Capítulo 1.

5.5K 451 148
                                    

—Bha —exclamó un chico, metros antes de tocar el inmaculado suelo del instituto.

    Desde una distancia lejana, ajena a todo, podías notar que éste misterioso chico poseía en sí algo especial, casi maligno para la humanidad, pero es que nadie podía ser tan atractivo sin cometer pecado alguno. Nadie en todo su juicio pensaría que esa exótica belleza perteneciera a lo conocido. Tal vez, sólo tal vez por eso la naturaleza se había apiadado de los humanos haciendo a éste chico lo más despota posible; tenía el carácter que todos odiaban, pero multiplicado por una infinidad que él restregaba.

    Su nombre es Natsu Dragneel y justo ahora, en estos precisos momentos, llegaba tarde a su último grado en el instituto, próximo a graduarse con la mejor calificación posible. Después de todo, éste chico no podía ser tan incorregible con ese cuerpo y rostro.

    El pasillo era el mismo desierto en el que él siempre vagaba por retardo, pero esta mañana todo era diferente. Justo cuando él sacaba su clásico auto negro deportivo, vio algo que no le agradó bastante; los cuatro neumáticos recién comprados que le habían costado una fortuna, se encontraban ponchados. Todo se había tratado de un bandalo novato que no entendía que hacerle eso a su auto, conllevaría graves consecuencias en las que Natsu se veía igual de limpio que su boleta de calificaciones.

    Cuando pidió permiso para entrar al aula, hubo un silencio sepulcral que lo complació sólo por puro orgullo. No era la primera vez que entraba pidiendo permiso pero para los estudiantes de ahí, cuando él inspeccionaba cada metro cuadrado del salón, con sus grandes y brillantes ojos jade parecía decir quién vivía, y quién no lo hacía; exagerado pero aterrador para muchos.

    Natsu se sentó en una mesa vacía de la tercera fila y en pocos segundos el asombro pintó a todos, ya que ese pequeño dios ocupaba como los típicos chicos malos, el asiento de la última fila, donde no hacía nada más que adelantar los trabajos de la semana. Sí, era un genio aparte de Dios.

    La clase concluyó como siempre lo hacía: con el decrépito viejo de historia deseando una bonita tarde a su clase apesar de haber arruinado la mañana como todos los miércoles, y, él nunca tiene excepciones.

    La hora del almuerzo dió comienzo con una larga fila que empezaba en la barra de la cafetería y terminaba en los bebederos cerca de los baños, sin embargo, esto no fue un obstáculo para que Natsu poseyera su hamburguesa y soda de uva sin tardar minutos en la fila.

    Al principio de todo, estaba Sting; el perfecto candidato para rey del baile que con su blanquecina sonrisa conquistaba a más de una atolondrada chica que buscaba ser una más en su pequeña lista de estúpidas—como Natsu las había bautizado—, buscando popularidad del capitán de lacrosse.

    Natsu se acercó a él y con una mueca que más que simpatía parecía adolorida, se colocó a su lado y sin preambulos, calló las risotadas del rubio y sus amigos:

—Colega, cómprame una hamburguesa y una soda de uva. La fila es demasiado larga y los amigos se echan la mano, ¿verdad? —no tuvo que agregarle credibilidad a sus palabras, sólo bastó con eso para que el popular chico de buen abdomen cediera ante la seducción de Natsu.

    Sting pidió su comida más la de Natsu y cuando se la ofreció, no se tibió o molestó cuando éste mismo se fue sin pagarle por su alimento, al contrario, le hizo un ademán con la mano estando de espaldas con Natsu y frente a sus amigos, gritó:

—¡Para eso están los amigos!

    Como rutina, Natsu fue a la biblioteca y aprovechandose de Lissana; la anciana bibliotecaria que se había convertido en su única amiga ahí en el instituto, entró a la biblioteca y con su bandeja de comida, se sentó en una mesa del centro.

—Hijo, esta mañana te esmeraste con el cabello. Luce más despeinado que ayer. Hasta parece que te lo propones —ríe ella y pasa su cabello cobrizo por naturaleza de lado. Se acerca a Natsu y sin aviso pasea las llemas de sus dedos por el cuero cabelludo del chico.

—Oh, madre, así está bien. Confío en que le guste a las chicas —se escuda y para sorpresa de todos, se aleja riendo de la anciana y no enfurecido como se hubiera comportado con otra persona.

—No. Ninguna chica aquí vale la pena y no por eso las usarás tal cual calcetín. Debes respetar a una dama aunque no lo sea, debes...

—Sí, sí. Ya sé todo, y puedo asegurarte que las respeto; ni siquiera las busco...

—¡Mírate, hijo mío! —la interrumpe ella—, en mis tiempos te hubieran matado por tremendo porte.

—Claro, eso si tomamos en cuenta que tus tiempos empiezan hace muchas décadas.

—Sólo por eso te quedarás a ayudar con el acomodo de libros después de clase. Los estudiantes dejan todo desacomodado y mi pequeña ayudante no puede con todo sola. Eso y que soy muy vieja como para hacerlo por mí misma.

—Madre, déjame hablar con todos los estudiantes del instituto. Te aseguro que no volverán a dejar un libro fuera de lugar.

—No hijo, yo no apruebo tus métodos de mandato y sabes que sí por mí fuera, ahora mismo estarías siendo purificado en algún templo; esos malos actos en los que andas pueden ser graves, y mucho.

—Lo sé, vieja. Te aseguro que no usaré la violencia y que esta tarde dejaré todo reluciente. Podrás pasear esas zapatillas nuevas tuyas por el suelo y escucharlas rechinar.

—Claro, está bien. Y necesito que traigas ese libro que te llevaste la semana pasada; sé que lo has terminado e idolatrado por días.

    La anciana dejó que Natsu comiera su almuerzo y él la dejo irse sabiendo que ella era la única persona que valía la pena en ese instituto. Si Lissana tuviera unos setenta años menos, seguro estaría perdido por ella, pero ahora sólo ocupaba esa figura materna que lo cuidaba de él mismo en el instituto; metía sus manos al fuego por él cuando pasaba algún conflicto que lo involucrara y a ella no le importaba reñirlo con fiereza.

    Lissana era la persona a la que él le contaba de sus fechorías como si fuera otro de sus "amigos" góticos que se transportaban en grandes motocicletas, y Natsu, era para ella un gran hijo que le había arreglado el triturador de basura y pintado la cerca de su casa dos veces en los últimos casi treinta meses. Ellos eran dinamita para cualquiera, en especial para el joven director que secretamente odiaba a Natsu y no se fiaba de sus perfectas calificaciones.

    Ese pequeño bandalo, parecía tener un aliado en el Olimpo.

The Bad BoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora