Antes del Vuelo

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-He de saber quién es el lector que tanto entusiasmo ha demostrado por lo que yo escribí. Atentamente, La Escritora. -leía el señor Grimaldi en voz alta.

-¿Qué me dices? -preguntó Vito expectante.

Ya había recibido la respuesta a la carta que envió al lago, aparentemente, la escritora era una mujer, y su curiosidad por saber quién era la chica que escribía detrás del manto de aguas no hacía más que crecer.

Al levantarse había ido al lago sin demasiadas esperanzas de encontrarse con la respuesta. Pero al verla flotando en medio de las aguas no dudó en agarrar la rama más cercana para llegar hasta ella. Luego corrió a trabajar a la herrería y como seguía molesto con Laura, no pudo evitar informar al hombre de lo que le había ocurrido. Y tras leer la carta en voz alta no podía esperar a que le dijera su opinión.

-No sé chico, es un asunto turbio -empezó diciendo mientras se rascaba la cabeza-. ¿Un lago que escribe cartas? Eso es demasiado extraño.

-No es un lago que escriba cartas, es alguien que está tras las aguas quien las escribe. -replicó el muchacho arrancando el trozo de papel blanco de las manos del hombre sin apartar la sonrisa ilusionada del rostro.

-¿Me dices que hay sirenas viviendo ahí abajo? -Preguntó el señor Grimaldi sin entender nada.

-No, tiene que ser alguien más, no existe papel en el fondo del lago -Negó razonando el chico. No se había parado a pensar que él tampoco sabía de dónde venía todo aquello-. Aunque sigo dispuesto a averiguar quién es esta extraña escritora.

El herrero se limitó a encogerse de hombros. Tenía presente que el joven, aunque fuera muy fantasioso, sabía cómo aplicar lógica a las cosas y darse cuenta de cuáles eran sus prioridades.

Vito trabajó muy duro ese día en la herrería, se había retrasando más que de costumbre y no pensaba malgastar su tiempo. Aquel día se quedó hasta que el señor Grimaldi terminó de comer, limpiando los materiales y cuidando del taller en su ausencia.

Se fue a su casa muy contento con su trozo de papel con la pregunta de la escritora, que aunque ya supiera que se trabajaba de una mujer, no había obtenido las respuestas que esperaba, y ahora estaba dispuesto a contestarle con gusto para poder averiguar más. Con la idea de que eso no podía suponer ningún peligro para su bienestar.

Por la tarde, se sentó al escritorio y procedió a elaborar la contestación. Y tras demorarse unas horas en la escritura, se fue satisfecho con sus resultados al lago. Realizó el mismo proceso que la primera vez: extendió el brazo al frente y abrió la mano para dejar resbalar el sobre. Observó como las aguas succionaban el mensaje y se lo llevaban a dondequiera que estuviese aquella escritora.

Se sentó en la orilla, el sol se había puesto hacía una media hora, y todavía se veían los tonos dorados en el horizonte. Contempló con una chispa en sus ojos el cielo mientras se tornaba oscuro.

Estaba contento, más que en mucho tiempo pensó, y por un momento quiso girarse a ver a Laura. Pero recordó su enfado de hacía ya dos días y se revolvió por dentro. Todavía no sabía si debía disculparse o continuar enfadado. Miró con sus dudas hacia el cielo. Luego pensó en los versos que hacía unos días habían llegado por pura suerte hasta sus manos, desde el principio se sintió identificado con aquellas palabras, fue por eso por lo que escribió la carta. En esos momentos Laura podía sentirse igual.

Ya había tomado una decisión, se quedó contemplando las estrellas que empezaban a brillar en el cielo y luego se marchó a su casa muy tranquilo.

***

Era por la mañana y Laura estaba sentada a la entrada de su casa. Se sentía deprimida, ya iban tres días que no hablaba ni veía a Vito, y aunque ella ya había sospechado esa reacción en su amigo, aún así, dolía.

Cartas al LagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora