Capítulo 3. Curiosidad.

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Y allí se encontraba, frente a frente con aquella intimidante puerta de roble oscuro.

Habían pasado unos días desde su encuentro, seis días para ser exactos, seis días en los que el asiático había tratado de despejar su mente, tratando de ignorar aquel gran impacto que había causado en él el haber conocido a Iván, un impacto que... por muy absurdo que sonase, arremetía contra su tranquilidad, el tan sólo revivir la sensación de las manos del ruso contra su mejilla provocaba un pequeño escalofrío en su espalda, pero, ¿por qué?, ah, ni él mismo tenía explicación alguna.

Y aunque días después de su encuentro ya casi ni le atribuía importancia, distraído conociendo la ciudad junto con sus primos, allí, justo en frente de la puerta del hogar del ruso todos aquellos sentimientos regresaban a su pecho.

Diez minutos, diez minutos frente a esa puerta, en los cuales subía la mano, dispuesto a tocar y casi de inmediato la bajaba, por un instante pasó por su mente el estar en la casa equivocada, o que Iván se olvidase de las clases... incluso de haberlo conocido, pero ya aquello rompería la brecha de lo absurdo, por lo cual descartó todas las ideas.

Sacude un poco la cabeza, ¿qué se supone que hacía?, ¡bah!, no lo mataría tocar la puerta, ¿No?... ¿No? ¡A nadie nunca lo mató tocar una puerta!, bueno... en las películas de terror quizá, pero en la vida real no...

¡No! ¡Para nada!

Entonces toca, acabando con todo de una vez por todas, dos toques, lo suficientemente fuertes como para hacerse notar y lo suficientemente leves como para que no sonasen con desesperación.

Al principio no escucha nada, pero luego un indescriptible sonido se hace presente dentro de aquella casa, seguido de un muy desganado "Ya voy..."

El asiático, expectante, inconscientemente acomoda un poco su cabello, para luego percatarse de su gesto y reprocharse mentalmente por cuan carente de sentido gesto.

La puerta se abre y un somnoliento ruso se hace presente frente a él.

Su cabello estaba desordenado, sus ojos amatista opacados por la pereza, levemente entrecerrados, lleva puesto lo que parece un gran camisón de color naranja no muy brillante, una bufanda (¿Qué persona con cuatro dedos de frente lleva una bufanda para dormir?) y pantalones cortos, un perfecto pijama.

Frota un poco su ojo izquierdo.

—¿Mmmh?—murmura.

El asiático se ve un tanto incómodo.

—Hola...—Desvía un poco la mirada para luego ver nuevamente a Iván a los ojos—Espero que me recuerdes aru.

Iván abre un poco los ojos, esta vez detallando más al asiático, ¡como olvidarlo!, grandes ojos ámbar adornados con alaciados mechones marrón oscuro que contrastaban tiernamente con su piel clara, nunca podría olvidarlo.

—¡Oh! ¡Lo siento tanto!—se muestra sonriente, esta vez con su rostro genuinamente despierto—, me quedé dormido, de verdad lo siento. ¡Ven! ¡Pasa!

Entonces entra a su casa, invitando al chino a pasar, con gran calidez, este se ve un tanto inseguro al principio, pero le sigue.

—Pero... son las como las cuatro de la tarde aru, ¿cómo pudiste quedarte dormido aru?—Pregunta con extrañeza.

—Bueno... quizá eso de las costumbres italianas se pegan—Termina la frase con una corta risita.

El chino corresponde la pequeña risa al recordar a uno de sus primos menores andar semi-desnudo por la habitación de hotel, si... quizá eran contagiosas.

Aquel Despistado Turista. (Rochu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora