IV.- Mikaela, en el sur.

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A la mañana siguiente, Mikaela no pudo hacer otra cosa más que sentirse ansioso por lo poco que quedaba para lograr su cometido.

Empacó todas sus cosas, pagó el hotel y se fue al aeropuerto. La noche anterior había comprado vía online los boletos para su siguiente destino, por lo que ese día solo debía hacer la confirmación del vuelo y embarcarse.

En la fila de abordaje, el abogado revisaba todos sus papeles para realizar un viaje seguro. Estaba determinado en cumplir su objetivo y nada ni nadie podría interponerse en ello.

Bueno, eso creía él, claro está.

Delante suyo había una señora a quien le pedían sus papeles. Ella, cariñosamente, los sacó de su cartera y se los entregó a los del aeropuerto. Éstos la miraron, soltando un suspiro.

—Señora, estos documentos están vencidos. Lamentamos decirle que usted no podrá abordar el vuelo —hablaba uno de los trabajadores de vestimenta formal.

—Yo no entiendo a qué se refiere, señorito. Soy mayor de edad, ¿sabe lo que es tener nueve bocas que alimentar cada día? ¡¿Lo sabe? —gritaba la anciana—. No, claro que no lo sabe. Esta juventud de hoy en día no tiene ni un respeto por sus mayores.

—Sí, señora, entendemos. Comprenda usted también que éste es nuestro trabajo y no podemos dejarla subir al avión con estos documentos —trataba de explicar calmado aquel hombre.

—Si mi Juan estuviera aquí, nada de esto hubiera pasado. Ay, mi viejito —sollozaba la señora—. Ustedes no saben nada, ¡nada! Si tuvieran la más mínima idea de lo que es partirse la espalda trabajando, no me estarían diciendo estas co... —se interrumpió a sí misma.

—Hey, ¿qué ocurre? ¿Señora? —preguntaba asustado aquel hombre.

—El azúcar, ¡ay! Yo no puedo, me muero. El doctor me dijo que no debía sufrir estrés y ocurre esto. Díganle a la María y al Pedro que los amo y que les dejo las ciruelas que tenía en reserva —decía la señora en el piso y tocándose el pecho— Tía Yaya, ¿eres tú? —cuestionaba, mirando hacia arriba.

—Tranquila, todo estará bien, todo estará bien, ¿sí? —alentaba el trabajador.

—"Todo estará bien" mis patas. Esto es culpa de esta aerolínea que trata horrible a sus clientes —reprochaba—. Uno solo quería ir a visitar a uno de sus nietos al sur y le hacen esto.

—Bien, le propongo un trato: ¿qué le parece si la dejamos subir al avión y usted promete que, a la vuelta, tendrá actualizados sus papeles? —trataba de convencerla.

—Claro, hijo mío, así quién se queja. —Como por arte de magia, la señora se levantó del suelo en el que estaba después de la "complicación de salud" que tuvo—. Es usted muy amable.

El señor vio con cansancio cómo la señora entraba al avión, mientras Mikaela solo quería abordar pronto.

—Señor, papeles —le dijo al rubio.

—Claro, aquí están. —El abogado no quiso retrasar más el proceso, por lo que ya había sacado sus documentos antes de llegar al inicio de la fila.

—Todo bien, adelante.

Hastiado, el blondo subía al transporte, a la vez que revisaba y buscaba su número de asiento. Cuando lo hubo divisado, dejó su bolso en el portaequipaje que estaba sobre él y se sentó. Se puso pacíficamente sus audífonos dispuesto a dormir, pero le alertó una voz que insistía a su lado.

—Oiga, joven, ¿tendrá una mentita que me regale? No alcancé a lavar mi placa y el hocico me huele a perro.

Se trataba de la anciana de la fila.

¡Las cosas no son tan simples! [MikaYuu] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora