5ta Historia

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El fantasma del cine Escorpio

Agradecer mucho al docente que me compartio esta historia, y que me gusto tanto

Hoy la comparto con Ustedes...

Disfrútenla.

He aquí la historia:

Julio de 1986.

Santa Rita, Yoro.

En el estadio Leonel Espinoza, dos equipos de fútbol se enfrentaban como dos gladiadores peleando por vivir: El Aurorita y el Guanchías de la liga mosquito. Juventino Jalil Bográn era uno de los jugadores del Aurorita quien apenas había salido de cambio en el segundo tiempo, y quien era animado por su inseparable amigo Ramón Gómez (Monchito Fenómeno), —El próximo partido si vas a meter goles, Jalil—, dijo vivásmente a su amigo quien se quitaba los tacos.

Jalil dirigía su mirada al horizonte chocando con la nada. Un designio promisorio enredaba su cansancio. —Vamos al rio, Monchito—, propuso el futbolista tratando de olvidar el mal partido que desempeñó.

Era sábado. Hora en que el sol estaba de mayor júbilo, capaz de derretir cualquier cosa a excepción de la infinita amistad de los dos camaradas quienes se marcharon corriendo al rio. Bajaron por el callejón que dividía la cantinilla de Ester Coplan y el destazadero. Muy desesperadamente se despojaron de las chorreadas y sudadas calsonetas y las agitadas y pobretonas camisetas hasta quedar completamente pelados.

—A la ida a la casa, pasamos por el cine a ver que películas están pasando hoy sábado—, propuso con emoción Jalil.

—¿Y cómo vamos a entrar, si no hay pisto?—, preguntó sonriendo en son de burla Fenómeno.

—No jodás Monchito, eso es lo de menos—, le respondió vivásmente.

Los dos cipotes se cambiaron deprisa y empezaron a correr como unos loquillos felices de regreso a sus casas; sin embargo se detuvieron a una cuadra ya que Monchito fenómeno se cansaba muy rápido casi ahogándose. Se ponía morado y sus ojitos se dilataban fuera de lo común, perdiendo la respiración.

Jalil siempre esperaba a que su alerito (amiguito) recuperara el aliento y el color morado se normalizara a su eterno color pus. Se sentaron en una piedra debajo de un madriago y frente al taller de carpintería de Don Amilcar Lara. El güirrito exhausto se agarraba su pechito escuálido y huesudo y con su voz jadeante dijo: —Cómo quisiera ser como vos Jalil, así fornido, rápido, piernudo que nunca se cansa; o, como las baterías Yojoa, tremenda en duración (los dos se reían a carcajadas)..., algún día me voy a curar de esto para jugar de portero en el Aurora como mi tío Nango. Cuando sea grande voy a ser el mejor portero. Voy a jugar en el Olimpia y en la selección—.

—Ya sos portero—, le animó su amigo. —Vas a ver que esos viajes con tu abuela al Hospital Escuela de Tegucigalpa te van a curar—.

—Si. Diosito me va a curar—, dijo alegremente, —Bueno, eso es lo que dice mi mama—. Añadió dando un suspiro al viento felíz, —ya recuperé el aire. Ahora mejor caminemos—, aconsejó.

Los dos compitas retomaron el camino. Doblaron la esquina de la casa quemada, pasaron por el tamarindo y llegaron al cine. Se pararon frente a la cortina de hierro y quedaban pasmados viendo los dos carteles de las películas para ese sábado.

—¡Pucha, hoy en la noche van a pasar "Cobra"!. ¡No jodás, Monchito!, ¡No podemos fallar!—, exclamó Jalil.

—¿Y cómo, con qué pisto?—, preguntó sonriendo, —Si andamos lisos, palmados, hules—, añadió envuelto en una risotada trepidenta.

Historias de un Maravilloso PuebloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora