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28 de junio de 1993, Aeropuerto del Prat, Barcelona (España)

Eran las diez y cuarto de la mañana. Matías y Viktor se encontraban sentados en los asientos de business class del avión que los llevaría a Helsinki (Finlandia). Estarían dos horas en la base aérea finlandesa hasta coger otro avión que los llevaría al aeropuerto de Narita, en la prefectura de Chiba. Según lo que le había comentado el castaño, allí los estaría esperando un subordinado de Toshiya Katsuki, el mejor amigo del padre del español. 

Viktor llevaba desde las seis de la mañana despierto y apenas había podido dormir esa noche. Los últimos días había estado muy nervioso. Era cierto que había viajado muchas veces en avión pero el viaje a Moscú normalmente solo duraba unas cuatro horas y era directo; a diferencia del de Tokio, que duraba casi dieciséis y con una escala incluida. Natalia, al ver tan histérico a su hijo, decidió ayudarlo a tranquilizarse y a hacer sus maletas. Como iba a estar allí durante unos meses, prefirió llevarse una que fuera bastante grande y la mochila que siempre utilizaba para ir a clases.

Tanto sus padres como Yuri habían querido despedirlo en el aeropuerto. Matías tenía la idea de ir a buscarlo a casa, que se despidiera de sus padres allí, pero ellos no quisieron. A regañadientes, Matías aceptó que se encontraran en el aeropuerto a las ocho de la mañana. Con lágrimas en los ojos —ya que su hijo no había estado nunca en un país tan lejano sin ellos y por tanto tiempo—, Natalia le dio un abrazo y repartió varios besos por la cara de Viktor. Yevgeniy imitó las acciones de su mujer y Yuri lo abrazó, mientras en su oído susurraba que le enviara una carta cada mes con las últimas novedades y que si sucedía algo no dudara en volver, que él iría a buscarlo en cualquier momento, pues el rubio estaba a punto de sacarse el carné de conducir.

Ahora allí se encontraba con una pequeña guía de japonés básico —quería aprender algunas cosas— esperando a que el avión despegara, totalmente nervioso y con un Matías muy feliz a su lado.

—Señores pasajeros...

Viktor alzó la mirada. La voz del piloto se escuchó a través de los altavoces y notó que las azafatas empezaban a posicionarse en sus respectivos lugares para iniciar con la demostración de lo que habría que hacer en caso de emergencia. Pasó un mechón de pelo plateado por detrás de su oreja y miró hacia su izquierda. Por suerte, le había tocado al lado de la ventana.

Sintió un agarre en su mano. Se giró y se encontró con la mirada emocionada de Matías.

—¡Ya vamos a despegar!

Viktor sonrió mientras asentía. Volvió a mirar hacia la ventana. Le parecía un poco raro que Matías estuviera tan emocionado, nunca lo había visto de esa forma. Suponía que hacía muchísimo tiempo que no veía a esos amigos de Japón. Unos cinco minutos después, el avión por fin despegó.

"Menos mal", pensó Viktor al ver como la ciudad de Barcelona se alejaba cada vez más.

—Creo que voy a dormir un poco —comentó Matías.

—Vale. Yo voy a seguir con esto —respondió señalando la guía en sus manos.

—No te preocupes por eso —dijo—, ellos saben hablar español perfectamente. La sede de la empresa está en Tokio, pero la segunda más importante está en Madrid.

—Oh —el joven de ojos azules se quedó mirando el objeto en sus manos—. Bueno, no importa. Vamos a estar en Tokio durante unos meses y tendré que comunicarme de alguna forma. Dudo que los japoneses sepan hablar inglés... mucho menos ruso, español o catalán.

—Ah, es cierto, que sabes hablar ruso.

Viktor frunció el ceño e hizo una mueca.

—Por supuesto que sé hablar ruso, Matías, SOY ruso —resaltó.

Tokio | (Viktuuri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora