Capítulo. 8. Caer. (2/2)

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Estaba muy consciente de sus actos, más que nadie.

—Sólo... sólo esta noche...

Aquella frase, sin embargo, estuvo muy lejos de ser dirigida hacia Iván, Yao sabía muy bien que sus palabras no tuvieron otro objetivo más que darse el valor de acallar todas las voces que gritaban que estaba a punto de cometer el más grave error de su vida, pero otra cosa de la cual ahora estaba consciente era que, no había vuelta atrás.

Fue cuando todo pareció carecer de importancia y ante un nuevo beso la necesidad de contacto volvió a tomar absoluto protagonismo, volviendo insignificante cualquier otra cosa que se atreviese a rondar por sus mentes o suceder a su alrededor, incluido las prendas empapadas que se pegaban a su piel, casi como si el calor del momento hubiese evaporado todo rastro de agua, el mundo podría haberse terminado allí mismo y ninguno se habría percatado.

A merced de la irracionalidad, se sintió pensar más claro que nunca, cuando supo de una vez por todas que no quería volver a besar a ninguna otra persona en el mundo.

Entre torpes movimientos, después de uno u otro modo haber abierto la puerta, los pasos los llevaron hasta dentro de la casa, mientras contradiciendo toda lógica, cortar el beso se tornó algo impensable.

A este punto la cercanía de sus cuerpos había aumentado, tanto que fue la primera vez en esa noche que sentirían la impresión de fundirse el uno con el otro, Yao se había aferrado al cuerpo de Iván, rodeando su cintura con sus piernas, mientras que este disfrutaba del tacto de sus muslos con la excusa de no dejarlo caer. Su camino continuó entre besos y caricias, hasta que llegaron hasta la habitación. Donde tras cerrar la puerta con un pequeño, pero habilidoso movimiento, el eslavo dejó caer con suma delicadeza el cuerpo de Yao en su cama.

Jamás habría pasado por su mente que aquello fuese a suceder, y si alguien se lo hubiese advertido, bien habría puesto en duda su palabra, a veces la vida misma era la más bella muestra de ironía.

Y la tenue luz de la ciudad que se filtraba por las cortinas de la ventana era la única presente en la alcoba, la única que les impedía accionar a ciegas.

Se detuvo un momento, dándole placer a sus ojos unos instantes.

Yao había sido la persona más hermosa que había conocido.

Y no sólo era la vista, aquella que no habría podido describir ni aunque tuviese mil libros en blanco destinados a ello, era la pura sensación de estar allí, la humedad de sus ropas, como se apoyaba en las suaves sábanas que parecían envolver su cuerpo y el creciente calor del pequeño cuerpo del oriental, el olor de la lluvia junto al poco alcohol que había mojado sus bocas previamente, el sonido incesante de las gotas chocar contra la ciudad y sus respiraciones agitadas, todo se complementaba en esa inmensa felicidad que desbordaba de su pecho al sólo vivir aquel momento.

Sin contar que, era con él con quien compartía aquello. No sabía como decirlo, pero desde la primera vez que lo había visto había sentido una instantánea atracción apoderarse de sus pensamientos,...algo totalmente distinto a la mundana atracción física.

El pecho de Yao subía y bajaba, un tanto agitado por el mar de sensaciones que habían atacado de improvisto su cuerpo en una sola noche. Viendo hacia arriba con las mejillas ruborizadas en su totalidad, apenas distingüendo las facciones de Iván, no había rastro de duda en su corazón.

No dudó en dar todo de sí ni una sola vez.

Iván, hasta estar encima del asiático, ahora uniendo sus labios nuevamente, no obstante algo variaba, puesto que todo rastro de lujuria o necesidad se disipó, aquello asemejando más a la ternura de un primer beso por unos instantes.

Aquel Despistado Turista. (Rochu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora