Capítulo 2

1.7K 98 6
                                    

-Bien, esta vez he venido en mi coche. Por eso he tardado un poco mas, disculpa el retraso. Mientras decía esto, dejaba las llaves junto a las mías tal y como había hecho yo. Sonrió y nos aproximamos hacia el centro del salón. Vestía un vaquero y una camiseta blanca, acompañado de una chaqueta de cuero, a la que se me iban los ojos. Su característico olor inundó la habitación haciéndome suspirar cuando ya frente a él, rozamos las mejillas para darnos dos besos, de una forma un tanto incómoda.

-No te preocupes, pero ya pensaba que no ibas a venir. -A estas alturas, no tenía ningún reparo en comunicarle mis pensamientos.

-No, no digas eso. Sabes que te lo había prometido.

-Lo sé, pero lo has prometido tantas veces...

-Deja de decir tonterías, ¿has comido ya?

-No, te estaba esperando. -Seguíamos de pie, en medio del salón, sin saber muy bien que hacer y con esta conversación un tanto incomoda que tanto me sonaba.

-No tenias porque hacerlo, vamos. -Cogió suavemente mi brazo y me llevó con él.

En silencio nos dirigimos hacia la cocina. Una vez dentro comenzamos a comentar los detalles de nuestros respectivos viajes de la manera mas normal del mundo. Como dos amigos, evitando el verdadero motivo por el que estábamos allí. Preparamos dos platos de pasta, y mientras yo la hervía noté que sus brazos me rodeaban por detrás.

-Ha pasado mucho tiempo... -Me susurró apoyando su cabeza contra la mía.

-Bastante -Le contesté de la manera mas razonable que se me ocurrió.

-Y te he echado de menos.

Entonces silencio. Él seguía abrazado a mi y otra lágrima recorrió mi mejilla, haciendo que el inmediatamente me soltase.

-No, por favor. Mira, no podemos seguir haciendo esto. No quiero hacerte llorar, en serio. -Yo seguía sin contestar. Esperaba esas palabras desde esta mañana. -Mira tranquilizate ¿vale? No llores. Joder, es que no tendríamos que haber venido otra vez.

-No, mira, da igual. Lo siento. Eres tu el que no debería estar haciendo esto y no quiero entrometerme mas en tu camino. -Me limpié las lagrimas y cogí el plato de pasta a medio acabar. -Voy a subir a comer a mi habitación. Cuando se acabe el fin de semana nos vamos y listo.

-No, eso no es así. Tenemos que hablar. Así no se va a solucionar nada. -Sus palabras comenzaban a alterarme.

-¡¿Cuantas veces hemos hablado ya?! -Le grité antes de salir por la puerta de la cocina. -No va a servir para nada y lo sabes...

Una vez arriba pinché un par de macarrones con el tenedor para terminar tirándolo al plato sin probar ni uno. Estaba harta de todas esas idas y venidas. Le oía abajo sentarse y levantarse, el ruido del tenedor contra el plato y el de los pasos de la cocina al salón y vuelta. Iba a terminar subiendo, lo sabía. Siempre era igual. Siempre pasábamos por las mismas fases, estábamos estancados y no podíamos salir de aquel circulo vicioso que nos atrapaba y atormentaba a ambos al mismo tiempo.

Me recosté al borde de mi cama, mientras secaba con rabia las lagrimas que brotaban de mis ojos. Era ya costumbre, impotencia, frustración, tristeza... todo se juntaba en mi interior, hacía un nudo en mi garganta y me hacía pasar horas perdida entre los sollozos. Lo único que quería era cerrar los ojos y volver a mi piso, en mi ciudad, con mis amigos. No debería de haber contestado aquel e-mail, no debería de haber accedido, no debería haber cogido el avión. Tenía que haber aprendido ya la lección... pero no. Parecía ser que mi cabeza se negaba a otorgar a todo esto un digno final, siempre quería una secuela, la tercera, la cuarta y por quinta vez allí estaba. Apartada del mundo y soportando el dolor sola.

A la hora, los ruidos en la plata de abajo habían parado, al igual que mis sollozos. Mi respiración era más calmada; pesada y temblorosa, pero calmada. Se me cerraban los ojos, y parecía que así iba a pasar el primer día de los tres que teníamos: durmiendo en mi habitación. O al menos eso creía hasta que las escaleras de madera comenzaron a crujir. Estaba subiendo. Suspiré todo lo profundamente que pude. No quería pelear más. Permanecí como estaba, tumbada de espaldas a la puerta. Quizá si pensaba que estaba dormida, se iría.

-¿Alice? -Preguntó mientras golpeaba ligeramente con los nudillos dos veces la puerta abierta.

No le respondí, quería que se fuera, no me apetecía enfrentarme a él y a sus reproches, ni a sus “no deberíamos” “no tendríamos” “no está bien”. Yo era la única que tenía derecho a decir eso.

Noté como el colchón cedía ante un nuevo peso al otro lado de la cama. Escuché como se descalzaba y al momento se acomodó junto a mi espalda, pasando un brazo por encima de mi y agarrando mi mano fría.

-Lo siento, lo siento mucho. No quiero que llores. Escúchame. Hazlo, por favor, sé que estás despierta. Lo siento, ¿vale? Vamos a hacer las cosas bien está vez. Tú y yo. Pero sobre todo yo. He sido un gilipollas. Llevo la mayoría de mi vida siendo un gilipollas. Perdóname. Todo va a cambiar. Te lo prometo.

No fui capaz de responder de nuevo. Solté suavemente en un suspiro todo el aire que había contenido dentro de mi, aguantando la respiración desde que se postró a mi lado hasta que terminó de hablar. Aun de espaldas, sin mirarle a los ojos, pude reconocer la mentira en sus palabras. Sabía como iba a acabar todo esto, pero preferí disfrutar el poco tiempo que tendríamos juntos hasta que cambiase de opinión. Agarré fuertemente su mano con la mía y la lleve hasta mis labios. Depositando un ligero beso en sus nudillos, cortados y desgastados por el frío, como siempre. Aquella iba a ser mi respuesta.

Yo, al contrario que él, era más reflexiva. No me gustaba apresurarme con mis palabras y decir una cosa que no fuera verdad, a pesar de que yo podría superar su discurso romántico con lo que sentía por él millones de veces. Era triste, pero era cierto. Tenía tantas cosas que decirle y no hacía... Tenía verdadero pánico de que después las pudiera usar en mi contra, en uno de sus cambios de opinión. Mis sentimientos por él me ahogaban, me constreñían el estomago, se acumulaban en mi garganta, dejándome sin fuerzas para nada más que estar allí, a su lado, a su merced. Bloqueada de mi misma y preparada para que hiciera lo que se le antojara conmigo, con mis sentimientos, con mi vida al fin y al cabo.

No podía más que cerrar los ojos, intentar dormir y desear que el mundo se parase en ese instante. Con su corazón latiendo pegado a mi espalda, su respiración suave contra mi pelo y nuestras manos juntas, entrelazadas, apretadas diciendo sin palabras “por favor, no te vayas”, con el dulce beso con el que acarició mi cuello y el abrazo que nos mantenía unidos. “¿Durante cuanto tiempo?” susurró mi conciencia, a sabiendas de que esta situación era efímera y que antes o después tendríamos que volver a nuestras respectivas realidades. “No importa cuanto tiempo, por corto que sea, lo paso junto a él y es lo único que me importa”, respondió mi corazón.

Poco a poco caí dormida, con miedo de que llegara la hora de despertar y tener que enfrentarnos el uno al otro.  

Morning (Louis Tomlinson) // Actualizaciones lentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora