Capítulo 12 - Hay que saber decir no

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A la mañana siguiente, Cindy se despertó con una sonrisa que se le borró en cuanto recordó a Mario. Lo más seguro era que no hubiese visto nada, pero no se podía arriesgar a que estuvira destrozado y ella allí, tan feliz. Así que se vistió, bajó corriendo las escaleras y fue hasta el olivo, donde llamó a Mario varias veces intentando no parecer preocupada, por si acaso no había visto nada. 

Mario estaba cerca del olivo cuando esuchó unos apresurados pasos pasos que llegaban desde la granja. Entonces escuchó su voz: era la misma voz de siempre, pero parecía preocupada por mucho que intentase esconderlo. No sabía qué hacer. No sabía si acudir a la llamada o quedarse en su solitaria depresión. Nunca habría pensado que ella volvería. Para Mario, Cindy había sido la cara de la felicidad, pero debió de hacer caso a su enfermiza madre:

- El amor puede crear bonitos prados verdes con animales, hijo; pero recuerda que tarde o temprano acaba viniendo un meteorito de fuego devastador que lo destruye todo - le solía decir. Ahora sabía que su madre tenía razón. No debería de haberse enamorado de una chica enamorada.

Cindy seguía llamándole, cada vez más desesperada y preocupada. Nunca había tardado tanto en acudir a su llamada.

Mario se echó a llorar. El amor dolía, y mucho. Finalmente, decidió no acudir a su llamada. Se levantó y echó a correr.

Cindy vio  la cabeza de Mario asomándose unos metros más allá, pero un segundo después, Mario salió corriendo en una dirección que no tenía nungún sentido: no iba a la granja, no iba a su cortijo, no iba a nunguna parte.

Mario no sabía hacia dónde corría, sólo sabía que huía de Cindy, que huía de sus problemas. Entonces recordó todo lo que se habían reído de él en el colegio porque siempre huía de sus problemas. Él siempre se defendía con cualquier frase que le saliese del alma. El problema era que ahora era él mismo el que se insultaba, y se sabía todos sus trucos. Entonces no podría contraatacarse con una frase. Además, en ese momento no podía pensar. Lo único que le salía del alma era fuego de un inciendio propagado por un meteorito caído el día anterior sobre un verde prado con vacas, burros, conejos y caballos. Tenía muchas ganas de volver sobre sus pasos y enfrentarse cara a cara con Cindy, pero seguramente se le caerían las lágrimas nada más pensar en lo que le había hecho. Se dijo no a sí mismo y siguió corriendo hacia ninguna parte. De pronto, llegó a una valla. Era la valla que delimitaba su finca. La saltó sin pensárselo dos veces. Apareció en un secarral y siguió corriendo sin rumbo, simplemente hacia delante. A la hora, llegó a un bosque. Extrañamente no se sentía cansado, si no que quería seguir corriendo. Tras mucho tiempo de estar en el bosque, apareció un lago. Era enorme, no estaba enteramente cubierto por los altos árboles, sólo la parte exterior, hasta donde estos llegaban sin necesidad de curvarse ni de crecer en el interior del lago. Mario, al parar, se sintió exhausto, se quitó la ropa y se metió en el lago de aguas cristalinas. Decidió nadar hasta el centro, donde llegaba la luz del sol. Allí buceó y vio algas en el fondo con pececitos nadando a su alrededor. En el agua se sentía bien, fuera del mundo real en el que esperaba la imagen de Cindy en ropa interior besando al chino. Parecía que se la había quitado de encima con la ropa. Después de haber pasado más de tres horas en el agua, Mario salió arrugado y esperó a secarse. Aunque estuviera a la sombra por culpa de los árboles, no tenía frío ya que en Andalucía en verano hacía mucho calor. Se tendió sobre la hierba blandita y se durmió. Al despertar un par de horas más tarde, se vistió; y así, relajado como estaba, echó a andar. Salió del bosque después de dos horas y media. Mario se paró a contemplar el sol en su punto más bajo, debían de ser las ocho de la tarde. Sorprendentemente, sabía hacia dónde ir, el camino de vuelta; así que siguió andando. Llegó a su valla ya en noche cerrada. La saltó sin dificultad y se dirigió al olivo. En vez de girar hacia su deerecha para ir a su casa, Mario giró a la izquierda en dirección a la granja. Cuando llegó, no había nadie despierto. 

Cindy había pasado el día en el olivo pensando que quizá sí que les hubiera visto besarse. A las siete de la tarde, decidió volver a la granja. Entonces escuchó a su muerta de hambre tripa rugir, cogió algo de la comida que había sobrado y subió a su habitación. Tras comer, se tendió en la cama y quedó sumida en un inquieto sueño.

Cindy se despertó porque una cálida mano le tocó la frente. Se irguió y abrió los ojos. Lo primero que vio fue la seria cara de Mario, que estaba sentado sobre su cama. Entonces oyó su voz:

- Cindy. Oh vi. Vi cómo oh besábaih.

- Mario... Yo... - logró decir ella.

- No - la cortó Mario - déhame hablá' a mí. Mira, hoy he ehtao en el lugá' máh_ehtraño que he vihto. Ahí he tenío mucho tiempo pá' pensá'. He pensao que si tú le quiereh a él, entoseh yo no volveré a aparecé'. Así que sólo me tieneh que desí' un nombre: Iván o Mario.

- Ehhh yo... 

Una historia de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora