Capítulo. 9. Nuestra realidad.

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Y si a Yao le hubiesen preguntado en qué momento despertó, no habría sabido contestar.

No habría sabido contestar si fue al sentir el peso de la soledad al otro lado de la cama, si fue cuando el roce de las sábanas contra su piel desnuda le hizo erizar, cuando las constantes punzadas comenzaron a torturar su cabeza, o cuando la luz que se colaba por la ventada dio a parar a sus ojos. Quizá fue una de ellas, o quizá fueron todas, no tuvo certeza de aquello.

Sólo sabía que, estaba allí, despierto.

Mirando al techo blanco.

¿Y dónde más podría estar? Sería una gran pregunta, para su aturdida mente, pudo haber docenas y docenas de respuestas distintas.

Supo entonces que la habitación era totalmente opuesta a la luz del día que a las tinieblas de la noche. Por supuesto, reconocer la habitación había sido lo último en lo que había pensado al entrar por primera vez...

Y al aquello pasar por su mente, su rostro se pinta en un suave rubor, el cual cubre con sus manos, aún le cuesta asimilar y procesar la situación en cuestión.

Está... desnudo, despeinado, y con el cuerpo magullado.

Se había acostado con alguien la noche anterior, se había acostado con un hombre a quien apenas tendría unas pocas semanas de conocer la noche anterior, ¿dónde quedaba el Yao que se caracterizaba por su prudencia?, ¿el que siempre recordaba a sus hermanos no hablar con extraños pese a que ya ambos fuesen adolescentes?, ¿el que no había probado una gota de alcohol en cuatro años?

¿Acaso era ese mismo que había terminado desnudo en la cama de un extraño?

¡Pero es que! No... no había sido sólo sexo.

No había sido sólo sexo.

Y no podía describirlo.

Yao no era virgen antes de aquello, recordaba con cierta melancolía su primera, y hasta la noche anterior, última vez, con quien había sido su novio del secundario. Los recuerdos traían consigo cierta amargura al pecho de Yao, pues, para aquel bárbaro, él no había sido más que un objeto de su pertenencia, un terreno qué reclamar, la forma en la que había tocado su cuerpo, la propiedad, la autoridad..., todo era doloroso de evocar.

Sin embargo, Yao sonreía, y una insignificante risa amenaza con escapar de sus labios al hacerse una extraña idea en su mente.

Se abraza a las sábanas, recordando la noche anterior en pequeños fragmentos, entonces cubre un poco su rostro con las mismas, cuando el rubor sube de temperatura.

Era como si... las manos de Iván hubiesen borrado todo rastro anterior en su cuerpo.

Entonces, ya no le importa.

¡No le importa haberse acostado con un extraño, no le importa matar a sus primos de un susto! Él... él siempre había vivido por los demás, siempre había sido un personaje secundario incluso en su propia vida, ya era hora de hacer algo, tomar una alocada decisión, ¡poner patas arriba su vida!, ¡cometer una locura!

Y quizá aquello lo habría hecho mil veces más, habría tomado la misma decisión.

Pero no era sólo eso, de hecho, estaba bastante lejos de tratar de eso.

Era él, simplemente él.

Era el respeto y la ternura con que había tocado su cuerpo la noche anterior.

Eran sus ojos.

Era su dulce voz.

Suspiró, ya sería hora de levantarse y caer en la realidad.

Aquel Despistado Turista. (Rochu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora