No decir nada

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No sé por qué.

Ella debería ser mi peor enemiga. Lo era. Pero, ¿lo es aún cuándo tiembla entre mis brazos? Desde hace algunos meses, estoy perdida. Sin embargo debería estar completa: un hijo brillante, Henry; un compañero atento, Neal; mis padres encontrados. Pero no me siento planamente viva sino cuando ella se inclina sobre mí, sus labios demandando los míos...

Ella. Esa reina maldita. Sus ojos, su cabellera, incluso su corazón, todo parece negro. Y sin embargo, cuando ella se abandona a mí, no es sino dulzura, pureza, abdicación. En el dormitorio de su casa, yo no sé quién es la oscuridad, quién es la luz. Las dos se mezclan en un cuerpo a cuerpo violento, sensual y desesperado. Ya no hay Salvadora. Ya no hay reina. Solo su piel contra la mía.

Una vez más, la encuentro. Una noche más, voy a pertenecerle sin saber por qué. Una vez más, la noche ocultará nuestros vicios. Una vez más, puedo amarla sin tener que enrojecer. Pero una vez más, me marcharé con la mirada baja, sin ni siquiera besarla.

No necesito tocar. Ella me abre la puerta.

La luz ilumina débilmente la estancia. Apenas nos distinguimos...Nuestras miradas se cruzan, ardientes...Me acerco a ella. El dulce perfume de la sensualidad emerge...Nuestros cuerpos se rozan y comienzan un baile inflamado. Nuestras manos se juntan, se tocan, se acarician. A través de las ropas, en seguida demasiado pesadas, mis dedos se desplazan y recorren el país de su cuerpo. Las prendas caen una detrás de otra. Nada podría estropear ese momento. Las caricias intensas, los besos cautivadores, las palabras se vuelven rápidamente irrisorias. Los gestos languidecen en la fiebre de nuestro cuerpo a cuerpo. Los murmullos y los suspiros se entrelazan, al igual que nuestros cuerpos ardientes. El contacto de nuestras pieles desencadena el deseo y la pasión...En la penumbra, nos comprendemos y vivimos la danza erótica de nuestros cuerpos aturdidos. Sus dedos se pasean y se arrastran lánguidamente por mis curvas. Cada gota de sudor perlado como un abandono en la otra. Nos otorgamos un gemido suave y profundo. El tiempo se para. Cada movimiento se transforma en garantía de nuestra unión carnal. Los suspiros se pierden en el silencio voluptuoso. Nos contenemos y nos abandonamos en el calor del abrazo. No es sino el principio. La noche se eterniza y se convierte en la encubridora de nuestra melodía. El atisbo de felicidad se encuentra en un placer saciado. El placer de labios que recorren un cuerpo tembloroso, el placer de manos que se unen en un murmullo ronco. El placer de dos cuerpos que solo forman uno y que se pierden en la inconsciencia. Un susurro en el oído, una mano sobre un pecho ardiente, todo se convierte en fuente de voluptuosidad y disfrute. Nuestras lenguas se enredan y cada una de las parcelas de nuestros cuerpos tiembla bajo la emoción...

Nos miramos. En una mirada, leo tantas cosas. Sé lo que ella siente. Pero al igual que yo, ella no dirá nada. Me separó delicadamente de ella. No me atrevo a hacer un gesto más. Porque mi corazón se hincha cada vez más...Ya no deseo marcharme. Siento su mano apoyarse suavemente en mis cabellos. Yo ya no respiro.

«Emma, yo...»

¿Hasta cuándo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora