La tortura de Cecilia

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Sin explicación alguna, la vida de la niña cambió rotundamente días después de su cumpleaños. Su salud se deterioraba a cada minuto, la paciencia de Samuel se acababa, Marilyn empezó a odiar a su propia hija y hasta inventó un hermano imaginario, que, salido de una mente devorada por los inicios de la locura, también despedazaba de a poco el corazón de la niña. Como si fuera poco, las maestras y compañeros del colegio la maltrataban todo el tiempo. 

Con esta carga, Cecilia transcurrió los cuatro meses más tensos de su corta vida, los más dolorosos, los más sufridos. Se encerraba en su cuarto muy a menudo, pero ahí estaba él: Su "hermano imaginario". Ella misma, con su mente, creaba una auto-tortura. Su habitación dejó de ser normal, y empezó a ser el lugar donde la niña se sentaba en el suelo, agarrándose de las piernas y colocando su cabeza en las rodillas, siempre mirando al piso. Cada vez que alzaba la vista, ahí estaban ellos: Los cuatro designados por ella misma. Cecilia dejó de dormir, dejó de comer, dejó de hablar. Inexplicablemente no podía morir por dejar de comer y beber. Sentía hambre y sed, pero no hacía nada para cambiarlo. Deseaba morir, pero cada vez que salía de su habitación, Samuel o Marilyn la golpeaban; por lo que no podía ni siquiera recoger un cuchillo.

Su cuerpo dolía, pero no perecía. Su mente se enfermaba, pero no abandonaba. Su corazón se despedazaba, pero no se rompía. Sus ojos lloraban, pero no se secaban. Sus manos sangraban, pero no la sangre no terminaba. Su mundo se contaminaba, pero no dejaba de girar. Su vida seguía, pero no era vida. Su universo jamás colapsaba. Su redención era la muerte, pero no llegaba. Jamás llegaba. 

Deseo terminar con todo esto. Estoy sola. Soy la gente que habla sola.

Lo perdí todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora