El autobús noctámbulo

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Las primeras hojas comenzaban a caer de los hermosos árboles.

El comienzo del curso se acercaba y estaba absolutamente emocionada.
Durante el verano había recibido muchas cartas de mis amigos contándome todas las cosas que habían hecho.
Mary había ido a Rumanía con su familia y me había mandado una hermosa postal de un colacuerno Húngaro precioso, John había estado en Francia visitando a unos familiares y Sherlock había ido a Egipto para ver las momias.

Sé que os preguntaréis ¿Y qué hay de Molly?.
Pues la verdad tampoco sé nada de ella, ya que no había recibido cartas suyas y desde el curso pasado parecía haberse distanciado un poco.
Había intentado escribirle muchas veces pero ella no me respondió a ninguna de las cartas.
Pasase lo que pasase, yo seguía considerándola una amiga más.

Aquella tarde bajé a la cocina para ayudar a mi abuela con la cena, ya que toda la familia se reuniría.
-¿Tienes ganas de ver a tus amigos princesa?- dijo ella con una sonrisa.
-Muchas- dije conteniendo la emoción -todos han hecho muchos viajes... y sin embargo yo no he salido de aquí-
-Bueno cielo- dijo ella como si quisiera ocultarme algo -seguro que pronto lo harás-

De pronto mi padre y mi abuelo entraron en la cocina con muchas bolsas.

Corrí hacia ellos y les abracé con una sonrisa.
-Me alegra que hayáis vuelto- sonreí.
-Tenemos todo lo de la lista- dijo Albus con una sonrisa.
-Papá...- dije -el comienzo del curso se acerca y yo todavía no tengo los materiales de este año. ¿Podríamos ir mañana al callejón Diagon?

Las miradas de los tres se cruzaron temerosas, estaba claro que algo no estaba bien.

Mi padre posó su mano en mi espalda y suspiró.
-Ven conmigo cielo- dijo él dirigiéndose a su despacho -creo que es hora de que hablemos con seriedad-
-Ocurre algo papá- dije mientras entraba en aquella hermosa sala.
-Siéntate- dijo señalando el sofá de cuero marrón.

Tomé asiento mientras mi padre cerraba la puerta para que mis abuelos no escuchasen.

Mi padre tenía una expresión de seriedad y preocupación al mismo tiempo, a decir verdad jamás le había visto así.
Tomó asiento en una butaca de color rojo frente a mí, encendió su pipa y me miró.
-Creo que será mejor- suspiró -que no vayas al colegio este año-
-¡¿Qué?!- dije desconcertada -¡¿Por qué?!-
-Hogwarts ya no es un lugar seguro pequeña- dijo mi padre.
-¿Desde cuándo lo es?- dije con rabia.
-Por eso- dijo él -Tus abuelos y yo hemos decido que asistirás a la Academia mágica Beauxbatons-
-¿Es una broma verdad?- dije molesta -¡¿Cómo te atreves a hacerme esto papá?!-
-Es por tu seguridad cariño- dijo él.
-Y una mierda- dije levantándome y abandonando el despacho dando un fuerte portazo.

Mi abuela estaba en el pasillo con los ojos cristalizados.

Hice caso omiso y subí a mi habitación mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.
Cerré la puerta con violencia haciendo que Hedwig se despertase de su siesta.
Me senté en la cama y comencé a llorar con fuerza.

No entendía como mi padre podía hacerme tal cosa.
No quería alejarme de mis amigos, no quería abandonar mi escuela y mucho menos irme a otro país.
Mi vista se posó en el armario, dónde se encontraba mi maleta de la escuela.
Me levanté y comencé a prepararla con todo lo que necesitaría.

Por último agarré la jaula de Hedwig y lancé la maleta a los arbustos para que no hiciese ruido al caer.
Me senté en el borde de la ventana y miré al suelo, ya que la caída era un piso de altura.
-Tranquila Hedwig- dije tratando de calmar al animal -voy a soltarte para que estés más cómoda-

Abrí la jaula y la blanca lechuza voló hasta un árbol cercano a la casa.

Tomé aire un par de veces, cerré los ojos y salté a los arbustos.
Por suerte mi familia estaba tan ocupada que no escucharon el enorme trompazo que me di.
Mi cuerpo me dolía pero aún así, el Quidditch me había hecho aguantar el dolor muy bien.

Tomé mi maleta y pronto Hedwig voló hasta mi hombro.
Poco a poco me aleje de la casa y caminé por las oscuras calles de nuestro barrio.
La noche era fría y húmeda, ya que había estado lloviendo durante toda la mañana.
Las farolas iluminaban nuestro camino pero no sabíamos exactamente a dónde queríamos ir.
A aquellas horas de la noche, no había un alma en las calles, ni un coche, ni un autobús que nos llevase a Londres.

Tras mucho rato de caminata, decidí sentarme en la acera de un parque para descansar un rato.
De pronto el viento comenzó a aumentar haciendo que los columpios se moviesen y las luces comenzaron a tintinear.
Un fuerte gruñido sonó en los arbustos que estaban al otro lado de la carretera y de ellos surgió un enorme perro de color negro.
Los ojos amarillos del animal brillaban con intensidad mientras mostraba sus dientes.

Cuando iba a abalanzarse sobre mí, sonó un claxon con mucho estruendo.
De la nada surgió un autobús morado con dos pisos de altura.
En la entrada del autobús había un hombre con un uniforme muy desgastado, tenía pinta de haber trabajado en él durante muchos años.
-Bienvenida al autobús noctámbulo, el transporte de emergencia para el mago o bruja extraviado- dijo el chico de cabello largo y graso -me llamó Stan Sampike y estaré a tu disposición esta noche-
-Gracias- dije intentando entrar.
-Alto ahí- dijo frenándome-no se permiten animales-
-Hedwig- dije mirando a mi lechuza -nos veremos en el caldero chorreante-

Mi lechuza voló hacia el enorme cielo cubierto de nubes y yo miré por el lateral del autobús.

El enorme perro había desaparecido de aquel lugar, lo que me resultaba bastante extraño.
-¿Qué estás mirando?- preguntó el hombre.
-Nada- dije mirándole.
-¿A dónde vamos?- dijo él.
-Al caldero Chorreante- dije subiendo -en Londres-
-¡Ya lo has oído Earl!- dijo Stan mientras subía mi maleta y la jaula con esfuerzo.

La magia de la deducción (Parte 3) (Sherlock Holmes y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora