#10. -

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Louis despertó el domingo con seis llamadas perdidas, algo así como cuarenta mensajes en el grupo >>zilo<< , y dos de Harry. Los últimos decían:

Necesito hablar contigo, Lou.

No puede ser por mensajes de texto.

Era justo, creía. Los mensajes escritos sólo habían generado confusiones entre ellos.

Intentó desayunar, antes de salir, pero tenía el estómago hecho un nudo y ganas de gritar. Jay le acariciaba lastimosamente el cabello, cada vez que pasaba a su lado por la mesa del comedor.

Le había contado todo la noche anterior, apenas las niñas se habían ido a acostar y quedaron los dos solos bebiendo té en su cama, y mirando películas viejas. Su mamá era una mujer amable, pero no entendía del todo las cosas que le pasaban. No había entendido lo miserable que se había sentido cuando se tuvo que mudar, y no entendía lo miserable que se sentía ahora.

—Nadie muere de un corazón roto, bebé —había dicho, y le besó la frente—, pero igual deberías hablar con él y aclarar las cosas.

Así que cuando se levantó de la mesa, dejando el té sin beber y los huevos sin comer, ella sólo le sonrió y dibujó un "suerte" con los labios.

Louis tomó la bicicleta de la galería y caminó entre los yuyos de metro y medio, sin quitar la mirada del buzón. No había rosa blanca ese día, pero Louis no estaba realmente sorprendido: Harry había dicho que sería mejor hablar cara a cara.

Cuando abrió el portón, sin embargo, vio al chico de cabello rizado desesperadamente quitándose el suéter de la cabeza. Harry lo miró parpadeando lentamente, con la boca entreabierta y lagañas en los ojos.

—Toqué timbre —dijo, su voz ronca.

—No anda —explicó Louis. Harry sonrió suavemente y Louis tenía las mejillas rojas, pero era el menor de sus problemas—, ¿quieres ir a pasear?

Harry asintió suavemente.

Siguieron la calle del caserón, porque Louis nunca se había aventurado allí. A veces pasaban camionetas viejas: Louis podía oírlas cuando estaba inflando la bicicleta en el jardín. Pero la calle doblaba después de unos metros y se perdía entre los árboles, y su destino era un misterio que Louis siempre postergaba resolver.

Cuando sugirió seguir ese camino, Harry asintió emocionado.

—Va al río —explicó, mientras se subía en la parte trasera de la bici, donde Louis a veces ajustaba la sillita de las mellizas. Lo rodeó con los brazos por la cintura, y Louis tuvo problemas para disimular la sonrisa.

—Vayamos, entonces —murmuró.

No hablaron en el camino. Ni de ellos, ni del clima, ni de por qué Harry dormía frente al portón de su casa cuando Louis salió. Louis diseñaba en su mente el orden de las palabras que quería decir, como empezar a explicar lo mucho que le gustaba, lo incierto que se sentía todo. La noche anterior, al no poder dormir, había releído una a una las notas, y creyó que quizá, sus chances no estaban acabadas del todo. Hay un chico que me gusta , decía una y Louis creía que quizá... Quizá.

"Me gustas", pensó en decirle, "Sé que fui evasivo y tonto, pero realmente me gustas". Pedaleando por la calle de tierra, cuidadosamente dibujando un sendero sobre las sombras de los árboles, Louis planeaba una y otra vez lo que iba a decirle, pero la respuesta de Harry permanecía un misterio.

¿Iba a tener que preguntarle? "Me gustas, ¿te gusto también?". ¿Sería eso demasiado desesperado?

Pero no hablaron cuando llegaron al río. Louis sólo frenó suavemente, y dejó a Harry bajar primero, y luego, cuando puso la patita, Harry tomó su mano sobre el manubrio y lo besó. Louis cerró los ojos y disimuló el suspiró, apretando el manubrio un poco más fuerte. Lo besó de vuelta, acercando su boca, acariciando su mano con el pulgar. Era como si todavía pudiera saborear, en los labios de Harry, aquel helado que compartieron en la puerta de su casa: era así de dulce, así de infinito.

Cuando Sonríe Extiende la Primavera - HL Highschool AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora