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Aclaración: cuando el diálogo está en cursiva quiere decir que los personajes están hablando en otro idioma que no es el español.

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14 de junio de 1993, Barcelona (España)

Viktor Nikiforov mordió su bolígrafo mientras pensaba en la respuesta de una de las preguntas de su último examen de Gramática Descriptiva del Inglés III. Estaba en la época de exámenes finales de tercero en la universidad y, cuando acabara esa prueba, el curso se habría acabado. Por fin sería totalmente libre de responsabilidades hasta que llegara el mes de septiembre y comenzara su último año de carrera, la de estudios ingleses.

Al acabar de escribir su respuesta, sonrió y se levantó para entregar su examen. La profesora le sonrió amablemente y Viktor se giró. Volvió a su asiento y recogió todas sus cosas para marcharse. Al salir de la clase y cerrar la puerta tras de sí, soltó un suspiro y alzó los brazos, con ganas de gritarle al mundo que su sufrimiento había llegado a su fin. 

Avanzó un par de pasos y dejó su mochila en un banco. Estaban a mediados de junio y hacía un calor insoportable, sobre todo en esa clase donde no pasaba ni una pizca de aire. Que su cabello llegara hasta la cintura tampoco ayudaba. Cogió la goma de pelo que tenía en su muñeca y se hizo una coleta alta. Agarró su mochila, se la colgó en el hombro y empezó a andar hacia la salida de su facultad.

A un lado de él pudo escuchar el susurro de varias voces femeninas. De reojo pudo comprobar que había un grupo de unas cinco chicas que lo miraban, sonreían y cuchicheaban. El chico rodó los ojos e hizo una mueca de desagrado, era molesto. A sus veinte años de edad, Viktor era un chico bello y exótico para la mayoría de población barcelonina, incluidos hombres y mujeres. Su alta y esbelta figura podía semejarse a la de un dios griego —según muchas féminas de la carrera de estudios clásicos—, mientras que sus ojos azules como el mar y su pelo largo y plateado delataban perfectamente de qué país provenía: Rusia.

Continuó caminando hasta que, en mitad del pasillo, distinguió dos figuras que eran muy conocidas para él. Sonrió y se acercó hasta ellos. El más bajo de los dos hombres se quejaba de algo mientras intentaba abanicarse —sin éxito— con su mano y el otro simplemente lo escuchaba.

Mira, tío, estoy harto de los exámenes —dijo con el ceño fruncido y en ruso—. ¿Quién fue el gilipollas que los inventó?

Oh, no deberías hablar de esa forma tan vulgar, Yuri —Viktor le contestó en el mismo idioma.

Yuri Plisetsky era su primo, un jovencito de dieciocho años muy malhablado. Estudiaba filología eslava, aunque ahora estaba de intercambio en Barcelona, justo en la misma facultad que el chico de pelo plateado. Como la mayoría de rusos, su cabello era rubio y le llegaba hasta los hombros, con un flequillo que le tapaba prácticamente toda la cara. Viktor siempre tenía ganas de cortárselo. Sus ojos eran de un tono verde-azulado, que en esos momentos lo miraban con bastante molestia.

¿Y tú ahora qué quieres, pedazo de pesado? —espetó el rubio intentando darle una patada a su primo mayor.

Mmm... nada, te he visto y he venido a avisarte de que ya he acabado mi último examen y que, oficialmente, ya estoy de vacaciones —contestó con burla.

Muérete, pedazo de...

Yuri Plisetsky —pronunció con tono grave el hombre que había a su lado—, no voy a permitir que sigas diciendo cosas así. Voy a suspenderte.

¿¡Qué!? —exclamó—. ¡No!

¿Cómo te ha ido el examen? —el hombre ignoró al rubio.

Tokio | (Viktuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora