Confesiones

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Capítulo 8

Al ser de día, busco una roca lisa para tumbarme y tomar el sol. Podré secarme un poco mi ropa interior. Evan me sigue y se tumba a mi lado, boca abajo. Con los brazos debajo de su barbilla, mirando al frente. Cierra los ojos y yo también lo hago. Noto como el sol acaricia cada centímetro de mi piel. Ráfagas de aire veraniego me dan en la cara. Produciéndome un bienestar increíble. Noto una sensación rara. Abro los ojos y está Evan mirándome. Al verlo, gira la vista. Demasiado tarde, ya le he visto. Sonrío. Mi pongo de lado para poder verlo mejor.

-      “¿Quieres una foto y te la firmo?” – digo imitando su voz cuando lo dejé entrar en casa el día anterior. Termino riéndome.

Él hace lo mismo. Cierra los ojos, con la sonrisa ahí. Observo las gotas acumuladas en su espalda, como aún no se han evaporado y permanecen en su espalda. Tonificada, musculosa… Aparto la mirada. Por un momento, recuerdo a mi madre, seguida de Miranda. Necesito distraerme, si no lo hago, terminaré en un mar de lágrimas.

-      ¿Cómo es ir en la nave? ¿Tardáis un mes en llegar?

-      Ir en la nave es… interesantes. Tardamos un mes en llegar al sistema. Todo el trayecto dura 6 meses. Son agotadores, porqué solo tenía a James… - se le rompe la voz porqué se ha acordado de James. Y en pensar en James me acuerdo de Mira y…

-      ¿Qué te parece este planeta? – intento esquivar cualquier pregunta relacionada con James, Mira, su padre o mi madre. Aunque será imposible. Porque todo está relacionado.

-      Está muy bien, pero eso de los animales domésticos… no sé. A veces es mejor tener compañía de animales que de personas.

No puedo responder a eso, nunca he tenido animales domésticos.

-      ¿Cómo és tener un animal?

-      ¿Nunca has…? Claro, las normas. Verás, és muy guay. Porqué, yo tenía un perro, le dabas ordenes y el perro las hacía. Te seguía a todas partes y se portaba muy bien. Bueno, eso depende del perro.

No he visto nunca un perro, pero me encante verle hablar sobre un tema qué le hace feliz. Los únicos animales domésticos que nos permiten tener son metálicos, se mueven y tienen las mismas necesidades, pero no son tan divertidos como los de verdad, según describe Evan. Sigue hablando de las mascotas, pero ya no presto atención. Solo veo como se muevo su boca y sus rasgos faciales. Cada gesto con sus manos. Se detiene. Parece que me ha hecho una pregunta. Asiento, así parece que lo he estado escuchando.

-      ¿Qué te pasa? – me pregunta – pareces drogada o fumada.

-      Solo estoy candada. Necesito dormir un poco.

Él asiente, se tumba boca arriba y hace que apoye la cabeza en su brazo. El sol se ha movido, dejándonos la cara en la sombra de una planta. Mejor, así el sol no molesta en los ojos. Al momento, me duermo.

Me despierto. Evan no está, para llenar el hueco de su brazo en mi cabeza ha puesto la ropa hecha una pelota, haciendo una almohada. Puedo ver la puesta de sol y la primera luna salir. Huelo a humo. Me levanto y sigo el rastro del olor. No es muy difícil de llegar, solo ha tenido que bajar de la piedra e ir hacia el mini-lago. Están los tres sentados en una hoguera pequeña cocinando algún animal. Me acerco a ellos y me siento al lado de Evan, que al verme se le forma una sonrisa. Me saluda diciendo:

-      Buenos días – y me pasa un brazo por encima. Esta vez no se lo quito, me parece agradable tenerlo cerca. Ya que todas las personas a las que quería se han quedado atrás… Me viene bien tenerlo cerca y no voy a alejarlo de mí, ya que él también está solo.

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