Capítulo 21

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Él sabía que cuando despertara, Yuuri no iba a estar a su lado. No necesitaba que se lo dijera, era obvio que cuando despertara le japonés pensaría que fue un error estar con él esa noche. Y no importaba cuantos besos hubieran compartido, esperaba que al menos uno de ellos hubiera sido lo suficientemente expresivo para que Yuuri entendiera sus sentimientos.

Yuuri durmió casi de inmediato, mientras que él dormitaba sin poder concebir el sueño. Así que el silencio de la oscura habitación, tomó un esfero y se dispuso a escribir. Se la quería entregar en persona, decirle todo, pero despertarlo no era una opción y tenía miedo que el japonés no quisiera escucharlo. Él debía estar harto de sus disculpas y de que lo hiciera todo mal.

Lo observó dormir, con sus cabellos cayendo a los extremos de la almohada. Su respiración subía y bajaba, y acarició con suavidad los mechones para no despertar al menor. Estaba tan arrepentido de haber hecho todo mal, al menos agradecía que Yuuri sonriera y fuera feliz.

Entonces, acarició despacio su rostro. Recordó todas las veces en las cuales vio esas facciones tristes y cambiadas, como sus hermosos ojos cálidos y algo inseguros llegaron a mirarlo con la agudeza de un cuchillo. Pero esa noche Yuuri no lo miró de esa manera, tenía la misma expresión que en los tiempos en los cuales estuvo por irse de Hasetsu.

Al no poder dormir, decidió buscar entre sus pertenencias algo para escribir. Porque él sabía que tal vez no iba a ser posible hablar con Yuuri. Tomó el esfero a su lado, miró al muchacho durmiendo a su lado y se dispuso a escribir.

 Tomó el esfero a su lado, miró al muchacho durmiendo a su lado y se dispuso a escribir

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El regreso a Japón fue agridulce. Le alegró ver a su familia y amigos después de tanto, pero también las palabras de la carta permanecían en su cabeza tan presentes que le era imposible concentrarse en otra cosa.

La primera semana, ayudó a sus padres mucho más que en el pasado, desde muy temprano porque le era imposible dormir bien. En las rutas que tomaba en la noche, recordaba a Viktor en los diferentes lugares en los cuales ellos entrenaron juntos. En el puente, donde él iba en bicicleta y corría con Makkachin a su lado mientras corría.

Yuuri amaba Japón, amaba también amaba las costas de Hasetsu y el viento en su rostro, casi tanto como amaba a Viktor. Se preguntó si algún día sería posible caminar con tranquilidad sin recordar al ruso en cada vuelta que diera.

Japón se había quedado con el recuerdo de Viktor.

No por nada fue hasta Tailandia. Al menos ahí tenía a Phichit y ninguno de los restaurantes, locales o incluso personas le recordaban a Viktor. Incluso cuando él regresaba a su habitación estaba presente aquella habitación tan cerca de la suya, la que había sido ocupada por Viktor.

No tuvo el valor para botar la carta, en su lugar, se encontraba cual idiota leyendo varias veces aquellas palabras antes de irse a dormir. Con la poca luz que le daba su lámpara y el papel en su pecho cuando terminaba de leer. Las cortinas abiertas, permitiendo que pudiera ver un cielo que no se parecía al del Japón que conoció después de amar a Viktor, tampoco al cielo tailandés donde vivió, ni mucho menos el cielo de Rusia en el cual le lloró.

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