Puede ser un día o una noche (Marte ha perdido la noción del tiempo), que se acuesta a reflexionar sobre todo. Ese día es casi perfecto porque nada le duele, nada le molesta, pero Theo no se ha aparecido de improviso en la habitación. No le ha hecho compañía ni ha pasado a saludar o reprocharle algo. Y da igual, porque aunque sienta un vacío en su corazón sabe que Theo no existe. Ese chico no está vivo, muerto o en intermedio; no existe. Theo Ruffini nunca ha existido y su repentina desaparición no es más que un recordatorio de lo obvio.
Marte no tiene más amigos que esa pelusa en la esquina de la pared y Krystal, esa enfermera que se ha encargado de entablar una que otra tonta charla trivial sin mencionar enfermedades mentales o manicomios. Se sabe lo que se tiene que saber y Marte realmente no quiere oír más.
Ese mismo día (o noche) Krystal se vuelve a aparecer en su habitación con una sonrisa radiante y dos vasos de té frío.
No sabe cuándo se hicieron amigas, pero Marte supone que su mente la utiliza como distracción de la significativa ausencia de Theo, que, según la última conversación que tuvieron, venía de una tribu de hombrecillos que se metían en las cabezas de las personas. Aunque tal vez solo a ella se le ocurriría que eso es real.
—Tu madre ha venido esta mañana—dice Krystal antes de tomar un sorbo del vaso. Marte repite la acción.
—Genial. ¿Cómo está?—pregunta, aunque no está realmente interesada.
La alcohólica de su madre la hizo terminar en esa prisión por capricho suyo. No le emociona en lo más mínimo.
—Peor que siempre. Aaron oye voces y le está reservando un cupo por aquí. Dice que ya está harta y que no merece que todos sus hijos salgan esquizofrénicos y anormales. Sabes de su trastorno de bipolaridad; también ha dicho que te extraña.
Increíble. El pobre Aaron ya se ha vuelto víctima de los problemas de su madre. A veces cree que ellos no son nada más que la paga de sus pecados de los cuales por nada del mundo puede librarse. De vez en cuando Marte le dice a Dios que es injusto, que a diferencia de su excéntrica madre ella no ha hecho nada más que nacer y ya está ahí cumpliendo una condena ajena.
Y después de un rato Krystal se va. Ambas han acabado su té y compartido noticias sobre lo que sucede ahí afuera.
No es hasta las tres y cinco minutos de la madrugada (porque su amiga le ha dicho la hora y cuenta como si la vida se le fuese a ir en ello) que Theo se aparece creyendo que duerme plácidamente y le dice algo. Le dice que se cuide, que va a morir. Y Marte cree que él no es más que un idiota, pero no dice nada porque lo ha visto y su habitual camiseta blanca está manchada con sangre. Tampoco dice nada porque Theo no existe y ella está durmiendo.
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De supernovas y meteoritos.
Historia CortaDe diálogos perdidos sobre la vida cotidiana, una familia rota, dos jóvenes, una enfermera y un manicomio. Simplemente una historia perdida sobre personas perdidas.