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Las bocinas de los autos no dejaban de oírse por todo el lugar, en una ciudad tan pequeña como lo era aquella pesquera, las trancas automovilísticas eran por mucho poco frecuentes. Pero, como al parecer, la suerte no estaba de mi lado jamás, justo el día en que necesitaba estar puntual en un sitio se formaba un estancamiento.

Maldecía por lo bajo mientras el taxista hacia maniobras para poder adelantar al carro de enfrente, mi madre, que estaba sentada al lado mío, agarraba su cartera y le daba apretones cada vez que el señor daba una vuelta muy brusca.

Ella no era de las personas que disfrutaban los viajes en auto, aunque fueran cortos, prefería quedarse en casa leyendo con un té en la mano; no le gustaba la vida de ciudad. A pesar de todo eso, decidió acompañarme, cosa que le agradecía, no me gustaba la idea de pasar mi último día aquí solo.

Finalmente, luego de muchos giros y tocadas de cornetas, llegamos a nuestro destino, la Estación de Trenes de Hasetsu. Mi mamá me ayudó a bajar las maletas y caminamos juntos hasta el andén. Aún faltaban unos diez minutos para que mi tren saliera, minutos en los que ella no dejaba de repetirme las mismas frases de siempre.

-Yuri, cuídate mucho, no le abras a extraños, aliméntate bien y no te saltes comidas, recuerda no poner los zapatos debajo de la cama... -así seguía, enumerando un sinfín de cosas a las que yo sólo asentía.

-Mamá, el tren ya llegó. -le dije con una sonrisa tomando sus temblorosas manos- Estaré bien, te lo prometo.

-Recuerda llamarme por lo menos tres veces a la semana. -contestó con los ojos a punto de derramar lágrimas.

-Sí, lo sé. -me partía el corazón verla así, pero era algo que ya había decidido, no quería estar más en esta ciudad, no quería estar cerca de él.

"I am tired of this place,
I hope people change."

-Feliz cumpleaños, Yuri. -susurró cabizbaja y pequeñas gotas formaban senderos por su delicado rostro.

Antes de que pudiera siquiera responderle por los parlantes hicieron el último llamado para los pasajeros con dirección a Tokio, me despedí de mi madre con un fuerte abrazo antes de abordar el tren.

Sí, era veintinueve de noviembre, mi cumpleaños. Por más que ella insistiera en que esperara hasta que acabara navidad para irme no podía aceptar. El hecho de que pasara el cumpleaños de Victor y no pudiera estar con él me agobiaba. Era algo que no quería experimentar.

Caminé dentro del vagón hasta mi asiento asignado, era junto a la ventana, y en los dos puestos contiguos estaban una pequeña niña castaña de rasgos occidentales, con quizá unos siete años, y junto a ella una señora mayor que sostenía en sus manos un libro. Me abrí paso entre ellas, con una tímida sonrisa, para llegar a mi sillón.

No sé por qué la niña había comenzado a hablar conmigo tan animadamente, me contaba todas sus vivencias en el colegio y el gran parentesco que tenía con su primo; razón por la que supongo me charlaba con tanta confianza. Incluso logró que le siguiera la conversación, aún con los ánimos tan por los suelos como los tenía.

-Hinami, deja tranquilo al muchacho. -le reprimió la señora a su lado.

-¡Pero se parece mucho a Sou-chan! -explicaba ella con una gran sonrisa iluminando su rostro.

-No se preocupe, no me molesta. -le sonreí. No era del todo cierto, pero al menos la castaña me ayudaba a distraer mis pensamientos de cierto albino.

-Es que se te veía algo desanimado, creí que buscabas algo de paz. -me devolvió el gesto antes de volver su mirada al libro, pero, al contrario de lo que pensaba, no volvió a leer sino que marcó la página y dirigió su completa atención a mí.

FOOLS - victuuri; yuri on ice Donde viven las historias. Descúbrelo ahora