Prólogo

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Abre los ojos, Lara...

El frío invernal que envolvía el anónimo lugar la hizo tiritar, un suave y cálido susurro golpeó su oreja izquierda. Abrió sus ojos tal y como le ordenaron. Se encontraba acurrucada sobre las piernas de una mujer que la sonreía con dulzura. La presencia era demasiado real como para que fuese verdad, y enseguida se percató de que aquello no era el mundo en el que vivía, su mente la había vuelto a jugar una mala pasada. A pesar de esto, ella no dudó en separarse de aquel contacto levantándose y alejándose un par de pasos, sin apartar la mirada.

El tiempo se acaba... un mal acecha en la pirámide...

Sabía a qué se refería, lo ocurrido hacía más de un año atrás, en Egipto. El derrumbe del templo la había dejado marcada, incluso su carácter adoptó una dureza muy propia de la auténtica Lara Croft, la arqueóloga que surca el mundo con su pareja de pistolas y artefactos "mágicos". Después de todo, fue la experiencia más cercana a la muerte que jamás haya tenido. Pero las cosas no finalizaban tal cual, incluso había sido declarada fallecida oficialmente (y colocaron aquella horrenda estatua en su honor). La persona que le salvó la vida en aquel suceso perduraba en sus recuerdos. Y la figura comenzó a tomar forma, dejando atrás aquella capucha, con el sutil tintineo de sus abalorios, la piel oscura, el tatuaje en el ojo... Putai.

—¿A qué mal te refieres, Putai?

Debes volver a la pirámide... cierra sus puertas antes de que escape...

—¿Quién?

La serpiente encarnará el Caos...

Las palabras "serpiente" y "Caos" se percibieron con más nitidez debido a la resonancia en aquel espacio carente de materia. La repercusión en los conceptos acentuados eran más que evidentes. Algo serio se le acababa de presentar y no dudaría en averiguar a lo que se refería. Lara quiso abrir la boca para hablar, pero una extraña imagen consiguió petrificarla.

Poco a poco el cuerpo de la chamán fue disipándose en forma de arena. Casi parecía una despedida, ya que Putai se acercó a ella, ayudándose de su bastón de caoba africana. A juzgar por la sonrisa que la chamán mostraba, tenía por seguro de que se encontrarían de nuevo en el desierto del Sáhara.

Todo comenzó a distorsionarse cuando la mujer se colocó demasiado cerca, como si fuera a besarla. Los ojos aceitunados de la ajena se transformaron en unos orbes índigo y su piel fue adquiriendo un tono mucho más pálido y claro, tal albura semejante al marfil. La forma de su rostro cambió a una expresión más ceñuda y marcada, donde también emergió una conocida perilla que la heló la sangre. El pelo azabache, las bolsas de ojeras bajo sus ojos, la extrema palidez propia de un muerto, y aquella atractiva media sonrisa...

Kurtis se hallaba frente a ella en una idea equívoca de lo que realmente estaba sucediendo. Ella no podía moverse, y el hombre frente a sus ojos sólo se quedaba mirándola con ese gesto que tanto la irritaba a veces. Entonces, dio varios pasos hacia atrás para dejar que viese el resto de su maltratado cuerpo. Un río de sangre circulaba por un costado de su camiseta, a su vez tiñiéndose del mismo tono.

—¡Kurtis! ¿¡Qué te ha pasado!? —Trató de moverse en un intento en vano, estaba totalmente paralizada. Algo la impedía tocarlo y sólo él tenía libertad de movimiento, pero los sueños eran sueños y no siempre se podían controlar. Kurtis indicó con el dedo índice a la mano izquierda de Lara. Rodó su mirada hacia abajo; allí se encontraba el Churigai adherido a sus dedos, a través de los orificios del arma. Nuevamente divisó restos del fluido carmesí, pero esta vez habían acabado en sus manos y bajo las suelas de sus zapatos. El charco bajo sus pies había incrementado de tamaño, avanzando paulatinamente, incluso llegaba a ver su rostro reflejado en él. La escena volvía a repetirse pero esta vez con su camarada.

—Búscame...— Fue lo único que Kurtis pudo decir antes de que la oscuridad se lo tragara.

Se había quedado sola de nuevo en una oscuridad suprema. Donde, quizás, el tiempo y el espacio no existieran y sólo su mente podía verse involucrada en esas ilusiones. Sus hombros fueron agarrados con fuerza desde detrás, obligándola a darse la vuelta.

Las fauces de una serpiente se abrieron ante su rostro, dejando una oleada de lobreguez suprema antes de que el puntiagudo dolor del mordisco se manifestara en su cuello.

Tomb Raider: El Origen del Amanecer [PARALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora