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[6 Meses]
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-Parece que fue hace una eternidad la última vez que estuvimos en Hasetsu.

-¡Ya quiero entrar al Onsen! -Exclama Víctor, buscando su equipaje -Estoy seguro que a Yurio también le encantará el lugar.

Yuri bajó la mirada al bebé en sus brazos, que lo veía con sus grandes ojos curiosos. -¿Te gustaría un baño, Yurio?

El papeleo de adopción ha sido lo más agotador que Yuri a experimentado. Y si eso viene del esposo de Víctor Nikiforov -el patinador n°1 a nivel mundial-, agregándole su propia carrera como bailarín de la más prestigiosa academia de danza -cuando vivía en Londres- y su retiro de los escenarios para ser profesor particular de ballet; bueno, el papeleo fue letal.

El problema no vino con el hecho de que un matrimonio de Alfa y Omega quisieran adoptar un bebé, no. Sobre todo porque los padres biológicos así lo estipularon es su testamento como última voluntad. Las oposiciones vinieron de la mano con acusaciones a su prematuro matrimonio: "Solo tienen 5 meses de casados; ¿Cómo podrían cuidar de una criatura si jamás han tenido alguna?"; "No se sabe si su relación perdurará en el futuro y el bebé necesita constancia para crecer."

¿Y cuando todo eso no funcionó?

"El señor Nikiforov es patinador profesional, vive más en la pista de hielo que en su propio hogar, no podrá cuidar del niño como un buen padre". ¿Y Yuri? Es un Omega. Aún si fue reconocido como el mejor patinador en el Reino Unido, se retiró en pleno apogeo de su carrera, es obvio que sólo es otro débil Omega.

Y ahí recaía todo el problema. Yuri Katsuki; el bailarín, la persona persistente y tranquila de corazón noble y sinceridad ante todas las cosas: Es un Omega.

Era como si las blasfemias hacia su relación con Víctor salieran a flote una vez más. Porque Nikiforov es un Alfa prestigioso, talentoso y matadoramente atractivo. Codiciado por todo el mundo. Asi que al mundo no le agradó la idea de que Víctor comenzara una relación con un insulso Omega, ni que dicha relación durara cuatro años más hasta, por fin, fugarse de la prensa y casarse a escondidas.

Víctor Nikiforov es egoísta por naturaleza y cuando quiere algo no descansa hasta hacerlo suyo. ¿Y cuando experimentó el amor puro por primera vez? Yuri Katsuki se convirtió en la persona más valiosa para el Ruso. Nada ni nadie lo alejara de su lado. Palabras de Víctor.

¡Y ganó el amor! En ambos casos: El matrimonio y la adopción del pequeño Yuri.

Sin embargo, decidieron que lo mejor sería cambiar de ambiente. Uno donde Yurio pudiera vivir tranquilamente, sin ser hostigado por la farándula de su nuevo padre.

Mathew Plisetsky jamás reveló la existencia de un hijo y Yulia prácticamente estuvo aislada del mundo los nueve meses que duró su embarazo. La existencia de Yuri Plisetsky no existía para el mundo de los deportes y la farándula. Porque al igual que el japonés, Yulia era Omega y sufrió en carne propia la misma discriminación que él.

Su hijo no pasaría por todo eso.

Entonces tuvieron que apelar al duro trabajo del abogado de los Plisetsky y asegurar el silencio de un doctor, una enfermera, una trabajadora social y el director del orfanato.

Yuri Plisetsky jamás existió. En su lugar, Yuratchka Nikiforov llegó al mundo un día 1 de Marzo. Midiendo 28 centímetros y pensando 2 kilos 800 gramos. Sus padres: Yuri Katsuki y Víctor Nikiforov.

Yuri gruñó, pataleó, refunfuñó y volvió a gruñir ante la idea de su esposo y el abogado. ¿Por qué borrar la existencia de sus dos mejores amigos de la vida de su propio hijo? Yurio estaba en todo su derecho de saber quiénes eran sus verdaderos padres, de crecer con la certeza de que sus padres lo amaron desde el instante que supieron que llegaría al mundo hasta su último aliento de vida.

Yuri quería contarle todas las noches, como si de un cuento para dormir se tratase, lo fascinante y maravillosa que había sido su madre.

Y le enfureció aceptar que no era lo mejor. En Rusia, rodeados de las personas que amaban el trabajo de Víctor pero odiaban su relación con el japonés, Yurio sería objetivo de burlas y miradas de desprecio por ser adoptado y no hijo biológico.

Una vez todos los papeles fueron firmados, sellados y archivados, el matrimonio Nikiforov llegó a una decisión: Se irían.

Un par de meses después sus cosas ya habían sido enviadas a Hasetsu, Kyushu. Japón.

En el auto, camino a la casa de sus padres, Yuri temblaba ligeramente ahora que el pequeño Yurio había sido desplazado de sus brazos a los de su esposo.

No ha visto a sus padres en dos años, cuando vino a presentarles a Víctor e informar que dimitiría del ballet para ser profesor, y ahora llegaría casado y con un hijo.

Volteó a ver a su marido en busca de apoyo. La luz del amanecer iluminaba el rostro de Víctor, dándole un aura mística que le quitaría el aliento a cualquiera. Dios, gracias por darme un esposo tan guapo. Y sus ojos viajaron al bulto en los brazos del Ruso, donde Yurio dormía en el capullo de mantas. Y por un niño tan adorable.

El corazón del japonés se acelera con terror al darse cuenta que el auto se ha detenido, al mirar a través de la ventanilla se encuentra con la entrada de Yu-topia, Onsen de su familia. Y baja del vehículo con las manos llenas de sudor y temblando.

Se gira en busca de Víctor y toma al bebé para que él se las arreglara con el equipaje. Los temblores cesan al sentir el calor de Yurio. En los últimos tres meses Yuri se a percatado de algo que solo le había sucedido con dos personas en toda la vida: Yulia y Víctor. Si estaba nervioso o ansioso solo le bastaba con que Nikiforov lo estrechara entre sus fuertes brazos, o que Yulia tomara su mano para que su corazón se calmara y volviera a sus cabales.

Se pregunta si puede sentir la misma tranquilidad con Yurio porque es hijo de Yulia o porqué -y se recrimina por esto- a comenzado a verlo como su hijo.

Y está listo para aceptar que eso lo convierte en un ser humano horrible. Fue su amiga quien sufrió, lloró y se extasió en felicidad por la llegada de su primer hijo, y ahí estaba él, usurpando el lugar de Yulia como madre del pequeño.

Se sentía tan culpable del calor en su pecho cuando el bebé de ojos color menta le sonreía al jugaba con él durante el baño; estiraba sus regordetes brazos hacia Yuri cuando lo veía, o al escuchar su risa musical y burbujeante cuando Víctor le soplaba en el estómago mientras lo cambiaba de ropa, causándole cosquillas.

Se sentía tan culpable de la felicidad que ser una familia le traía. Porque ese precioso bebé no era suyo en sangre. Pero lo adoraba con cada latido del corazón. Y sabe que para Víctor tampoco es fácil.

Claro que Víctor es mejor adaptándose a las situaciones que él.

Yuri enderezó la espalda y caminó hacia la entrada del lugar como quién desfila a su propia ejecución. Tardó más en deslizar la puerta que lo que la maestra Minako en correr hacia ellos.

-¡Bienvenidos, Yuri, Víctor! -y detuvo lo que sería un abrazo de oso al ver que no venían solos.

Un jadeo sorprendido se escuchó a espaldas de la profesora de ballet, proveniente de sus padres.

-H-hola... ha pasado tiempo -saludó a los rostros lívidos de sus familiares y le envió una mirada a su esposo sobre el hombro, rogándole que lo salvara.

Y nada como la mirada de perrito apaleado para que Víctor saltara como su héroe de brillante armadura, atacando con su gran y esplendorosa sonrisa -¡Hi~ a pasado mucho tiempo! -Exclamó y rodeó la cintura de Yuri antes de acariciar con un dedo la rosada mejilla de Yurio, quien daba signos de un pronto despertar -Tenemos dos grandes noticias que darles.

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