Sexta entrada - La chica detergente

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Sexta entrada - La chica detergente

Hoy al menos podré dormir tranquila. 

Lo digo así, porque encontré una manera en la que esa araña/asesina serial, no me moleste. Luego llevaré a cabo mi macabro plan (aquí es cuando río como poseída). Resulta que encontré la respuesta en mi cuaderno de química y no en mis apuntes, en realidad. En la parte de atrás del cuaderno hay una gran cantidad de cosas escritas por mi madre, Alina. ¿Por qué están ahí sus letras? No tengo idea alguna, pero sé que un párrafo en especial llamó mi atención como diciendo: "Eh, leéme a mí". 

Aquella sección hablaba acerca de una plaga en el vecindario y mi madre olvidó borrarlo de ahí, cosa que agradezco con toda mi alma. Ella anotó algo que su amiga Lana le contaba: que lo mejor para mantener a raya las arañas, es untar vinagre, con un poco de jabón líquido por toda la casa.

Como aquí abajo no tengo jabón líquido, no tengo más opción que utilizar el vinagre que encontré en un cajón (que por cierto estaba repleto de mosquitos-vampiros. Sí, vampiros porque succionan sangre sin piedad).

Me extraña que no lo haya borrado y eso es porque, por lo general, el contacto con mi madre es casi nulo; lo que tenga que ver con sus asuntos no me debería nunca interesar a mí. En cambio, ella está en todo su derecho de hacerme preguntas sobre mis asuntos. Allí es donde se aplican las normas del dichoso (y estúpido) Manual de los Groneu. 

Si me pongo a pensarlo bien, esa maldita guía no ha hecho más que traerme problemas.

Ese manual no es más que un montón de reglas que se supone que yo debo cumplir, si quiero seguir en el cobijo y armonía que me brinda la parte maternal de Alina. Bastante demente, si me lo preguntas, pero yo no fui la descabellada chica que inventó esas leyes; esa fue mi tatara-tatara-tatara-tatara-tatara abuela, o más allá. La locura viene en la sangre y creo que entendiste el punto, escoria humana.

Las reglas se basan en un montón de basura intelectual, moral y de hábitos y actitudes que uno debe asumir. No digo que sean malas, no, no. Incluso me han ayudado con mi manera de pensar, expresarme y de actuar frente a las personas. La cosa cambia cuando las reglas absurdas llegan. Primero está la regla número diez, que no me permite llorar, o la regla cuarenta y tres, que dice que debo definir mi vida y el rumbo que tomará, cuando cumpla los veinte años. Pero siempre hay una que es más absurda. Demasiado absurda.

La regla número veinticuatro del manual de los Groneu. Esa regla dictamina lo siguiente y lo cito, porque ya me la aprendí:

"Cuando un miembro de la familia Groneu mantenga una relación, los hijos del matrimonio obtendrán su nombre por la primera letra del padre, mientras que las hijas tendrán que ser nombradas por la primera letra del padre, en conjunto con la terminación del nombre de la madre".

Así como lo leíste. Hasta mi nombre fue escogido con ese manual. Me dieron mi primera bicicleta cuando ese maldito manual lo dijo así. Pude tener un novio cuando el manual lo quiso. Creo que ya entiendes por qué odio esa guía-Groneu.

El punto es, que lo que hago mientras escribo esto, es frotar vinagre en una especie de círculo a mi alrededor. Sí, como aquél rito del círculo de la sal para protección, pero con éste líquido maloliente. 

¡Oye! ¡Ahora recuerdo cuándo mi madre escribió en mi cuaderno! Fue ese sábado, después del baile de la ESE.

Yo estaba molesta, en mi habitación cuando mi padre llevó mis cosas a casa, y mi madre tomó el cuaderno de mi maleta del colegio, para escribir. ¡Pero claro que sí!

Ese sábado no comí. No hablé con nadie, porque estaba molesta con mi madre. Sí, sí, ya sé, soy toda una dramática, masoquista y egocéntrica, pero no hay necesidad de repetirlo, porque todos ya me lo han dicho. 

Romina para presidentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora