Ciencia de la historia y ciencia de la medicina

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  El destino no sólo determinaba la vida del individuo. Los griegostambién creían que el curso mismo del mundo estaba dirigidopor el destino. Opinaban que el resultado de una guerra podíadeberse a la intervención de los dioses.También hoy en día hay muchos que creen que Dios u otras fuerzas misteriosas dirigen el curso de la historia.Pero justo a la vez que los filósofos griegos intentaban buscarexplicaciones naturales a los procesos de la naturaleza, ibaformándose una ciencia de la historia que intentaba encontrarcausas naturales a su desarrollo. El que un Estado perdiera unaguerra, no se explicaba ya como una venganza de los dioses. Loshistoriadores griegos más famosos fueron Heródoto (484-424 a.de C.) y Tucídides (460-400).Los griegos también creían que las enfermedades podíandeberse a la intervención divina. Las enfermedades contagiosasse interpretaban, a menudo, como un castigo de los dioses. Porotra parte, los dioses podían volver a curar a las personas, si seles ofrecían sacrificios.Esto no es, en modo alguno, exclusivo de los griegos. Antes delnacimiento de la moderna ciencia de la medicina, en tiemposrecientes, lo más normal era pensar que las enfermedades teníancausas sobrenaturales. Por ejemplo, la palabra «influenza»significa en realidad que uno se encuentra bajo una mala«influencia» de las estrellas.Incluso hoy en día, hay muchas personas en el mundo entero quecreen que algunas enfermedades –el SIDA, por ejemplo- son uncastigo de Dios. Muchos piensan, además, que un enfermo puedeser curado de un modo sobrenatural.Precisamente en la época en que los filósofos griegos iniciaronuna nueva manera de pensar, surgió una ciencia griega de lamedicina que intentaba encontrar explicaciones naturales a lasenfermedades y al estado de salud.Se dice que Hipócrates, que nació en Cos hacia el año 460 a. deC., fue el fundador de la ciencia griega de la medicina.La protección más importante contra la enfermedad era, según latradición médica hipocrática, la moderación y una vida sana.Lo natural en una persona es estar sana. Cuando surge unaenfermedad, es porque la naturaleza ha «descarrilado» a causade un desequilibrio físico o psíquico. La receta para estar sanoera la moderación, la armonía y «una mente sana en un cuerposano».Hoy en día se habla constantemente de la «ética médica», con loque se quiere decir que, el médico, está obligado a ejercer suprofesión médica según ciertas reglas éticas. Un médico nopuede, por ejemplo, extender recetas de estupefacientes apersonas sanas. Un médico tiene también que guardar el secretoprofesional. Esto significa que no tiene derecho a contar a otras personas algo que un paciente le haya dicho sobre suenfermedad.Estas reglas tienen sus raíces en Hipócrates, que exigió a susdiscípulos que prestasen el siguiente juramento:Utilizaré el tratamiento para ayudar a los enfermos según micapacidad y juicio, pero nunca con la intención de causar daño odolor. A nadie daré veneno aunque me lo pida o me lo sugiera,tampoco daré abortivos a ninguna mujer con el fin de evitar unembarazo. Consideraré sagra-dos mi vida y mi arte.No utilizaré el cuchillo, ni siquiera en aquellos que sufrenindescriptiblemente, dejándoselo hacer a los que se ocupan deello.Cuando entre en la morada de un enfermo, lo haré siempre enbeneficio suyo; me abstendré de toda acción injusta y de abusardel cuerpo de hombres o mujeres, libres o esclavos.De todo cuanto vea y oiga en el ejercicio de mi profesión y aunfuera de ella callaré cuantas cosas sea necesario que no sedivulguen, considerando la discreción como un deber.Si cumplo fielmente este juramento, que me sea otorgado gozarfelizmente de la vida y de mi arte y ser honrado siempre entrelos hombres. Si lo violo y me hago perjuro, que me ocurra locontrario.Sofía se sentó en la cama de un salto, cuando se despertó el sábadopor la mañana. ¿Había sido un sueño o había visto de verdad alfilósofo?Tocó con el brazo el suelo bajo la cama. Pues sí, allí estaba la cartaque había llegado por la noche. Sofía se acordó de todo lo quehabía leído sobre la fe de los griegos en el destino. Entonces, nohabía sido sólo un sueño.¡Claro que había visto al filósofo! Y más que eso, había visto consus propios ojos que se había llevado la carta que ella le habíaescrito.Sofía salió de la cama y miró debajo. Sacó de allí todas las hojasescritas a máquina. ¿Pero qué era aquello? Al fondo del todo, juntoa la pared, había algo rojo. ¿Podía ser una bufanda?, Sofía sedeslizó debajo de la cama y recogió un pañuelo rojo de seda. Sólo estaba segura de una cosa: nunca había sido suyo.Empezó a examinar el pañuelo minuciosamente y dio un pequeñogrito cuando vio unas letras escritas con una pluma negra a lo largode la costura. «HILDE», ponía.¡Hilde! ¿Pero quién era Hilde? ¿Cómo podía ser que sus caminosse hubieran cruzado de esa manera?  

El mundo de SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora