Capítulo 4: Cascabeles en la arena

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Al fin había llegado. La Gran Pirámide de Keops le esperaba en la lejanía, entretanto un viento frío azotaba su rostro, dejándola una buena sensación en su paladar. En sus manos sujetaba un cuadernillo donde había apuntes, pero no eran su caligrafía ni tampoco la de su padre. Estaba escrita con una refinada letra de la que se había usado una pluma para componerlo. Databa de la década de los años cuarenta, y a modo de memorias, se narraban experiencias vividas dentro de la Gran Pirámide de Giza. Lara paseaba por la arena, distraída con aquellos apuntes de autor desconocido. Así decían:

"...en la Cámara de la Reina, los vestigios de una energía errante reposan. Todo aquel que se aventure en sus dominios, una ofrenda ha de obsequiar, por una odisea en las raíces del génesis, la cual destapará el camino hasta la Cámara del Rey. El acertijo ha de descifrar o su ser devorará..."

El entusiasmo circulaba por sus venas, el mero hecho de enfrentarse a una nueva aventura con semejantes misterios era inexplicable a ojos de la aristócrata. Y más de una vez había visitado aquel lugar, pero jamás había avistado más allá de sus narices el secreto que ocultaba tras la aglomeración de bloques de piedra. Lara buscaba algo en especial, la piedra de Benben. Un artefacto sagrado que, como quien dice, es la montaña de la que emergió el dios Nun. Por desgracia, algún cretino la había movido de Heliópolis, su tierra natal. Por lo tanto, el lugar más seguro en el que estuviera perdida, era en la maravilla más antigua del mundo. La irritaba pensar que tal magistral pieza no captase demasiado la atención de los egiptólogos, sólo unos pocos se habían dignado a buscarla día y noche.

¿Esperan a que Lara Croft venga a solucionarles el problema? ¡Ni por una millonada de libras vendería aquella belleza! Porque estaba segura que la encontraría, claro que lo haría.

Lara desvió la vista de la hoja, guardando la libreta en el bolsillo de su pantalón. Tomó de paso los prismáticos para observar el perímetro. Sería mejor si nadie la veía entrar, no quería aguantar a nadie si se "le iba la mano" intentando explorar pasadizos secretos o cosas por el estilo.

—Día libre.

Añadió con una sonrisa en sus labios. Guardó sus prismáticos y dio comienzo a su andar de nuevo, hacia el majestuoso monumento de piedra. No tardó más de cinco minutos en llegar, quería acelerar el paso y adentrarse cuanto antes por si las moscas. Tras rodear con la mirada el poliedro, encontró la abertura de la entrada. Lara estaba decidida a entrar escalando los bloques para acortar el camino, mas no logró caminar dos pasos más allá.

En un imprevisto fastidio de planes, de la arena florecieron un centenar de pequeñas serpientes que siseaban sin cesar. El grupo se acercaba con más rapidez de la que pensaba, abriendo sus fauces que mostraban un par de largos y puntiagudos colmillos, amenazando con morder las desnudas piernas de la arqueóloga. Lara no dudó en desenfundar su pareja de pistolas, sin embargo, estas no dispararon bala alguna.

— ¿Pero qué...?— Alarmada, tiró su pareja de pistolas y recurrió a su última solución; la escopeta. A pesar del desperdicio de balas, no se podía permitir una lucha a cuerpo contra un veneno mortal. Metió el primer cartucho de la escopeta, y apuntó con destreza a la cabeza del primer ofidio que se acercaba. Disparó y... nada. El mismo cartucho había sido disparado, pero la bala flotaba en el aire, sin rozar una sola escama de la piel del reptil. Una extraña fuerza retenía sus deseos por salvarse de la situación, pues tras otro intento de tiroteo, una bala más se quedaba suspendida—Oh no, otra vez no...

Ahora estaba en el dilema de seguir disparando como una inútil, o correr de aquel peligro que ya estaba rozándole la piel de sus botas. Chasqueó su lengua con disgusto, tiró el arma sobre la arena y se dispuso a correr. Aún así, las cosas no terminaban aquí. De la arena seguían emergiendo más serpientes que se interponían en su camino, un coro de colas que traqueteaban con sus cascabeles en todas las direcciones y miradas tajantes de pupilas dilatadas por una mera presencia. Se había creado una barrera de sonido, por la cual era incapaz de escapar. Estaba acorralada y el incesante ruido taladraba su cabeza una y otra vez.

Tomb Raider: El Origen del Amanecer [PARALIZADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora