19• Destino.

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Tarde o temprano tenía que pasar. Y aunque Yuratchka hubiese preferido que fuera tarde, más tarde, está pasando ahora.

Puede sentirlo; el calor del celo fluyendo del centro mismo de su cuerpo hacia cada terminación nerviosa de su sistema.

Encerrado en el cuarto de baño, se tambalea hasta llegar a la encimera del lavamanos para observar su reflejo en el gran espejo.

Su flequillo alborotado y húmedo es lo primero que llama su atención, seguido por las pupilas dilatadas de sus ojos verdes y el sonrojo creciente en su cuello y mejillas. Su respiración, así como el latido del corazón acelerándose a cada segundo, con cada nueva ola del celo recorriendo su cuerpo.

Lleva dos días en Kazajistán.

El primer día se la pasó en el centro comercial con su novio, comiendo y visitando tiendas de ropa, una tras otra hasta volver al hogar de Otabek y dormir profundamente hasta el día siguiente.

Esa mañana fueron a visitar a la abuela de Beka. Yuratchka jamás pensó encontrar a una abuelita tan adorable como Hiroko, pero la segunda madre de Otabek era tan dulce y risueña que Yurio sentía que traicionaba a su propia abuela cada vez que se descubría teniendo un cariño especial por esa ancianita a quien ve al menos una vez durante sus viajes a Kazajistán.

Al salir llenos de comida y con las mejillas bañadas en besos, decidieron ir a la pista de patinaje donde Otabek pasa la mayor parte del tiempo. Sin embargo, Yura comenzó a sentirse enfermo un par de horas después así que su novio insistió en volver a casa.

Y ahí está ahora, con los síntomas del celo comenzando y su novio en alguna farmacia buscando medicamentos para una fiebre completamente diferente a la que creían en un principio.

El cerebro del rubio comienza a analizar la situación, tan afondo como su excitado cuerpo se lo permite.

A diferencia de él, Otabek sí asiste a la universidad y desde que comenzó el quinto semestre vive sólo en un departamento cerca del campus. El edificio es pequeño. Otabek sólo tiene dos vecinos: Una viejita viviendo en el apartamento de abajo con tres gatos con los que Yura juega cuando aparecen en el balcón y el inquilino del tercer piso, a quien Yurio sólo a visto una vez y aparentemente casi nunca está gracias a su trabajo.

Entonces sólo tendría que preocuparse por que la anciana los escuchara en el caso de que se decida por entregarse a su novio.

Ese es el punto clave en la situación. El porqué no ha salido del baño y arrancado de las profundidades de su equipaje la pequeña maleta negra con pastillas y tres supresores en jeringas sin los que jamás sale.

Una parte de él, posiblemente la que siempre piensa en su novio durante los tres días que suele durar su celo, quiere eso. Quiere que Otabek llegue y lanzarse a sus brazos. Descubrir el tan anhelado placer que su cuerpo exige.

Y otra parte, la más insegura, tiene miedo.

Recuerda hacer hablado con Zet cuando su mejor amigo tuvo su primera vez. Aunque para su amigo no es lo mismo por su condición de Beta, comprende a la perfección el terror de un Omega ante la posibilidad de que una mordida selle tu destino. Por ello siempre agradeció ser un Beta en su relación con el chico de porcelana. No tenía necesidad alguna por morder.

Sin embargo Yuratchka cree que no es tan malo, su cuerpo desea la marca de su Alfa, de su persona destinada, del ser amado. Su única objeción, el motivo que lo mantiene dudando es que, piensa, es la promesa más grande que ofrecerá en su vida.

Si Otabek lo muerde no habrá marcha atrás y deberá compartir el resto de su existencia junto a él; separarse por mucho tiempo ya no solo será un dolor constante sino que podría volverse insoportable.

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