Tiro mi mochila al suelo y me saco la chaqueta de mezclilla. Ruedo los ojos en su dirección.
—Hoy no, Jongdae, tampoco soy tu madre y ya estás grandecito.
Lo oigo bufar mientras hago mi camino al baño. Lavo mis manos sin secarlas para luego ir al sofá donde está y tirarle las gotas en la cara.
Me aparta con molestia.
Ups, alguien está de mal humor.
Jongdae es mi compañero de piso por este semestre. Lo primero que se preguntarán es que si algo sexual ha pasado entre nosotros y lamento decir que no. Él tiene su novia, y se ve muy feliz. Yo soy mala pero no como para meterme en las relaciones de él, porque me cae bien. Si me cayera mal, las cosas serían diferentes.
No me molestaba el hecho de que era un rayo de sol y sonriera las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Tampoco soy una amargada, sólo un poco reservada. E irritable, aseguraba Jongdae, pero yo no le creía.
No éramos amigos pero tampoco nos odiábamos, sólo era el tipo con el que comparto la cocina y la televisión.
—¿Estás enojado?— le digo sirviéndome un café.
Sube sus pies a la mesa de centro que teníamos.
—Tuve un mal día, pasaron muchas mierdas.— suspira cambiando los canales.
El sol se está poniendo y este viernes no tengo planeado salir a ninguna parte. Se ve tan melancólico con la puesta de fondo que me daba risa. Le sirvo una taza pequeña pero cuando se la acerco me la rechaza.
Subo mis hombros devolviéndola al mesón. Las personas más risueñas son las más aterradoras cuando están en un mal modo, y la mandíbula apretada de Jongdae me lo confirmaba.
Así que simplemente me siento a su lado cruzando mis piernas y revisando mi teléfono. Sin decir nada. Oigo un partido de fútbol y cómo el equipo contrario hace un gol, lo que provoca que él suelte un quejido frustrado, como un todo me sale mal.
—¿No vas a salir hoy? —pregunto con cautela porque no me gustaría recibir un grito suyo.
Niega levemente con la cabeza y sigue pasando los canales.
