Capítulo 7

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El magnífico tigre blanco corría por el bosque, aprovechando sus agudos sentidos y siguiendo su intuición. A veces se detenía y emitía un rugido, esperando la respuesta de su amo, pero cuando nadie le contestaba volvía a moverse. No se detendría hasta encontrarlo.

Legolas estaba sentado en silencio en el borde de la cama, mientras Gertha le desenredaba el cabello

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Legolas estaba sentado en silencio en el borde de la cama, mientras Gertha le desenredaba el cabello.

"Tienes un pelo muy bonito, Legolas. Es tan suave..." –murmuró mientras deslizaba el cepillo por los mechones dorados con suavidad.

Legolas sonrió ligeramente al oír eso, pero sin presumir. Ahora mismo le importaba poco su apariencia, sobre todo al tener en cuenta que no conocía ni su propia identidad. Quería recordar, pero solo se acordaba de que un tigre blanco lo había empujado por un acantilado.

Estaba vestido con la camisa vieja de Hasmon, la cual le quedaba bastante grande. La tela era más gruesa que la de la ropa que llevaba cuando lo encontraron, pero era cómoda. Eran los pantalones los que resultaban ser un problema. Tuvo que atarse un trozo largo de tela a la cintura para que no se le cayeran.

"Nunca he visto a nadie tan hermoso como tú. Ni siquiera los jóvenes más guapos del pueblo pueden compararse a ti" –continuó Gertha.

"¿A qué distancia está?" –preguntó Legolas de repente.

"Oh, a unas tres leguas –dijo Gertha, todavía maravillada por su voz-. Mi marido y yo llevamos viviendo aquí solos casi veinte años."

"¿Y por qué tan lejos?"

"No es que queramos aislarnos, pero Hasmon no puede ni ver a varios de los aldeanos, sobre todo al jefe, Bregus. Tuvieron alguna pelea hace tiempo –entonces le contó a Legolas cómo Bregus controlaba a la gente del pueblo-. Es muy estricto, a veces bastante cruel para conseguir lo que quiere."

"¿Entonces por qué lo eligieron como jefe?"

"No lo elegimos. Se nombró a sí mismo. El jefe anterior murió misteriosamente –Gertha suspiró-. De todas formas Hasmon y yo llevamos un tiempo preocupados. Hemos oído algo de un tigre que mata cazadores en el bosque, así que no vamos mucho al pueblo. Quién sabe en qué problemas podríamos meternos. Fue pura suerte que ayer nos atreviéramos a ir al bosque, si no, no te habríamos encontrado."

Legolas se giró hacia ella y sonrió.

"No, lo que fue una suerte es que resultarais ser tan amables. Cualquier otro me habría dejado morir allí."

Gertha se rio, avergonzada.

"Qué buen chico eres –dijo justo cuando acabó de trenzarle el pelo-. Te queda genial, pero te verías aún mejor después de coger aire fresco. ¿Qué te parece un pequeño paseo?"

Legolas asintió y dejó que Gertha lo tomara de la mano para conducirlo al exterior soleado. Respiró hondo nada más salir, sintiéndose mejor al instante. Miró a los árboles, los escuchó y sonrió al comprender lo que susurraban. Legolas Greenleaf. Alma del bosque. Legolas Greenleaf... Cerró los ojos y escuchó los susurros cariñosos. Hasmon, que atendía una parcela llena de repollos, dejó su herramienta y se acercó.

"¿Qué ocurre, chico?"

Legolas abrió los ojos y se giró hacia él.

"Los árboles me conocen."

Entonces se acercó al árbol más cercano, apoyó la mano en su tronco y recibió la energía que emanaba de él. La pareja observó, asombrada, cómo las hojas se movían, creando sonidos místicos a su alrededor.

La sensación que había tenido Hasmon de que Legolas era más de lo que parecía se intensificó. Estaba seguro de que pronto iba a pasar algo. Y qué razón tenía.

De repente, Legolas salió de su mundo particular y volvió a prestar atención a su entorno, alarmado. Se alejó un paso del árbol y miró hacia el pueblo.

"¿Qué ocurre, querido? ¿Te duele algo?" –preguntó Gertha, preocupada. Pero entonces ella también lo oyó. Cascos de caballos. Un grupo de unos veinte hombres cabalgaba hacia allí.

"Gertha, llévalo adentro" –ordenó Hasmon.

"¿Hasmon? ¿Qué...?"

"¡Mete a Legolas en casa! ¡Ahora!"

Gertha no dijo nada más, cogió la mano del príncipe y lo llevó hacia la casa. Legolas la siguió sin protestar, pero estaba preocupado de que Hasmon se enfrentara él solo a los hombres. Había escuchado avisos y susurros de los árboles y sabía que venían a por él... debido a algo que no recordaba.

Keldarion miró el río, intranquilo, y se llevó una mano al corazón involuntariamente

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Keldarion miró el río, intranquilo, y se llevó una mano al corazón involuntariamente. Sabía que su hermano estaba vivo. Lo sabría si hubiera muerto. Pero estaba seguro de que le había pasado algo horrible y lo peor es que no sabía dónde estaba. ¿Cómo puedo ayudarlo si no sé dónde está?

"¿Su alteza?" –Linden se le acercó y Keldarion se volvió hacia él.

"¿Estáis listos para seguir?"

"Sí, su alteza. Hemos descansado y ya podemos continuar con la búsqueda. ¿Doy la orden de seguir avanzando?"

Keldarion se lo pensó por un momento.

"No, no vamos a alejarnos más."

Linden se quedó perplejo.

"¿Su alteza?"

"Ya hemos recorrido muchas leguas y deberíamos haberlo encontrado ya. El río se ha calmado, así que no puede estar más lejos. No, creo que nos hemos perdido algo río arriba. Reúne a los soldados, Linden. Vamos a volver y no debemos perdernos ninguna pista. Tenemos que darnos prisa antes de que las huellas desaparezcan."


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