golpe increíblemente desnudo. Miró a ambos lados, pero las calles estaban tan desoladas como habían estado desde que se habían mudado, con la honrosa excepción de la camioneta 4x4 de los electricistas. Trabó la reja de todas formas: se sentía observado.
Afortunadamente, apenas dio dos pasos adentro del jardín, el ramerío de hojas y flores lo volvió completamente invisible. Aquel patio iba a ser trabajoso de mantener, particularmente en otoño, a juzgar por los montecitos de hojas húmedas que quedaban por limpiar. Pero era primavera ahora; faltaba medio año para tener que pensar en eso, y probablemente lo habrían podado un poco para ese entonces. Además, en ese momento, le había ofrecido un refugio de fisgones, y le estaba agradecido.
El caserón tenía la pared de frente cubierta de enredaderas, pero la puerta principal estaba tapada de todas formas —otra cosa que, con suerte, resolverían antes de que llegue la próxima primavera—, así que Louis rodeó la casa, pasando por debajo del árbol que daba sombra a la galería, y entró por la cocina.
Su mamá se veía bastante alterada, debatiéndose entre atender el llanto de Phoebs, terminar el desayuno, y explicarle lo que necesitaba a los electricistas. Louis no era el hijo predilecto por nada: metió la nota en el bolsillo, interrumpió su Castigo de Silencio con el que protestaba todo el asunto de la mudanza (que Jay no había notado todavía de todas maneras), y alzó a su hermanita en brazos.
—¿Qué pasó Phoebs? —dijo mientras ella lloraba en su pecho—. Ve, mamá. Yo terminó el desayuno.
Jay estaba tan cansada que al sonreírle casi se larga a llorar, pero los electricistas estaban a punto de descolgar la lámpara equivocada, y ella apenas tuvo tiempo de dibujar un gracias con los labios antes de perderse por el enorme salón de la casa.
—Hay una... Araña —sollozó Phoebs señalando el baño de servicio.
—La maté, pero sigue llorando —explicó Fizzy desde la mesa con una expresión frustrada—, lo mismo anoche. Tú estabas al teléfono y ella chillando por un bichito en el dormitorio.
—Como para no chillar, esta casa está llena de criaturas —protestó Lottie, incapaz de evitar el gesto de repugnancia—, abrí la ventana de atrás y había un sapo del tamaño de un melón.
—¿En serio? —Fiz tenía los ojos grandes y una exagerada sonrisa que sólo llevaba para ofender a su hermana—, sería genial tener un sapo de mascota.
—¡Claro que no!
—¡Que sí!
Phoebe lloriqueaba aferrándose a Louis todavía un poco más fuerte, mientras él, como podía, daba vuelta los panqueques.
—Basta, las dos —protestó, pero ninguna de las dos le hizo caso. Suspiró—: no te preocupes Phoebs, estoy seguro de que no era un sapo. Y las arañas sólo andan por la casa porque todavía no saben que nos hemos mudado aquí. Cuando terminamos de acomodar todo, se correrá la voz y ya no verás ni una.
—¿Y a dónde irán? —preguntó bien bajito, con la manita aferrada al cuello de su camiseta.
—Al jardín, allí es su casa. Se comerán los mosquitos y ya no te molestarán.
Por un momento, apenas se oía en la cocina la interminable discusión de sus hermanas y el ruido del patio que Louis todavía no lograba descifrar. ¿Chicharras, grillos? ¿Algún extraño tipo de pájaros? Nada que él pudiera nombrar con su vocabulario urbano.
Extrañaba a Londres. Extrañaba a sus amigos, extrañaba el cable y la internet y extrañaba vivir en una ciudad en la que no todos los habitantes se conocieran entre ellos.
Frodsham era un pueblo bastante corriente de siete mil habitantes cerca de la costa. Poseía en su inventario poco más que un castillo, tres puentes, cuatro escuelas primarias, cinco panaderías, demasiadas avocetas y absolutamente ninguna escuela secundaria. Esa había sido su principal objeción a todo el asunto, apenas su mamá se lo había comentado una noche después de que el resto de sus hermanas se fueran a dormir. Pero Jay se había adelantado y había encontrado un perfecto colegio a un pueblo de distancia, que además de tener orientación en ciencia —algo por lo que Louis se había fascinado en sus últimos años—, era de muy buen nivel:
—Una de las mejores del país, Lou. Y con tus calificaciones no tendrás problema para entrar.
Finalmente, Louis no sólo había tenido que acceder a mudarse —no es que Jay le estuviera consultando de todas formas— sino que había tenido que pasar el verano estudiando para los exámenes de ingreso a una escuela a la que no entraría hasta Junio del año siguiente: ridículo.
Pero no valía la pena pensar en eso ahora. Estaba hecho. Louis ya no era un chico de ciudad: vivía en jodida Frodsham, y lo mejor sería adaptarse a ello. Por el momento, se conformaría con averiguar qué demonios era ese ruido en el jardín.
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Cuando Sonríe Extiende la Primavera - HL Highschool AU
FanfictionFrodsham es un pueblo bastante corriente de siete mil habitantes, cerca de la costa. Posee en su inventario poco más que un castillo, tres puentes, cuatro escuelas primarias, cinco panaderías, demasiadas avocetas y absolutamente ninguna escuela secu...