Quinta entrada - La Romana (¿o era Romina?)

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Quinta entrada - La Romana... (¿o era Romina?)

Creo que éste es el momento en el que me doy cuenta de que mi vida apesta.

Literalmente, aquí apesta. Hay botellas de litros por doquier, y no estoy pensando en averiguar cuál es su contenido. 

Sé que has estado esperando éste momento, en el que te digo que ya maté a la araña mutante... Pues, qué mala suerte la tuya, escoria humana, porque aún esta viva. O no, espera; la mala suerte es mía, sí.

Mientras me comía un pepinillo de mi emparedado Teriyaki de Subway, la araña apareció y no salió de la nada, como en las películas de terror. Solo se fue acercando lentamente, hasta quedar a un metro de dónde yo estaba sentada. Establecimos contacto visual (¿es posible hacer eso con un arácnido?) y luego se fue, como diciendo: "te dejaré disfrutar tu última cena". Ahora estoy muerta de miedo, temblando sobre Cece la silla, esperando mi final.

Como sea, hoy voy a escribir acerca de mi mayor obsesión (inserte una sonriente cara feliz aquí): candidaturas, hermosas y tentadoras candidaturas.

La última vez te estuve hablando acerca del baile de Bienvenida de la ESE, y acerca de cómo pensaba en pasarla bien, así que debo comenzar por ahí.

Oh, y como siempre, mis deseos no se cumplen y todo termina rematadamente loco.

Como ese viernes, en el que mi papá me invitó a su casa porque no había pasado tiempo con él desde el día de año nuevo. Él había invitado también a mis hermanos, pero los gemelos tenían entrenamiento de fútbol y Regina estaba hasta el cuello con sus tareas de la universidad, así que yo fui sola. Mi padre es Rodrigo Groneu, quien fue obligado a cambiarse el apellido por mi madre pues, yo supongo que él era el sumiso del matrimonio. En todo caso, mi madre sería Christian Grey[21] y... mejor ya dejo de pensar en eso. 

Entonces llevé mi vestido, maquillaje, zapatos y el resto de las cosas para prepararme, pues papá había dicho que despúes me llevaría al baile. Así que a las seis de la tarde ya estaba tocando la puerta del apartamento en el piso 14° del edificio Golres, en el centro de la ciudad. Mi padre me abrió la puerta, sin su teléfono en la mano (lo que fue un alivio) y me invitó a pasar, mientras me ayudaba a meter todas mis cosas dentro del condominio. Lo primero que hice después de dejar todo, fue abrazarlo.

Si soy sincera, debo admitir que lo había extrañado mucho. En tres meses, solo había podido hablar con él por teléfono y no lo había visto ni una vez. No es que fuese un mal padre, pero nuestra relación padre-hija se vio distanciada cuando el se divorció de mi madre el año anterior. Desde entonces, solo lo veíamos en fiestas especiales o cumpleaños, pues Alina, mi madre, se había dedicado a mal-decirlo una y otra vez durante todo ese tiempo.

—Mi niñita... —me soltó del abrazo—. Tres largos meses sin vernos. ¿Cómo estás? ¿Quieres tomar algo?

Todo comenzó espléndidamente bien. Estuvimos hablando acerca de mamá y cómo manejaba todo en casa; sobre Robb y Rick y cómo a ambos les estaba yendo; también hablamos sobre Regina. 

Creo que no hablado mucho de ella, así que lo haré ahora. Si tuviese que elegir a alguien para contarle todo lo que cuento aquí, sería definitivamente a Regina, la única que no me falló en todo este tiempo. La única amiga que me quedó cuando todos se volvieron contra mí.

Físicamente, nos parecemos bastante: el mismo rostro circular con mejillas que podrían verse a un kilómetro de distancia, los ojos marrones oscuros y los labios carnosos y rojizos. La diferencia más notable es que ella es rubia como papá, y yo castaña como mamá. Es bajita y muy inmadura, como para tener veintidós años, eh. Que no les engañe su sonrisa en la que no muestra sus dientes (esa es la que usa para convencer las personas). A pesar de ser mayor que yo por cinco años, me entiende como ninguna de mis amigas y podría pasar como una adolescente.

Romina para presidentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora