Capítulo 16

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—Maldición...—dijo por lo bajo, miró a Viktor con pena y desvió su mirada. Su cabeza siempre era un lio cuando se trataba de esos asuntos en los cuales su moral jugaba en su contra.

Yurio los había visto. Y peor que eso, sentía remordimientos al ver su rostro lleno de lágrimas.

¿Qué debía hacer?

Vio la espalda del menor alejarse y cerró los puños. No podía pensar para siempre, debía tomar una solución inmediata.

—Lo siento, Yurio—pensó para sí mismo. Viktor se veía preocupado por la situación cuando volteó a ver al rubio correr de la escena. Era obvio que se preocuparía. Pasó su mano por la mejilla ajena, obligando que el mayor se enfocara únicamente en él—. Pero Viktor no es tuyo y no voy a permitir que sigan las cosas de esta manera.

—Yuuri...

Se acercó al más alto, jalando del cuello de su abrigo para ponerlo a su altura y juntando sus labios con afecto. El calor ajeno resultó más satisfactorio de lo que pensó en un principio. Era el mismo sabor que obtuvo en Japón, cuando creía que podía tener a Viktor el tiempo suficiente. Un sabor con un sentimiento tan agridulce más que esperado dadas las circunstancias.

Al parecer, habían tenido el tiempo suficiente para desear el sabor ajeno con más fuerza que nunca. Viktor lo buscaba de la misma forma, agachándose y buscando mantener sus labios juntos.

Se separó, el punto era retener a Viktor, no sobrepasar el límite que deseaba imponer entre ellos. Lo quería, quería tener a Viktor; pero la competencia era al día siguiente y estaba más enfocado que nunca en su objetivo. Para terminar con todo eso necesitaba la medalla de oro.

Si nadie va a hacerlo, entonces es hora de que sea yo quien te ponga en tu lugar.

—No me sigas—dijo Yuuri con firmeza, acariciando la mejilla contraria antes de escapar del tacto del ruso e ir a buscar al adolescente.

Pensó en la situación detenidamente, en lo que estaba sucediendo para poder conectar las partes en su cabeza. No existía nada que pudiera calmarlo en ese momento, no era el muchacho frágil que iba a permitirse flaquear.

Había visto el lugar por el cual se marchó Yurio, y tardó varios minutos en poder divisar al rubio a lo lejos. Se aproximó de inmediato, caminando a pasos firmes. Como si hubiera escuchado los golpes de los zapatos contra el pavimento, el rubio volteó para enfocar sus ojos en el japonés.

—¡Lárgate!

—Oh, no, eso no—bramó, con su ceño ligeramente fruncido. Vio como Yurio estaba dispuesto, por lo cual tomó su brazo para impedir que se fuera.

—¿¡Qué demonios quieres maldito cerdo!?

—Deja de insultarme de una buena vez e intenta hablar como una persona decente por una vez en tu vida, Yurio—dijo el japonés, con sus palabras firmes— Ya tengo suficiente de eso.

—¡No quiero hablar contigo! ¿Por qué no te largas?

—¡Quiero solucionar esto, idiota!—gritó exasperado, tomándolo por los hombros—. ¡No pienso seguir el estúpido juego de un niño de quince años así que cállate y escucha de una buena vez!

. —Suéltame...—habló el rubio, con la voz cortada y las lágrimas cayendo por sus mejillas. Sintió el leve temblor de su cuerpo ajeno, pero Yurio tenía una fuerte convicción. Él desviaba la mirada para que no pudiera presenciar cómo se derrumbaba, se negaba a dejarse ver débil.

—Deja de aferrarte a lo imposible—comenzó a hablar, aun sabiendo que las palabras que decía estaban lastimando al menor—. Sabes muy bien que no puedes retenerlo.

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