Una última visita

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Así que... esta sería la última vez. Bueno, no es para tanto, después de todo te trasladarán a la ciudad y encontrarás amigos a derecha e izquierda, segurísimo, allá habrá gente de sobra, océanos y mares y ríos de personas, y sin... espacio, tanta gente a la que no le importas. Podrías morir allá, Alfred, podrías caer de un edificio y nadie se daría cuenta, quizás hasta levantes una carga pesada de la familia: aquel que nació por accidente, con ojos muertos y, ahora, un rayo atravesándole la cara, deformándolo más de lo que ya estaba, llevado lejos por el manto de la muerte. Entonces los 15 de marzo volverían a ser felices.

Esa anonimidad de la ciudad lo calmaba, pero el sentimiento de inexistencia que recordaba llegar a tener era más grande y fuerte que la tranquilidad de pasar desapercibido.

Además, Lu... ella se quedaría sola. La villa ya está muerta; al menos eso le dijeron, y si es verdad significa que no le queda nada, nada ni nadie, y eso lo entristecía.

A pesar de que temía admitirlo, de igual manera que le teme a prácticamente todo, Lumière era algo especial para él. Era una emoción muy extraña, nueva, que sentía cuando la chica se sentaba a su lado, o hablaba con ese acento gastado, o le traía cachivaches que ninguno de los dos comprendía. Le gustaba, le gustaba a pesar de las incontables veces en las que le avisaron de lo extraño y rebelde de aquella muchacha, de todo lo que hace y dice y roba y, aunque es verdad que no todo le parecía correcto y muchas veces le chistaba sus quehaceres, nadie podía negar que estaba, en el más literal de los sentidos, ciegamente enamorado.

Incluso sus primos, y especialmente Fred, con Chris de chivato siempre detrás, habían tomado la costumbre de pincharle cada que lo veían con botella de vino en mano. Sin embargo, nunca ninguno de ellos consiguió que le dijera, o que afirmara siquiera cuanto la amaba, ni incluso borracho como estaba.

Aunque, si no era hoy, no sería nunca.

Se acomodó en el sillón del coche. A pesar de ser relativamente nuevo, al estar en marcha soltaba un constante hedor a gasolina quemada. Él era quien que más lo notaba y al cual más le molestaba, y de tanto en tanto palpaba las puertas del carro, giraba la manivela para bajar la ventana e inspiraba con ganas el aire fresco de afuera.

No solo tenía pensado ir a la villa de visita, eso, teniendo en cuenta la plaga que continúa rondando los bosques, sería una gran tontería. En cambio, quería tratar de convencer a Lumi, sacarla de allá, quizás volver con ellos a casa, donde todos se quedarían hasta encontrar una vivienda nueva para los Callagan. Aunque, bien pensándolo, es muy posible que sus padres se nieguen y la echen de la casa tan pronto como llegue, después de todo no lo han dejado cerca de una mujer desde su niñez.

Pero a lo mejor... si les explico sus condiciones...

Dio un amplio suspiro, hundiendo el costado de la cara en la palma de la mano, que se despegaron y volvieron a juntar con el traqueteo del coche sobre la tierra del bosque.

No importa como sea, solo debo sacarla de allí. Mejor vivir en la calle que en la villa al momento.

Entonces, su cuerpo se inclinó ligeramente hacia delante, acompañado de un chirrido proveniente de las ruedas del carro y una pequeña nube de polvo, que se disipó antes de llegar a Al, pero dejó rastros en la nariz del chico. El coche había parado.

-Llegamos –La voz de Rowan interrumpió el silencio que se había empezado a formar. El muchacho abrió la puerta y Al sintió el vehículo levantarse con ligereza al tener una carga menos.

-Oye –Habló otra voz, sentada justo a su lado, en un tono calmado, bajo y algo tímido, cómo asustado. Alfred giró hacia él la cabeza, no mucho, con su único ojo visible cerrado – Key dijo que debíamos ayudarles hoy, ya sabes, moviendo nuestras cosas y todo eso, así que, ¿no tienes pensado...?

-No te preocupes Chris –Le interrumpió– No tardaré mucho.

-Ah, bien, bien... Solo... preguntaba –Un ruido siguió de cerca estas palabras y en un momento pusieron en mano de Alfred un palo cilíndrico y recto, frío, de metal- Ahí tienes tu bastón –continuó Chris, al mismo momento que la puerta al lado derecho se abría, llamando la atención de todos.

Desde afuera, Rowan agarró el hombro de Al y le dio un pequeño empujoncito hacia arriba. Este salió del vehículo teniendo cuidado de no chocarse contra el techo.

-¿Ya cogiste el bastón? Genial –Dijo una vez que Alfred estuvo fuera. Su tono al hablar era de una felicidad falsa, apagada. Aquel sitio todo arruinado y gris y roto debe ser una gran carga de ver, y una muy fea y llena de nostalgia. Después de todo, fue su hogar por mucho tiempo– ¿Necesitas ayuda? Lorraine debe estar en su casa, no sé si quieras que te lleve allá o algo, a lo mejor prefieres que te deje ahí cerquita y tú ya vas andando

-Te lo agradecería, cerca está bien –Sonrió de lado y extendió su bastón hasta que este tocó el suelo.

-Vale... -Respondió arrastrando la V. Tomó a Alfred del brazo y cerró la puerta con la mano libre- Por aquí.

Fueron a paso lento, pero con prisas, después de todo Key los esperaba de vuelta en la ciudad, y ya que ni siquiera aprobó el ir de visita a la villa se haría una fiera si tardasen más de lo previsto.

La tierra era irregular y el bastón saltaba de arriba abajo y de un lado a otro cada vez que golpeaba cualquier piedra. En antaño a Alfred de divertía aquello, pero ahora, era repetitivo y los frenaba, llegando a serle molesto.

El terreno se amansó un poco más al llegar al centro de la villa, donde estrechas y anchas callejuelas muy poco regulares, conformadas por un puñado de piedras llanas, barro y césped yacían abandonadas, acompañadas por los sonidos lejanos de algunos pajaritos que cantaban al sol de la mañana. La piel de Ron estaba erizada, de gallina, y Alfred podía notar lo alerta que se encontraba. Todo aquello le parecía tan, tan deprimente...

 

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