Segunda entrada - La tutora

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Segunda entrada - La tutora


En éste sótano hace demasiado calor.

Hay solo una rendija de ventilación, y hay demasiada humedad, así que imaginarás lo sudorosa que puedo estar.

¿Los cerdos sudan? Porque yo parezco un puerco sudoroso.
Como sea...

Por esa rendija, que está al otro extremo de la caja a la que he denominado «Cece, la silla», se puede ver el pasto verde y una que otra flor, porque, frente a la abertura, hay un par de arbustos, que formaban parte de mi campaña ecológica. Cuando me asomé por la rendija, comencé a intentar sacar la mano por ahí, pero un rosal espinoso me lo impidió.

¡Un jodido arbusto me priva de libertad!

De cualquier manera, no hubiese podido salir por esa rendija de ventilación, porque mi gordo trasero no hubiese cabido por esa angosta ranura.

Te estarás preguntando por qué le he puesto ese nombre a la caja... pues, es algo un poco gracioso... y también patético.

Cuando comencé a buscar una salida alternativa, vi aquél hoyo de ventilación y me emocioné tanto, que comencé a hablarle a la silla, como si fuese un cachorro.

«Mira, Cece, mira, ¿ves lo que hay allá? ¡mami va a salir de aquí! Y te conseguirá un lugar en casa».

Lo sé, soy patética.

Creo que le he puesto nombre, porque nunca tuve una mascota. Los únicos animales con los que tuve contacto en mi vida, fueron una tortuga que le pertenecía a mi hermano Roberto, y se llamaba Harlee, en honor a una de las trillizas (porque era igual de lenta a ella), también estaba un pez dorado llamado Olaf que murió por sobre-alimentación, gracias a mi otro hermano Ricardo, y el gato de mi hermana mayor, Skittles. Sí, como la marca de caramelos.

Harlee, la tortuga, ni siquiera estuvo dos días en casa. ¡La condenada escapó!

Mi hermano, Robb dijo que yo le asusté, pero sé que en el fondo, la pobrecilla estaba harta de vivir en la basura (y eso que solo había pasado un día en el cuarto de mis hermanos).

El pececillo Olaf, como mencioné antes, murió porque Rick le dió todo el alimento de la lata. Oh, la estupidez humana es infinita.

Y ahora que mi hermana se fue, ya no hay animales en casa, cosa que agradezco con todo mi ser, porque ahora soy yo quien debe limpiar todo, mientras mi madre trabaja.

Entonces, gracias a que nunca tuve un animal propio, mi nueva mascota es Cece, la silla. La mejor parte, es que no es una silla en realidad, -solo una caja de cartón-, y no debo darle de comer.

Me estoy volviendo loca aquí abajo.

Necesito agua. Ya vuelvo.



Bueno, ya estoy de regreso. Comenzaré por decirte que el primer día del año, fue un día como hoy, bastante caluroso y la humedad estaba acabando con todos y todo.

Yo no era la excepción.

Ese día me levanté tan sudorosa, que creí haber estado en mi fase sonámbula y que me había levantado a mitad de la noche para ir a dormir al tejado, mientras llovía. Pero lo que pasó, fue que la temperatura estaba como a unos 40 grados centígrados, y eso no era bueno para mí, o mi cabello.

Me bañé por media hora, y salí, muy campante hacia mi habitación. Como era el primer día, el uniforme no era necesario, aunque, la ropa que lleváramos debía tener los colores representativos del colegio, y con eso me refiero a que, tenía que ser rojo, rojo vino, amarillo mostaza y blanco. Los colores de los aderezos de una hamburguesa.

A pesar de todo, yo estaba demasiado entusiasmada y alegre, así que nadie podría quitarme la felicidad; no hasta que llegara a clases, al menos.

Luego de una extensa charla de mi madre, dirigida a mi hermano Rick, y a mí, nos despedimos de Regina y Robb y tomámos rumbo a la Escuela Secundaria Épsilon, o ESE, para los perezosos que no quieren escribir todo eso.

Nuestro colegio se llama así, como la quinta letra del alfabeto griego, porque el fundador estaba traumatizado con esa cultura, y no, no estoy bromeando.

Todos los años, tenemos un exámen de griego antiguo; si no pasas el examen, la matrícula se cancela automáticamente, y no puedes asistir al siguiente año. Todo eso, gracias al hombre que fundó la institución educativa. Las malas lenguas dicen que él alababa a los dioses de esa mitología y que no era correcto, pero yo no soy nadie para decirle a las personas a quién le deben su devoción.

Al llegar, mi hermano Rick pasó su brazo sobre mi hombro, como el celoso que era, y ni siquiera me permitió zafarme, porque cada vez que lo intentaba, me apretaba más a él, como si quisiera que oliera el fétido olor que brotaba de debajo de su brazo. Los chicos que se habían percatado de mi presencia y se acercaban a saludarme, volvían por dónde venían, por la mirada matadora que traía mi hermano.

Rick y Robb, como he dicho antes, son un par de gemelos muy molestos, que me ven como si fuese una niñita a la que hay que cuidar. No me permitían salir con nadie, si ellos no sabían quien era, y si algún rumor apuntaba a que alguien quería invitarme a salir, ellos se encargaban de desmentir aquél rumor, o acorralar a ese «alguien» y hacerle un interrogatorio hasta que un pobre chico saliera corriendo despavorido, o terminara con un ojo morado.

En mis cinco años en la ESE, solo tuve dos novios. Uno de ellos fue golpeado, misteriosamente, en un bar, y hasta el día de hoy, no supe más de él. El otro chico, terminó conmigo y se mudó a otra ciudad. Estaba destrozada, y mis hermanos estaban dispuestos a patearle su estúpido trasero, tan fuerte que ganaría impulso y llegaría a Saturno, pero el cobarde ni siquiera se despidió en persona. Solo me envió un mensaje, y como nuestra relación había terminado, salió del pueblo, como la nenita miedosa que era.

La parte reconfortante, era que Rick estaba repitiendo el año, porque había fracasado el último cuatri-mestre, y Robb había iniciado la Universidad, y eso significaba, que no estaban ambos en sexto año.

¡Par de imbéciles! ¿Dónde están ahora? ¡Ja! ¿Dónde está Rick, defendiéndome de un peligro real? ¿Hello? ¡Estoy encerrada!

—Suficiente por hoy, Rickie.

—Te veo luego. Mamá viene por nosotros a las dos. Se puntual.

Asentí con la cabeza, y fui directo al área de información, a ese aburrido lugar dónde está la Sra. Francisca, la encargada de las listas escolares, mientras que Rick se re-encontraba con sus amigos y amigas.

La gruñona vieja me entregó mi número de casillero, mi horario de clases y a mi nuevo aprendiz.

Aquí en la ESE, hay cosas que no hay en otros lugares. Una de esas cosas, son los aprendices.

A aquellas personas con buenos índices académicos, que han estado en el colegio desde el primer año, se les asigna un aprendiz: un estudiante nuevo, que necesita orientación durante el primer cuatri-mestre de escuela.

Desde que te matriculas para cuarto año, entras en una lista y luego Effie Trinket[10] saca tu nombre de la papeleta para saber si participarás en los Juegos del Hambre anuales.

Ya, ya, solo bromeo.

Nuestro director escoge cerca de diez chicos de cuarto, diez de quinto y diez de sexto año, y les asigna uno, o dos aprendices de primer a sexto año. Ésta vez, y la anterior, mi nombre fue seleccionado de entre 50 estudiantes. No estoy diciendo que yo sea una especie Einstein[11], o una súper-dotada, pero los aprendices se asignan de acuerdo a las capacidades de cada persona.

Por ejemplo, a Amelia Basil, una prodigio que el lenguaje del amor a la perfección, se le asignan uno o dos aprendices de origen francés y ella los ayuda a adaptarse. También está Ronnie, un chico que es genial en matemáticas y física, se le asignan aprendices que cursan el sexto año, para que él les ayude.

Y yo hablo inglés.

—A ver, Groneu. Éste año también te escogieron porque sabes hablar un inglés bastante decente. El chico está allá afuera. —dijo Francisca, mientras pulsaba las teclas del computador con fuerza sobre-humana, como si fuese una máquina de escribir viejísima—. Ya, vete. Tengo trabajo que hacer, y no me voy a perder la telenovela. Hoy pasan la transformación de Annabel en Aquata[12], la de las sirenas. ¡Esa Marina Salas[13] es una buena actriz!

Hizo un gesto extraño y me señaló un punto fuera de su pequeña oficina. Caminé, y efectivamente, había un chico. Estaba sentado contra la pared, escuchando música desde su iPod. La canción «Do What U Want», de Lady Gaga, sonaba tan alto, que logré escucharla y me dieron unas ganas enormes de decirle: «Ven, para que pueda hacer lo que yo quiera contigo».

Yo me esperaba, no sé, a un niño de unos trece o catorce años. Pero no. Me entregaron a un chico de mi edad. Un americano. El típico americano, extremadamente inaccesible y guapo, con un par de ojos azul-grisáceo, cabello castaño claro y esa linda sonrisa que... ¡Romina, concéntrate!

Romina para presidentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora