Primera entrada - La encerrada

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Primera entrada - La encerrada

Si me pidieran que resumiera todo mi año en una palabra, la que yo escogería, sería «caótico».

No lo digo porque haya tenido un típico descenso dramático de un podio de popularidad, o porque sufrí de una transformación de armario que me convirtió en Miss Épsilon[4], no.

Me refiero a que no me pasó como en la mayoría de las películas que compras para ver en Netflix[5] cada sábado por la noche. 

Ya saben, lo de las reinas del drama que llegan a convivir con «nerds» y que al final se enamoran de uno de los chicos simplones, o la historia de la típica chica invisible del colegio, inteligente y además, bonita (pero ojo, ¡ella no lo sabe!), que se transforma como Hannah Montana[6], de un día para otro, y el niño más popular de la escuela le pide que sea su novia.

Ay si, que lindo... ¡Puaj!  

Puras mentiras. Eso es lo único que tengo que decir sobre esas películas.  

Ya hice una nota metal para no volver a sintonizar otro cliché en el televisor.

Ya te habrás dado cuenta, pero igual te lo diré: soy tan romántica y melosa, como una roca volcánica.

Como sea, no estoy aquí para hablarte (o escribirte, en este caso), acerca de mi actitud. No en esta página, por lo menos. En éste cuaderno de química, que fue la última clase a la que logré asistir, escribiré todo mi año escolar.

¿Por qué?

Porque estoy al borde de la muerte. Y no, no estoy siendo dramática.

Estoy encerrada en el sótano, que tiene un parecido a un salón de calderas y a un laboratorio abandonado de científico maligno, que está bajo el salón de química, y es el último martes de clases. Los profesores nunca bajan aquí, los estudiantes piensan que está embrujado, y alguna persona me drogó.

Sí, eso que leíste.

Hoy era el último día en el que tendría que dar química (gracias al cielo), y eso significaba una sola cosa: el examen. Tenía dos períodos de clases desde la entrada; es decir, tendría que pasar dos horas completas para poder hacer el examen de pacotilla.

Yo estaba muy segura el día anterior, pero cuando desperté a las siete y media, supe que estaría muerta y no podría presentar el examen. Llegué al colegio con diez minutos de retraso, más o menos, y la profesora Jacinta me permitió entrar al salón.

Inicié la prueba con la parte teórica, y cuando la terminé, me di cuenta de que la segunda parte del examen era en grupo, y como era de esperarse, nadie me quiso en su grupo.

Antes de que terminara la clases y tocara el timbre, todas las personas salieron corriendo del laboratorio, porque el 90% de ellos, tenía la clase de español, y el 10% restante tenía el examen de educación física, y vaya que tenía que apresurarme, porque yo era parte de la minoría que debía ir al gimnasio, al otro lado de la secundaria, y me tocaba el examen de ejercicios físicos, con el profesor que me clasifica en el grupo de los mediocres.

La peor parte, era que solo hay una persona en ese grupo, y soy yo. Después están los anti-deportivos, los atléticos y luego, la población normal.

Tenía que apresurarme, así que le entregué la prueba más difícil que hice en toda mi vida, a la profesora Sonrisas, apodo que le pudimos mis amigas y yo en cuarto año, por sus escalofriantes muestras de complacencia.

Cuando por fin iba a salir del laboratorio de química, alguien me agarró el cuello, y puso un paño en mi nariz y todo se fue al carajo.

No me preguntes, el nombre de la droga, porque no recuerdo cómo se llama esa sustancia que debieron usar para adormecerme, y que me dejó una laguna mental.

Romina para presidentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora