Caballero Mark no era un galán pero sí tenía modales. Y muy buenos.
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teenager - got7
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Usualmente era mi padre quien me llevaba al instituto. En la comodidad de su auto yo era capaz de dormir unos minutos en el camino o terminar los deberes si es que no podía en casa. En el invierno, el cálido aire acondicionado era nuestro mejor amigo y en el verano dejábamos que la fresca brisa mañanera nos refrescara.
Papá cambió de trabajo ahora último. Era buenísimo, increíblemente conveniente para mi familia y totalmente acorde a lo que él disfrutaba hacer. Todos estábamos muy felices porque habíamos estado algo cortos de dinero estos meses y el gran aumento de ingresos significaba más comodidad para mi madre, yo, mi hermano menor y los gemelos, quienes, definitivamente, no éramos fáciles de mantener. Esta era una gran oportunidad para nuestra gran familia.
Él no dudó. Bueno, tal vez un poco, porque aceptar el empleo conllevaba que mi padre tuviera que viajar a Jeju de lunes a viernes, y dejarnos solos durante casi toda la semana. Sería difícil para mi madre criar tres niños sola, además de las pequeñas necesidades que yo no podía sustentar por mi misma. Pero con el dinero que entraría al hogar, era posible contratar a alguna empleada que ayudara con los quehaceres de la casa mientras mi mamá dedicaba su mayor parte del tiempo a cuidar a los bebés.
Es por eso que ahora me encontraba caminando hacia el subterráneo para ir al instituto. Porque mi padre no estaba, y mi madre no podía dejar solos a los gemelos para llevarme en su auto, cosa que no era para nada necesaria, pero me echaba de una patada de mi zona de confort. El subterráneo era algo molesto.
La mañana estaba algo helada así que escondí mi boca y nariz en mi bufanda, a la par que metía mis manos en los bolsillos de mi abrigo y aprovechaba de cambiar la canción.
Iba puntual. Después de unos días calculando mis tiempos y aprendiendo los horarios de los trenes, por fin di con la hora exacta para no llegar tarde a clases. Y es que no quería toparme con el portero irritante que te preguntaba mil veces los motivos por los que llegabas atrasada. No gracias, no me di el trabajo de prácticamente hacer matemáticas en mi cabeza para saber a qué hora debía subirme a la cabina.
Visualicé el tren y sujeté bien las correas de mi mochila como mi padre siempre me decía. Estaba medianamente lleno, pero adentro estaríamos todos atrapados como sardinas como usualmente ocurría por las mañanas. Miles de estudiantes y adultos rellenaban los pasillos y en todos estos días no he podido viajar sentada. Ya me acostumbré, pero no deja de ser fastidioso.
Las puertas se abrieron y con agilidad entré. Aseguré un mango para acomodarme frente a los asientos y así evitar accidentes. Luego de unos segundos en que cada vez me sentía un poco más apretada, las puertas se cerraron y el viaje comenzó. Eran casi quince minutos de pie pero que se pasaban rápido en compañía de buena música.
