X.- Mikaela, y el apellido.

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El día siguiente a San Valentín ambos se encontraban juntos en la sala de estar, acurrucados. El calor del verano no era un impedimento para la necesidad de ambos cuerpos por sentirse cerca.

Mikaela tomaba firmemente la mano del menor, mientras que éste posicionaba aquélla que tenía libre sobre los dedos del otro, paseando con calma y cariño sus yemas por sobre la blanca piel, memorizando con detalle cada pequeño milímetro que su tacto alcanzaba a sentir.

Sus latidos estaban acompasados, y disfrutaban de la presencia del otro como si fuera el arrullo de un ave una tarde de primavera. El rubio seguía sin entender el porqué de que el de esmeraldas orbes le trajera tanta paz y tranquilidad a su vida.

Ambos se regocijaban con el simple hecho de estar juntos en aquella sala de estar, ajenos al mundo que se desarrollaba a su alrededor.

Con crueldad.

—Yuu-chan, ¿de dónde vienes? —cuestionó el ojiazul.

—Yo pertenezco aquí, Mika.

—Sí, pero no me refiero a eso —repuso—. Por tu nombre sé que no eres de este país, aunque tu acento esté muy familiarizado.

Yūichirō juntó sus párpados por unos segundos, antes de recostar su cabeza en el regazo del mayor. Acto que consiguió un sonrojo por parte del blondo.

—El lugar al que perteneces es en el cual alguien te espera. —Sonrió—. Mi hogar soy yo y mi hogar eres tú. Al igual que tú eres tu hogar y yo soy tu hogar. No importa dónde te encuentres o dónde naciste. Tu corazón es más sabio de lo que piensas.

El ojizafiro lo contempló como si fuera un tesoro, y posó sus manos paulatinamente en el rostro del otro, para luego proceder a acariciarlo con lentitud y cuidado, como si con cualquier movimiento fuera a romperlo cual cristal. Yuu disfrutó de aquellos mimos que estaba recibiendo. Sentía como si la pluma de algún ángel rozara su cara al simple tacto de Mikaela, con la diferencia de que, con el toque del rubio, su corazón se aceleraba cada vez un poco más.

—Creo que ya entendí un poco —replicó después de unos cálidos minutos en silencio, los cuales aprovecharon para hablarse mediante sus ojos—. Aunque me gustaría saber cuál es tu apellido, Yuu-chan.

—¿Mi apellido?

—Sí.

—Es algo... complicado, ¿sabes? Hay una historia compleja detrás de él —dijo.

—Yo... aceptaría cualquier cosa por ti.

—Mika...

—Es en serio —cortó—. Creo que ya no puedo imaginar un mundo sin ti a mi lado. Sin tus sonrisas o tus comentarios infantiles —habló con una sonrisa quebrada—. Sin tu voz diciéndome qué hacer o sin tu mano sosteniendo la mía. Por ello estoy dispuesto a aceptar toda tu oscuridad, Yuu-chan. Por ello me encargaría de convertirla en luz.

Al de cabellos color ébano se le aguaron los ojos, a la vez que se alzaba de su lugar y se acomodaba mejor sobre los muslos de Mikaela, poniendo sus piernas a cada lado de las contrarias, para que no fuera tanto el peso. Rodeó el cuello del más alto con sus brazos, y escondió su rostro en el hombro del de tez pálida. Ligeros sollozos escapaban de su garganta, y leves espasmos atacaban su cuerpo, mientras repetía el nombre del otro con lágrimas surcando su faz, empapando la ropa del mayor.

Cuando se hubo calmado, retiró con calma su cabeza del hombro de Mikaela y lo miró de frente, con una amplia sonrisa que esbozaba felicidad completa.

Tibi sunt mea. Tu mihi domum* —habló.

—¿Eh?

Yuu lo miró con diversión, para luego acercarse más y juntar su frente con la del blondo, mientras reía alegremente. Tocó con su nariz la otra, mientras movía su rostro de izquierda a derecha, logrando un tierno roce entre ambas, en el cual solo se percibía pureza y amor. Mikaela amaba esas pequeñas acciones que realizaba el pelinegro.

¡Las cosas no son tan simples! [MikaYuu] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora